Héctor Roberto Chavero,
conocido como Atahualpa Yupanqui, nació en Pergamino el 31 de enero de 1908 y
se fue para "el silencio" el 23 de mayo de1992.
Autor de innumerables
canciones, de varios libros de poemas y relatos, se consideraba simplemente
"un cantor de artes olvidadas". Sin embargo, más allá de su modestia,
su obra alcanza tal dimensión que resultará imposible, en el futuro, hablar de
cultura latinoamericana sin recordarlo. Algunas de sus coplas son ya clásicas y
reaparecen espontáneamente en las bocas del pueblo, cuando aflora la injusticia
social: "las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas", o
cuando se recuerda la historia enlutada de nuestra patria grande:
"caminito del indio, caminito que anduvo/ mi raza vieja/ antes que en la
montaña/ la pachamama se ensombreciera", pero también cuando se yergue la
esperanza: "despacito paisanito/ despacito y tenga fe, /que en la noche
del minero/ ya comienza a amanecer".
El misterio de la montaña, la
tristeza del cañaveral, el changuito dormido junto al camino, el alazán que
seguirá galopando todavía "si hay cielo pá el buen caballo", la
libertad, el amor pudorosamente escondido que no se confiesa, serán apenas
algunos de los temas de Yupanqui. Todos ellos signados por el propósito
indeclinable del poeta: "lunas me vieron por esos cerros/ y en la llanuras
anochecidas/ buscando el alma de tu paisaje/ para cantarte, tierra
querida".
Ahí está su pasión de poeta,
expresar el paisaje, poseerlo y recrearlo, pero no sólo el paisaje geográfico
sino también el paisaje humano y espiritual de su patria. Por eso Atahualpa no
escribe para el pueblo ni por el pueblo, sino desde el pueblo, sintiendo como
propia la alegría y la tristeza de sus paisanos.
"Aunque
canto en todo rumbo/ tengo un rumbo preferido/ siempre canté estremecido/ las
penas del paisanaje/ la explotación y el ultraje/ de mis hermanos queridos/ y
aunque me quiten la vida/ o engrillen mi libertad/ y aunque chamusquen quizás/
mi guitarra en los fogones/ han de vivir mis canciones/ en el alma de los
demás".
En esa tarea, el poeta está
convencido de la sabiduría popular, esa que no se nutre del último best-seller
europeo, sino de las experiencias sufridas, de las duras vivencias en un país
donde el hombre lucha, trabaja, ama y sueña en el desamparo y el dolor, donde
la cultura oficial se organiza para ignorarlo y despreciarlo: "qué veneno
tendrán las letras, señor, me decía un ‘escuchado’ en Humahuaca, que todo aquél
de nosotros que las aprende se vuelve contra nosotros". Consustanciado con
las penas y alegrías de su pueblo, Yupanqui recorrió todos los caminos
depositando su confianza y su generosidad en el hombre común, el jornalero, el
arriero, el peón. En ellos encontró la poesía, como aquella paisana norteña que
viendo a su chango tomar una piedra del río le dijo: "no hijo, no le robe
el canto al río, no ve que el río canta cuando se encuentra con esas piedras".
Ahí también encontró la
sabiduría. Tantos escritores y filósofos definieron la amistad, pero ninguno
mejor que su tío Gabriel, analfabeto de toda la vida: ¿qué es un amigo, tío
Gabriel? -Un amigo es... uno mesmo en otro pellejo-. Esta anécdota la recordó
Yupanqui en una reunión a la cual asistía Jorge Luis Borges, quien acotó con
cierta vanidad -Qué lindo, y cómo no se me ocurrió a mi- y Yupanqui le contestó
-¿sabe por qué?, porque usted es un erudito y no es paisano y paisano es el que
lleva el país adentro-.
A esta concepción de la cultura
le cerró el camino la maquinaria oficial de los medios de difusión, destinada a
distraer, a escamotear las grandes verdades, a descalificar la opinión popular.
Decía Yupanqui: "Buenos Aires, ciudad gringa/ me tuvo muy apretado/ todos
se me hacían a un lado/ como cu.....erpo a lajeringa". Por esa razón, el
poeta pasó varios años de su vida en Europa, escapándole a la atmósfera
colonial de Buenos Aires, donde la llamada gente culta lo tenía apenas por un
guitarrero. Por eso murió en París, pero venía todos los años a su Cerro
Colorado cordobés a cargar las pilas para su obra musical y poética, que jamás
se debilitó en su fuerza nacional y testimonial. Por eso, decía ante las
desgracias que caían sobre sus compatriotas: "A veces me entra tristeza/ y
otras veces rebelión/ en más de alguna ocasión/ quisiera hacerme perdiz/ pa’
tratar de ser feliz/ en algún pago lejano/ pero la verdad, paisano/ me gusta el
aire de aquí". Por eso, aún en las épocas en que debió estar lejos de su
patria, le cantó siempre, porque usted sabe: "yo no soy como esos
intelectuales parecidos a la calandria, qué pajarito habilísimo la calandria,
puede copiar el canto de todos los pájaros, pero qué triste: no tiene canto
propio".
Precisamente por tener canto
propio, Atahualpa Yupanqui no recibió nunca el calor oficial de los gobiernos,
ni de los medios masivos de comunicación. Fue un maldito a pesar de que el
pueblo recogió con afecto sus canciones, pero los poderosos lo vieron siempre
con desconfianza y temor, como expresión peligrosa de ese Canto del Viento,
como él llamaba a la cultura popular, ese Canto del Viento que recoge todas las
emociones, experiencias y dolores de los desamparados de la patria, de esa
gente que quizás no esté alfabetizada, pero como decía Federico García Lorca,
"tiene cultura en la sangre" , porque el hombre, decía Yupanqui,
"vale por dentro, que lo de afuera es comprado".
