Al hombre de la llanura, al
gaucho pampeano, le gustaban los temas extensos, los asuntos tendidos a lo
largo de sextillas o décimas.
Sin saberlo, el gaucho ponía
toda la pampa en su canto, y su voz era un espejo de leguas.
Llegaba de lejos, galopando.
Había vencido a la Pampa, pero sólo externamente. Por dentro, la Pampa seguía
domando al hombre. La tierra imprimía su ritmo, filtraba sus rumores, cavaba su
pozo de angustia en el corazón del hombre.
Cuando el hombre cantaba en las
pulperías, ya fueran cifras, milongas o aires sureros, la tierra llana se prolongaba
en la música.
A través del madero apretado de
angustia o de la conversación rimada, estaban presentes el sauce y el arroyo.
Como no conocía el arpegio, el
gaucho usaba el rasgueo, y comenzaban a galopar potros sonoros sobre seis
caminos, sensibles en los que la polvareda de los refranes y versos cantados,
copiaban en todo la vida de la Pampa.
Mano pesada y grande la del
paisano. Mano para la rienda y el lazo, para el boleo y la lanza. Cualquier
caricia era áspera, en la guitarra o en la china amada. Áspera y tierna, como
la flor del cardo.
Porque su gracia era la gracia
salvaje del cardo florecido. Nunca supo de margaritas ni de macachines porque
esas flores de la Pampa nacieron para las muchachas, enamoradas, para las
chinitillas del puesto. Para el gaucho había otras flores, ásperas, de plantas
con espinas.
Parecía ser su destino aquel de
hallar la belleza sólo en lo que desgarra, deslumbra, sorprende y ofrece
combate.
Para narrar los temas del
campo, usaba el modo musical de la cifra. Para hablar de caminos, carreras,
"yerras" y sucedidos, andaba el gaucho por la huella de las décimas
ajustado al movimiento de la milonga de los fogones.
Pero para oírse a sí mismo, en
soledad, para ahondar en su íntima pampa de cavilaciones y maduras primaveras,
buscó el estilo. Se inclinó sobre la guitarra como quien se asomara al brocal
de un pozo para contar, él solo, las estrellas reflejadas en el agua profunda.
Si el gaucho buscó auditorio en
todas las pulperías y fogones de la Pampa, para contar sucedidos y combates,
carreras y duelos de varonía, lo hizo sabiendo que eso interesaba a todos.
Traducía a su pueblo en la cifra y en la milonga, pero callaba y escondía su
estilo, porque en el estilo estaban su miedo y su pena, su amor y su esperanza
de hombre, su orgullo de gaucho y su honor de caballero de la Pampa.
Para cantar su estilo, el
hombre no tuvo más compañía que la llanura llena de rumores dispersos, con sus
gramillas y cardales, sus cañadones, sus caminos infinitos.
Muchas veces, en algún rancho,
fue sorprendido por otro solitario, de esos hombres sin más querencia que la
huella larga. El gaucho, en ese trance, abandonaba los versos y seguía
entonando la simple melodía de su estilo, "tarareando" la música,
como sin darle importancia.
Era pudor de hombre; orgullo de
sufrir callado. La pena, es un secreto gaucho. Siempre escondió las heridas del
cuerpo y nadie supo jamás las de su corazón.
"Hay
leña que arde sin humo.
Cada
cual quema su leña..."
Sólo en la medida que sus
asuntos eran los asuntos del pueblo, el paisano abría su grito, amplio como la
Pampa y desnudaba su canto.
Pero para su herida, que era su
compañía, su pudor y su orgullo, para su estilo, buscaba la soledad, la misma
importante soledad que buscan los cóndores para morir.
Entonces, en la profunda
soledad de sí mismo, cantaba el Estilo.
Y también entonces, cuando
quería ser suave, cuando buscaba un arpegio traductor de su ternura y de su
recuerdo, la "ruda mano de peón" imponía el rasguido pesado, imitador
de galopes sobre la Pampa. Hasta en ese momento, tan suyo, la mano era pesada y
lenta, incapaz de juegos técnicos ni desarrollos lógicos. Tal vez su mano
cargara, en el minuto alto de su canto de hombre, su propio corazón ayudándolo
a decir su trova, en medio del campo callado.
Con
ruda mano de peón, paisana,
quise
acariciar tu frente
y
sólo supe ofenderte
sin
quererlo, corazón.
Para
ti fue manotón, paisana,
lo
que para mí, ternura.
¡Hondo
pozo de amargura
cavó
mi mano de peón!
Extraído del libro "Aires Indios" de don Atahualpa Yupanqui.