sábado, 19 de abril de 2014

La pervivencia del Gaucho

"Martín Fierro es lo invariante, lo permanente de un sino regional, estructural, social. No solamente vive todavía... sino que vivirá mientras esa matriz siga gestando hijos con todas las sustancias de su ser" (Martínez Estrada, E. Muerte y transfiguración de Martín Fierro, p. 75)

"...nosotros, argentinos, poseemos un mito gaucho como expresión de un estilo biológico y anímico siempre capaz de nueva vida a través de sucesivos avatares y transformaciones" (Astrada, C. El mito gaucho, p. 65-66)

En gran medida la tradición gaucha ha pervivido gracias al mantenimiento que ha hecho de ella un gran sector de la capa popular asociado indudablemente al sector rural de nuestro país. Y es que mientras que las grandes ciudades y poblaciones se han caracterizado por priorizar en sus habitantes una visión global reducida a los mandatos de ismos que han configurado una mentalidad particular acorde a los movimientos que en el mundo se gestaron en nombre del desarrollo material y la civilización industrial: pragmatismo, positivismo y capitalismo, el hombre de campo es quien con naturalidad ha guardado las costumbres propias que redescubren nuestra originalidad. Las ciudades, sumidas en el ritmo desenfrenado de la dualidad omnipresente de producción-consumo, han determinado una clase de ser humano desarraigado de la tradición y sujeto al arbitrio del cambio incesante que supone la moda. La tradición se define por su singular estatismo en el que la persona -y su espíritu, no necesitan más que amoldarse a ciertos patrones universales que se corresponden con el hondo significado de un ser en el mundo distintivo y original. La moda, es decir, el tratamiento al que se ve sujeto el citadino, es un flujo de permanente cambio que redunda en la más obsoleta efimeridad y que restringe al hombre a los límites de ser meramente un reflejo de aquello que compra y consume (sean distracciones, vestimenta, alimentos, artefactos y demás desnaturalizaciones). Por esto es que la tradición -nuestra tradición, la que define nuestro ser en el mundo dentro de patrones universales- ha mantenido viva su llama esperanzadora dentro de los sectores populares de extracción rural: el campesino, el labrador, la persona más vinculada con el terruño, es la que encuentra una profunda definición de sí misma en aquello que las posibilidades de la tierra le brinda en su cotidiana labor. Estamos hablando de una conexión íntima, espiritual, con el entorno que hace a las personas partícipes activos del rumor que la tradición convierte en eclosión de vida para los vástagos del suelo, quienes conscientes de formar parte del inmenso plan de Dios, viven el tiempo con la calma y la plenitud propias a quien cuida y ennoblece sus raíces y sabiduría. Por esto que las masas rurales -sobre todo aquellas que no se han visto influidas directamente por el elemento foráneo llegado con la inmigración, en cierto sentido reproduzcan el ejemplo conductual del gaucho de antaño -en su vestimenta, en su cultura, en su eticidad.

El gaucho siempre ha estado asociado, sobre todo en su época clásica, a un modo de vida que guarda una íntima relación de hermandad con aquel que han llevado desde tiempos inmemoriales las tribus nómadas que han transitado las estepas y desiertos del mundo oriental. Profundamente enraizadas en códigos de conducta que priorizaban la lealtad, el honor, la valentía, la frugalidad, la generosidad y el estoicismo, las civilizaciones nómadas fueron las encargadas de atesorar desde los tiempos antiguos las tradiciones fundamentales que han sido las encargadas de marcar los rumbos para la humanidad. Toda civilización vinculada al nomadismo ha estado relacionada indisolublemente al pastoreo, vocación propia a la estirpe desde que el ganado animal es móvil como el mismo estilo de vida llevado por ella. Nómada era el hombre original, libre, desapegado, mas con el hondo sentir de la tierra y la espiritualidad más profunda abierta a los infinitos espacios exteriores e interiores -de aquí que los grandes profetas de la humanidad hayan sido pastores, y en su generalidad, nómades. El gaucho fue el herdero de estos modos vivenciales, y su emergencia en la historia del mundo no nos parece para nada fortuita. Tal vez sin saberlo, el gaucho fue germinado en esta tierra nuestra para constituirse en modelo de la tradición, en modelo de esos patrones universales que todo hombre necesita para conocer su ser en el mundo y vivir de acuerdo a él, que es decir de acuerdo a la tradición legada por sus antepasados. De aquí que el gaucho, si bien creyente profundo, por no decir místico, no haya sido una persona religiosa, es decir, sujeta a dogmas o catequismos. El gaucho poseía una espiritualidad auténtica que se correspondía con su experiencia de la libertad, con su hondo sentir de la pampa abierta como espacio infinito: para él, Dios, era el mismo sentido de libertad y honradez que hacía de él una persona íntegra y de bien; y ese sentido de la libertad hacía que su alma fuese plétora de música y poesía, que es decir anhelo del más allá, de la trascendencia propia que confiere un sentido vertical a los seres humanos. Todo esto el gaucho lo llevaba como entidad madre desde su ascendencia morisca, remontando su linaje a la civilización forjada por los hijos de Ismael, el Islam, tradición de nuestros antepasados orientales que tuvo un maravilloso florecer en la España medieval. Todo en el gaucho es oriental -sus vestimentas, hábitos, creencias-, lo que lo diferencia netamente del elemento típicamente español -europeo- que predominó sobre ciertas clases dirigentes 'cultas' que hubo en la Argentina como resabios del virreinato colonizador. Y oriental es, por propia definición, toda auténtica tradición, como tampoco podemos negar el hecho de que en parte la emergencia del gaucho también fue debida gracias al elemento aborigen con quien el morisco se mestizó. Y no vemos contradicción alguna: los registros históricos nos muestran una gran mestización de moriscos con mujeres sobre todo guaraníes, etnia asociada también al nomadismo y a una particular visión religiosa que los vincula a lo que hemos llamado 'tradición oriental', visión que les procuraba un modo existencial muy particular, divergente del español aunque cercano al morisco. Ocuparnos de la visión religiosa guaraní excedería este humilde artículo, por lo que Dios mediante será un tema a tratar a futuro.