Fragmentos
del libro El Canto del viento (1965)
En países como el nuestro,
presionado desde siempre por la irradiación cultural proveniente de las grandes
potencias, resulta difícil definir qué entendemos por cultura nacional, así
como también establecer cuál es la función de los intelectuales en relación a
esa cultura. Por eso es importante recordar dos textos de Atahualpa Yupanqui
referidos a estas cuestiones.
En el primero, elabora una
hermosa alegoría acerca de la relación entre pueblo y cultura, que sintetiza en
la cultura nacional:
En el segundo, se refiere al
artista y de qué manera su destino no reside en mostrar vistoso plumaje, para
que su nombre alcance la fama efímera de los medios de comunicación, mientras
su obra se olvida poco después de su muerte, sino precisamente lo contrario,
fundirse anónimamente en la creación cultural colectiva, porque así, aún
después de muerto y desconocido, su canto, continuará viviendo a través de los
valles y montañas de su patria. Su primer texto se titula ‘El Canto del Viento’:
"Corre sobre llanuras,
selvas y montañas, un infinito viento generoso, que en una inmensa e invisible
bolsa va recogiendo todos los sonidos, palabras y rumores de la tierra nuestra.
El grito, el canto, el silbo, el rezo, toda la verdad cantada o llorada por los
hombres, los montes y los pájaros va a parar a esa hechizada bolsa del viento.
Pero a veces la carga es colosal y termina por romper los costados de la
alforja infinita. Entonces el viento deja caer sobre la tierra a través de la
brecha abierta la hilacha de una melodía, el ay de una copla, la breve gracia
de un silbido, un refrán, un pedazo de corazón escondido en la curva de una
vidalita, la punta de flecha de un adiós bagualero, y el viento pasa y se va, y
quedan solas, en los pastos, las hilachitas caídas en su viaje. Esas yapitas,
cuentas de un rosario lírico, soportan el tiempo, el olvido, las tempestades,
según su condición o calidad, se desmenuzan, se quiebran y se pierden, otras
permanecen intactas, otras se enriquecen como si el tiempo y el olvido, la
alquimia cósmica, les hiciera alcanzar una condición de joya milagrosa.
Pero llega un momento en que
son halladas estas hilachitas del alma de los pueblos. Alguien las encuentra un
día. ¿Quién las encuentra? Los muchachos que andan por los campos, por el valle
soleado, por senderos de la selva en la siesta, por los duros caminos de la sierra
o junto a los arroyos o junto a los fogones. Las encuentran los hombres del
oscuro destino, los bravos zafreros, los héroes del socavón, el arriero que
despedaza sus gritos en los abismos, el juglar desheredado y sin sosiego, las
encuentran las guitarras después de vencido el dolor, la meditación y el
silencio transformados en dignidad sonora, las encuentran las flautas indias,
las que esparcieron por el Ande las cenizas de tantos yaravíes, y con el
tiempo, changos, hombres y pájaros y guitarras elevan sus voces en las noches
argentinas, o en las claras mañanas o en las tardes pensativas, devolviéndole
al viento las hilachitas del canto perdido. Por eso hay que hacerse amigo, muy
amigo del viento, hay que escucharlo, hay que entenderlo, hay que amarlo y seguirlo
y soñarlo. Aquél que sea capaz de entender el lenguaje y el rumbo del viento,
de comprender su voz y su destino, hallará siempre el rumbo, alcanzará la
copla, penetrará en el canto".
Así nos dice Atahualpa
Yupanqui, que el viento es el depositario de tristezas, alegrías, dolores y
esperanzas del pueblo y que en el viento debe abrevar el poeta para hacer
verdadera cultura nacional, cuyo destino es finalmente el mismo viento, el
pueblo y nos da en esta alegoría una hermosa y clara concepción de cultura
nacional.
En el segundo texto, Atahualpa
nos habla de la obra del intelectual y su finalidad:
"Nada
resulta superior al destino del canto.
Ninguna fuerza abatirá tus sueños,
porque ellos se nutren con su propia luz.
Se alimentan de su propia pasión.
Renacen cada día, para ser.
Sí, la tierra señala a sus elegidos.
El alma de la tierra, como una sombra, sigue a
los seres
indicados para traducirla en la esperanza, en
la pena,
en la soledad.
Si tu eres el elegido, si has sentido el
reclamo de la tierra,
si comprendes su sombra, te espera
una tremenda responsabilidad.
Puede perseguirte la adversidad,
aquejarte el mal físico,
empobrecerte el medio, desconocerte el mundo,
pueden burlarse y negarte los otros,
pero es inútil, nada apagará la lumbre de tu
antorcha,
porque no es sólo tuya.
Es de la tierra, que te ha señalado.
Y te ha señalado para tu sacrificio, no para
tu vanidad.
La luz que alumbra el corazón del artista
es una lámpara milagrosa que el pueblo usa
para encontrar la belleza en el camino,
la soledad, el miedo, el amor y la muerte.
Si tú no crees en tu pueblo, si no amas, ni
esperas,
ni sufres, ni gozas con tu pueblo,
no alcanzarás a traducirlo nunca.
Escribirás acaso, tu drama de hombre huraño,
sólo sin soledad...
Cantarás tu extravío lejos de la grey, pero tu
grito
será un grito solamente tuyo, que nadie podrá
ya entender.
Sí, la tierra señala a sus elegidos.
Y al llegar al final, tendrán su premio, nadie
los nombrará,
serán lo "anónimo"...
pero ninguna tumba guardará su canto...
Fuente: www.discepolo.org.ar
Me gustaría saber quien es el "escuchado" a que se refiere Atahualpa?
ResponderEliminarJ.E. Romão, de Brasil.