sábado, 6 de junio de 2015

Los Cantares de la Pampa

Al hombre de la llanura, al gaucho pampeano, le gustaban los temas extensos, los asuntos tendidos a lo largo de sextillas o décimas.
Sin saberlo, el gaucho ponía toda la pampa en su canto, y su voz era un espejo de leguas.
Llegaba de lejos, galopando. Había vencido a la Pampa, pero sólo externamente. Por dentro, la Pampa seguía domando al hombre. La tierra imprimía su ritmo, filtraba sus rumores, cavaba su pozo de angustia en el corazón del hombre.
Cuando el hombre cantaba en las pulperías, ya fueran cifras, milongas o aires sureros, la tierra llana se prolongaba en la música.
A través del madero apretado de angustia o de la conversación rimada, estaban presentes el sauce y el arroyo.
Como no conocía el arpegio, el gaucho usaba el rasgueo, y comenzaban a galopar potros sonoros sobre seis caminos, sensibles en los que la polvareda de los refranes y versos cantados, copiaban en todo la vida de la Pampa.
Mano pesada y grande la del paisano. Mano para la rienda y el lazo, para el boleo y la lanza. Cualquier caricia era áspera, en la guitarra o en la china amada. Áspera y tierna, como la flor del cardo.
Porque su gracia era la gracia salvaje del cardo florecido. Nunca supo de margaritas ni de macachines porque esas flores de la Pampa nacieron para las muchachas, enamoradas, para las chinitillas del puesto. Para el gaucho había otras flores, ásperas, de plantas con espinas.
Parecía ser su destino aquel de hallar la belleza sólo en lo que desgarra, deslumbra, sorprende y ofrece combate.
Para narrar los temas del campo, usaba el modo musical de la cifra. Para hablar de caminos, carreras, "yerras" y sucedidos, andaba el gaucho por la huella de las décimas ajustado al movimiento de la milonga de los fogones.
Pero para oírse a sí mismo, en soledad, para ahondar en su íntima pampa de cavilaciones y maduras primaveras, buscó el estilo. Se inclinó sobre la guitarra como quien se asomara al brocal de un pozo para contar, él solo, las estrellas reflejadas en el agua profunda.
Si el gaucho buscó auditorio en todas las pulperías y fogones de la Pampa, para contar sucedidos y combates, carreras y duelos de varonía, lo hizo sabiendo que eso interesaba a todos. Traducía a su pueblo en la cifra y en la milonga, pero callaba y escondía su estilo, porque en el estilo estaban su miedo y su pena, su amor y su esperanza de hombre, su orgullo de gaucho y su honor de caballero de la Pampa.
Para cantar su estilo, el hombre no tuvo más compañía que la llanura llena de rumores dispersos, con sus gramillas y cardales, sus cañadones, sus caminos infinitos.
Muchas veces, en algún rancho, fue sorprendido por otro solitario, de esos hombres sin más querencia que la huella larga. El gaucho, en ese trance, abandonaba los versos y seguía entonando la simple melodía de su estilo, "tarareando" la música, como sin darle importancia.
Era pudor de hombre; orgullo de sufrir callado. La pena, es un secreto gaucho. Siempre escondió las heridas del cuerpo y nadie supo jamás las de su corazón.

"Hay leña que arde sin humo.
Cada cual quema su leña..."

Sólo en la medida que sus asuntos eran los asuntos del pueblo, el paisano abría su grito, amplio como la Pampa y desnudaba su canto.
Pero para su herida, que era su compañía, su pudor y su orgullo, para su estilo, buscaba la soledad, la misma importante soledad que buscan los cóndores para morir.
Entonces, en la profunda soledad de sí mismo, cantaba el Estilo.
Y también entonces, cuando quería ser suave, cuando buscaba un arpegio traductor de su ternura y de su recuerdo, la "ruda mano de peón" imponía el rasguido pesado, imitador de galopes sobre la Pampa. Hasta en ese momento, tan suyo, la mano era pesada y lenta, incapaz de juegos técnicos ni desarrollos lógicos. Tal vez su mano cargara, en el minuto alto de su canto de hombre, su propio corazón ayudándolo a decir su trova, en medio del campo callado.

Con ruda mano de peón, paisana,
quise acariciar tu frente
y sólo supe ofenderte
sin quererlo, corazón.

Para ti fue manotón, paisana,
lo que para mí, ternura.
¡Hondo pozo de amargura
cavó mi mano de peón!

Extraído del libro "Aires Indios" de don Atahualpa Yupanqui.