La grandeza de nuestro poema
nacional, el Martín Fierro, estriba en su cualidad de universalidad. Proyectado
desde lo autóctono, es un reflejo del espíritu tradicional que anima desde un
ámbito superior las obras de belleza que han sido las encargadas de generar
cultura alrededor del mundo. A este respecto, uno de los mayores literatos de
nuestra Argentina, Leopoldo Marechal, expone: "Lo autóctono reclama sus derechos a intervenir en la obra de arte
(...) no es menos verdadero que el arte ha tendido siempre a universalizar sus
frutos. Hay en el arte una tensión invencible hacia lo universal, un impulso
que lo induce a trascender fronteras (...), a ubicarse en el plano superior
donde todas las voces del mundo se reconocen, se identifican y se unen en lo
que llamaríamos 'un gran acorde universal'. Y yo diría que un pueblo no logra
la plenitud de su expresión, si no consigue trascender a los otros e integrar
con ellos el gran acorde al que acabo de referirme" ("La poesía
lírica: lo autóctono y lo foráneo en su contenido esencial", Obras
Completas, tomo V, p. 145).
Por esto es que hemos querido
compartir con nuestros lectores dos interpretaciones del Martín Fierro que
validan las apreciaciones anteriores: una, la del mismo Marechal, extraída del
estudio titulado 'Leopoldo Marechal: Tradición e Identidad', escrito por Daniel
Teobaldi, y la otra del historiador revisionista José María Rosa, tomada de su
Historia Argentina T. VIII. Si bien diferentes, tales interpretaciones aseguran
su validez en aquello mismo que, como hemos dicho al comienzo, figura su
grandeza: la universalidad propia a las obras que forjan la identidad y la
trascendencia de las razas y los pueblos.
***
"Hay
pueblos que nacen para la grandeza del canto: esa vocación se anuncia
tempranamente, mediante algún hecho libre, dado en el orden de la música. Yo
les aseguro que, en ese orden, todo puede y debe esperarse del pueblo
argentino. ¿Y saben ustedes por qué? Porque José Hernández escribió el Martín
Fierro". (Leopoldo Marechal, Op. Cit., p. 153)
No debe extrañar que Marechal
se haya detenido con minucia y con originalidad en el poema de José Hernández,
en una conferencia titulada "Simbolismos del Martín Fierro" (1955).
Esta conferencia está planteada
casi como una prolongación de las reflexiones desarrolladas en la anterior,
desde el momento en que se inicia con las mismas palabras con que termina la
otra. Esto indica una continuidad en el pensamiento marechaliano sobre este
tema. Según lo asegura Marechal, el poema de Hernández nació en el momento adecuado:
"Sin complejo alguno, 'con toda la
voz que tiene', Martín Fierro se parece bastante a un hecho libre de la
literatura nacional, producido, como todo milagro aleccionador, en el instante
justo en que se lo necesitaba, es decir, cuando la nueva y gloriosa nación,
habiendo nacido recién de la guerra, como todo lo que merece vivir, debía
reclamar con las obras su derecho a la grandeza de los libres, tal como había
reclamado su derecho a la existencia en la libertad."
Marechal plantea dos instancias
por las que atravesó el poema de Hernández, situaciones a las que denomina
"enigmas": el primero, relacionado con la difusión del poema. El
segundo, con las primeras interpretaciones que se le dieron.
El primer "enigma"
está en relación con los destinatarios del poema. Marechal afirma que el Martín
Fierro, está dirigido a "la
conciencia nacional", es decir: a todos los argentinos. Pero en el
momento en el que el poema aparece, Marechal advierte que hay una clase
dirigente y una intelectual, por cuyas acciones se produce lo que Marechal
denomina el proceso de "enajenación
o el extrañamiento del país con respecto a sus valores espirituales y
materiales". Entonces, Martín Fierro es sistemáticamente ignorado o
admitido como un mero hecho literario por las dos clases arriba citadas.
En este punto, Marechal se
pregunta: "¿Cuál era, pues, la única
órbita de acción que a Martín Fierro le quedaba? La del pueblo mismo cuyo
mensaje quería transmitir el poema. Y entonces ocurre lo enigmático: el mensaje
desoído vuelve al pueblo de cuya entraña salió." En esto cifra
Marechal el "enigma": un fenómeno de consecuencias inusitadas, por el
camino recorrido por el poema, que implica una apertura en la conciencia
popular, un abandono de la ciudad y un regreso a la tierra.
