“Esto no es show, ni
concierto ni espectáculo, esto es una guitarreada”, aclaró con firmeza don José
Larralde en el saludo inicial del recital que dio en el teatro El Círculo, y
después de cuatro años de ausencia de los escenarios rosarinos.
Con las luces de la sala
encendidas, sin escenografía y con una puesta técnica mínima y básica, arrancó
con “Un día me fui del pago”, la milonga en homenaje a su tierra natal,
Huanguelén. Empezó con la garganta fría, su voz sonó gastada y sin energía en
el comienzo, pero fue mejorando rápidamente y nunca le faltó el aire decidor,
campero, claro y contundente.
El teatro estuvo casi a
pleno, en silencio absoluto, como escuchando sentencias bíblicas. Larralde no
venía a Rosario desde el 2012 y la sensación del público era de reencuentro con
sus reflexiones e intimidades.
A propósito del público,
allí convivieron las pilchas gauchas con las musculosas, los tatuajes, los
aritos, las trenzas y las rastas. Lo heterogéneo tiene en parte fundamento en
los seguidores que le sumó Ricardo Iorio, de Almafuerte, cuando grabó “De los
pagos del tiempo”, en 1995.
Su dinámica es de recitales
de otros tiempos, esquivando el vértigo y otorgándole valor al silencio y a las
pausas reflexivas. Trata al público como a amigos a los que les cuenta los
avatares de su vida, incluso de sus problemas de salud ya superados.
Preocupado porque suene bien
su guitarra, le dedicó un relato a Roberto Molina, el changarín que le enseñó
los primeros acordes. En ese tramo, contó historias de sus padres y de su
infancia. Con el acompañamiento musical que utilizaban los payadores, fue
ofreciendo su “música opinadora”, dictando una cátedra sobre la esencia del
milonguero y criticando a los folclorólogos que tratan de etiquetar su obra.
Larralde inventó el ritmo de
milonga chamarriteada cuando compuso “La noche del peludero”, y en sintonía con
lo anterior, con lenguaje frontal, sin filtro, recordó cuando Sadaic no quería
registrarlo porque el género no existía.
Con otro relato por milonga,
‘Ramón Contreras’, homenajeó al paisano de quien aprendió los primeros pasos
del oficio de peón. Con la memoria intacta, recordó y contó con detalles la historia,
con asombrosa precisión.
Clima
relajado. Con tono rural, nada urbano ni florido ni
condescendiente con las reglas, Larralde no tiene drama en conversar con la
gente y explicar entretelones o confesar intimidades antes de relatar “Por
adentro de la vida”.
Esa fue la introducción para
recordar que a los 14 años escribió “Mi viejo mate galleta”, ‘una milonga
chiquita’, dijo respecto al tema que retrata costumbres de la vida en el campo.
“Cuando ustedes se cansen o
vean que se aburren y están medio podriditos, me dicen y termino”, sorprendió.
Parecía que concedía al público el poder de decidir la extensión, pero más
adelante corrigió: “Me olvidé de decirles que no me pidan temas porque no les
voy a dar pelota”, dijo recuperando la iniciativa.
El músico se entusiasmó con
las historias que fueron derivando en otras. Si cabe el insulto, insulta, pero
también logró emocionar a todos cuando desde el lamento por la pérdida de su
mate desembocó en sus padres y pidió “dénle un abrazo y un beso a los viejos,
díganles que los quieren”.
Antes de cantar “Patagonia”,
reivindicó la obra de Milton Aguilar y Marcelo Berbel, creadores olvidados en
Argentina. Justamente, la voz de Larralde cantando “Quimey Neuquén”, loncomeo
de esta dupla y un ritmo patagónico que se usa en las rogativas, sonó
curiosamente en la serie norteamericana ‘The Breaking Bad’.
Si bien su obra habla de
vivencias lejanas, demuestra estar al tanto de la actualidad y se anima a
ilustrar sus opiniones con comentarios sobre Vicky Xipolitakis o Lázaro Báez,
generando carcajadas por el contraste de estos personajes con su figura, al
tiempo que reivindica firmemente a los aborígenes y a los caídos en Malvinas.
Cuando anunció “Ayer bajé al
poblao”, advirtió que ‘la historia es larga’, pero el público pidió que la
cuente. Dijo que leyó filosofía y antropología, pero aclaró: “No encontré en
los libros respuesta a qué soy, qué es un hombre en la vida”. Así, dijo, se
puso a pensar y lanzó la conclusión de sus cavilaciones: “Soy un sorete en una
llanta, a veces estoy arriba, a veces abajo, y cuando te deja aplastado ya no
servís ni para mierda”, volvió a sorprender, y completó: “Obvio que ninguna
academia me va a aceptar que llegué a esta conclusión”. Larralde, que se burló
de sus propias reflexiones, no transó con ningún pedido y compartió otra
reflexión, esta vez de San Martín: “Cuando hay libertad, lo demás sobra”.
Humor.
Detectó algún bostezo en la platea y saludó a los que se levantaron para ir al
baño con la mirada atenta que permiten las luces del teatro encendidas hasta el
final.
En el tramo final incluyó “El
alegre canto de los pájaros tristes” y “Otras cosas fuleras”, basadas en
situaciones que, dijo, “me fueron poniendo el alma en rebeldía y otras cosas
fuleras”.
Para quienes no lo conocen,
el Mundo Larralde es una incógnita. Para quienes lo siguen, es un milonguero de
culto, no necesita recorrer los medios para promocionar sus “guitarreadas” y
llenar teatros.
No actúa en festivales desde
mediados de los sesenta, le debe a Cafrune su popularidad inicial y a Yupanqui
el estilo. Enemigo de las formas y las estructuras y alejado del ambiente artístico,
la pobreza vivida en la infancia le da suficiente autoridad para opinar,
sentenciar y aconsejar.
Con solamente sexto grado,
considera que “para amar una cosa hay que sufrirla, hay que llorarla, hay que
sangrarla”. Toca la guitarra de oído y no da notas porque, dice, “yo opino
cuando canto”.
Lamentando que su pueblo
haya olvidado las tradiciones, en el bis rescató la milonga “El Tamayo”, que le
habían pedido desde el inicio de su presentación. Enérgico, hacia el final,
dejó una sugerencia: “Que nos vaya bien a todos y no sean tan pelotudos de
pelearse por política o por fútbol”, con lo cual concluyó su guitarreada.