¡Suerte! ¡Suerte! ¡No hay más
que mirarte en la cara y aceptarte linda o fea, como se te dé la gana venir!
Por su bien, el resero tiene la
vida demasiado cerca para poder perderse en cavilaciones de índole acobardadora.
La necesidad de luchar continuamente no le da tiempo para atardarse en
derrotas; o sigue o afloja del todo, cuando ya ni un poco de poder le queda
para encarar la vida. Dejarse ablandar por una pasajera amargura, lo expone a
tomar el gran trago de todo cimarrón que se acoquina: la muerte. Una medida
grande de fe le es necesaria en cada momento, y tiene que sacarla de adentro,
cueste lo que cueste, porque la pampa es un callejón sin salida para el flojo.
Ley del fuerte es quedarse con la suya o irse definitivamente.
¿Por qué, si no por una
absoluta confianza, era tan tranquilo mi padrino en las peores emergencias? Sin
inmutarse, por darla de antemano toda perdida, sonreía con razón ante las
dificultades.
"Del suelo no voy a
pasar", suele decir el domador, respondiendo a las bromas de los que
pronostican un golpe, entendiendo con ello que a todo hay un límite y que, al
fin y al cabo, el poder está en no asustarse ante él. "De la muerte no voy
a pasar", parecía ser el pensamiento de mi padrino, "y la muerte ni
me asusta, ni me encuentra arisco".
Cuando todos estaban de ida
hacia la muerte, él venía de vuelta. El dolor, según aprecié más de una vez,
era como su pan de cada día, y sólo la imposibilidad de mover algún miembro
herido o golpeado le sugería una protesta. "La osamenta", como solía
llamar a su cuerpo, no debía "desnegarse" al empleo que se le
quisiera dar.
Pero todos estos pensamientos
míos no pasaban de ser más que conjeturas. Verdad era su absoluta indiferencia
ante los hechos, a quienes oponía comentarios irónicos.
¡Quién fuera como él! Yo sufría
por todo, como un agua sensible al declive, al viento, al sol y a la hojita del
sauce llorón que le tajea el lomo.
Fragmento
de Don Segundo Sombra, cap. XXIV, Ricardo Güiraldes.