El segundo "enigma"
es el de la incomprensión, ingenua o deliberada, del poema. Marechal asegura
que en el país hay inteligencias que conocen la verdad que encierra el Martín
Fierro, pero que operan como obstructoras de esa verdad. "Cierto es que las circunstancias de enajenación u olvido con
respecto al ser nacional y a sus intereses vitales, no sólo perduraban en el
país, sino que se habían agravado, merced a las corrientes cosmopolitas
(inmigratorias o no) cuyo flujo había cubierto nuestro limo natal y añadía
nuevos factores de confusión al problema de aclarar lo nuestro." La
claridad con la que Marechal resuelve el "enigma" que él mismo había
enunciado para el poema, reubica la obra de Hernández en una instancia crucial,
en tanto no se atienda a lo que Marechal está poniendo en evidencia: "El poema de José Hernández no fue
entendido cabalmente por su crítica inicial; y no será entendido por ninguna
que desvincule al Martín Fierro de su misión referente al ser argentino y a su
devenir."
Así, Marechal rescata el valor
del Martín Fierro por configurarse como una obra representativa del ser
nacional y por encarnar la voz de su pueblo. Al tratarse de una realización
popular, asume el carácter de tradicional. Este aspecto había sido puesto de
manifiesto por Lugones en El payador, quien, como Marechal, lo vincula a la
épica occidental: "El Martín Fierro
es, como las epopeyas clásicas, el canto de gesta de un pueblo, es decir, el
relato de sus hechos notables cumplidos en la manifestación de su propio ser y
en el logro de su destino histórico." Y a continuación, inserta lo
medular de su comentario sobre el poema de Hernández, cuando lo vincula con lo
que el mismo Marechal había denominado "los movimientos del alma": "... la de Martín Fierro es una gesta
ad intra, vale decir, hacia adentro, que el ser argentino ha de cumplir
obligado por las circunstancias. Es la gesta interior que realiza la simiente,
ante de proyectar ad extra sus virtualidades creadoras."
Ahora bien: si Marechal, en
otra coincidencia con Lugones, considera que Martín Fierro es una epopeya, en
una obra de esta naturaleza se destaca la imagen de un héroe. Marechal
establece dos niveles de interpretación: uno literal, en el que reconoce al
gaucho como héroe del poema, es decir un gaucho perfilado según características
raciales y espaciales específicas. Pero el otro nivel de lectura, es simbólico,
entonces afirma: "En el sentido
simbólico, Martín Fierro es el ente nacional en un momento crítico de su
historia: es el pueblo de la nación, salido recién de su guerra de la
independencia y de sus luchas civiles, y atento a la organización de fuerzas
que ha de permitirle realizar su destino histórico", inclusive,
Marechal da un paso más en su interpretación, al sostener que Martín Fierro "...es el símbolo de todo un pueblo
que, súbitamente, se halla enajenado de su propia esencia y, por lo mismo,
hurtado a las posibilidades auténticas de su devenir histórico."
Cuando Lugones asociaba el
temple de Martín Fierro al temperamento de Hércules, el esforzado semidiós de
los doce trabajos, establecía que una función arquetípica estaba sustentando el
espíritu del gaucho, anunciando que los argentinos estábamos hechos de esa
madera y que debíamos despertar de una especie de letargo que nos hacía dar las
espaldas a esa realidad. Marechal, por su parte, profundiza lo arquetípico
lugoniano y a esa misma categoría le asigna un grado metafísico: Martín Fierro
es el ente nacional, es la encarnadura del ser argentino. Tanto de la reflexión
de Lugones cuanto de la de Marechal, se repara en el hecho de que el poema de
José Hernández constituye el espacio donde anida la tradición nacional, el
origen y la proyección natural de lo más genuino.
La tradición literaria
argentina está hecha del canto de los aedas, que rubricaron con su palabra la
dinámica interna de la tradición. Si Marechal postula que, por una parte, la
poesía verdadera debe profundizar lo autóctono para alcanzar proyección
universal, el Martín Fierro logra ese nivel. Pero llega ahí por obra del
pueblo, de la comunidad, que es el verdadero reservorio de la tradición.