Si bien el gaucho vio mermada su libertad debido a que la tierra donde acostumbraba realizar sus vaquerías progresivamente fue convirtiéndose en propiedad privada y su presencia comenzó a verse como un estorbo para los proyectos político-liberales de los dirigentes del país, poco a poco, a medida que sedentarizaba su existencia, fue relacionándose con los trabajos rurales para los que tenía una inmejorable experiencia. Así, la tradición gaucha pasó a manos del campesinado. Y si bien fue reducido hasta casi su desaparición, el gaucho ha encontrado feliz supervivencia en las costumbres camperas y en el folcore nuestro de mano de serios cantores y guitarreros que han hecho del arte un instrumento para la criolla consciencia y su transmisión.

Considerando así el asunto, ante la desmedida uniformidad que se impone desde los sistemas de dominación cultural, se nos hace necesario revalorizar y rescatar el ejemplo del gaucho de antaño, su hermosa tradición, y hacerla vívida en nuestra rutina cotidiana, ya que, insistimos, no ha sido casual su emergencia como signo distintivo de identidad tradicional: ha sido el fruto de un movimiento sagrado encargado de traer hacia estos lados la brillante iridiscencia de un modo vivencial que remite al ser humano a su naturaleza primordial. Allí se conservan nuestros ejemplos decidores y desde allí debemos nutrir nuestra voluntad de hombres libres y soberanos ante Dios.

Nota final: También debemos anotar, por fuerza de ser sinceros, que nuestra tradición se encuentra plasmada de modo representativo en los versos del Martín Fierro; y es que a nuestro entender el poema es una historia de redención gaucha que guarda nuestro descubrimiento como hombres en el mundo y nuestra consumación  como pueblo que busca y anhela la emancipación de todo aquello que injustamente lo oprime. Martín Fierro vive una Edad de Oro, desciende a los infiernos y regresa cumpliendo con los mandatos que constituyen en definitiva su más íntima trascendencia. Es el camino que toda persona debe transitar para lograr cumplir con su significado inherente: Martín Fierro es un reflejo de nuestro ser en el mundo, del descenso y la apoteosis de las posibilidades concretadas que todo hombre guarda en sí mismo. El inmenso mérito del poema es que el héroe -aquel que todos deberíamos ser ante los ojos de Dios- es un hijo de esta tierra, lo que involucra a nuestro ser nacional con el ser universal, vinculándolos en una relación de reciprocidad que confiere eternidad al significado de sus versos. El gaucho sosegado, laborioso y familiero es llevado a matrerear como insurgencia frente a las injusticias que se ciernen sobre él y concluye siendo un anciano sabio que aconseja a sus hijos en el camino de la rectitud. Este último Martín Fierro es el que nos debe servir de modelo de conducta para evitar todo aquello que a él lo ha conducido a errar y que puede sucedernos como seres humanos en cualquier momento.

Por esto que la pervivencia del gaucho se encuentra en cada uno de nosotros: primero, como seres humanos, luego, como argentinos. Redescubrirla facilitará nuestro sentido de pertenencia dentro de la existencia y nos llevará, Dios mediante, al redescubrimiento de nosotros mismos.

miércoles, 9 de abril de 2014

Entrevista a don José Larralde

Entrevista al gran trovador gaucho realizada por dos jóvenes periodistas de Huanguelén, ciudad natal del maestro. En ella expone su particular punto de vista. Imperdible.