(“Leopoldo
Marechal. Tradición e identidad”, Dr. Daniel Gustavo Teobaldi)
***
El poema "Martín
Fierro" además de la elegía del gaucho tiene un claro simbolismo político.
José Hernández acabó de darle forma en 1871 en un hotel de Buenos Aires después
de una trashumante vida de periodista y guerrillero. Criado en la estancia de
su familia, abrazó con posterioridad a Caseros la causa federal; escribe en La
Reforma Pacífica de Calvo, y tras Pavón en diarios de Rosario y Paraná; es
paraguayista cuando la guerra del 65, actúa junto a Evaristo López en
Corrientes, y en 1870 toma campo por López Jordán.
Martín Fierro es la "relación / que hace un gaucho
perseguido / que padre y marido ha sido / empeñoso y diligente / y sin embargo
la gente / lo tiene por un bandido"
Es un poema político. Hernández
lo dice: "… mis cantos son / para
los unos sonido / y para los otros… intención". Aunque sabe "que es pecado cometido / el decir
ciertas verdades…, / he de decir la verdad / de naides soy adulón / aquí no hay
imitación / esto es pura realidá".
En la vida del hijo segundo de
Martín Fierro, el poeta sintetiza la historia argentina. Alude a la
independencia al decir: "Falta el
cabeza primario / y los hijos que el sustenta / se dispersan como cuenta /
cuando se corta el rosario"; al tiempo de los caudillos cuando una
vieja parienta "me recogió a su lado
/ allí viví sosegado / y de nada carecía". Pero lo "bueno dura poco", muerta su
pariente llegó el juez de paz "hombre
de mucha labia / con más leyes que un dotor / me dijo: vos sos menor / y por
los años que tienes / no podés manejar bienes / voy a nombrarte un tutor",
evidente símbolo de la oligarquía. Entre el juez, el encargao de los bienes y
el tutor se quedan con todo lo del gaucho no dejándole "ni un trapo / ni pa el frío, ni pa el calor". El tutor
–el Viejo Vizcacha- "que debía
enseñarme a trabajar / y darme la educación", era un "gaucho renegao… lleno de camándulas…
con empaque a lo toro… siempre andaba retobao", y vivía "en los bañaos como el tero".
La educación consistía en medrar junto a los que mandaban: "Hacete amigo del juez / no le des de qué quejarse… nunca le
lleves la contra / porque el manda la gavilla"; "el que gana su
comida / bueno es que en silencio coma". La moral era no afligirse por
nada: "el cerdo vive tan gordo / y
se come hasta los hijos".
En Picardía, el hijo del
sargento Cruz, muestra el destino del criollo que malvive como jugador
ventajero y elemento de comité porque se le dijo que era hijo de un bandido;
pero cuando supo que su padre "era
el guapo sargento cruz… que yendo con una partida / había jugado la vida / por
defender a un valiente… / juré tener enmienda / y lo conseguí de veras, / puedo
decir ande quiera / que si faltas he tenido / de todo me he corregido / dende
que supe quién era".
En contraposición con los
consejos del Viejo Vizcacha, Martín Fierro da consejos morales a sus hijos y al
hijo de Cruz: "los hermanos sean
unido… / que si entre ellos pelean / los devoran los de afuera"; se
lamenta que "naides toma a pecho /
el defender a su raza", aunque tiene la certeza que "han de concluir algún día / estos
enriedos malditos". No por los políticos falsamente amigos del pueblo:
"de nuestros males / hablan mucho
los puebleros", pero "aumentan
el fandango / los que están, como el
chimango / sobre el cuero y dando gritos". Debe ser obra del pueblo
mismo, "que el fuego pa calentar /
debe ir siempre por debajo". Alienta por boca de Cruz una promesa
mesiánica en la restauración de la Argentina: "Y dejo rodar la bola / que algún día ha’e parar / tiene el gaucho
que aguantar / hasta que lo trague el hoyo / o hasta que venga algún criollo /
en esta tierra a mandar".
(José María Rosa, Historia Argentina t. VIII,
Buenos Aires, Editorial Oriente, 1974 )
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