¡Genuario Bustos! He visto
gauchos después. Había gauchos entonces. Pero para mí Bustos era un arquetipo
del gaucho. Tenía el mismo temple y el mismo pudor de mi padre. Lo veo,
llegando a mi casa, después de manear su caballo y mirarlo un rato, detenerse
ante el portón e inclinarse, quitándose las espuelas y ocultando bajo su
corralera el mango plateado de su daga, y luego llamar con suave golpe, en
función de visita. Por hambre que tuviera, apenas probaba algo de la comida, y
bebía agua, y su discurso era brevísimo, cordial y prudente. Y allá en su casa,
en su rancho de puestero, era ejemplo de trabajo en los corrales, en los
arreos, en el cuidado de la familia. Hasta cuando algo gracioso le producía
risa, se llevaba la mano a los bigotes como frenándose para no descomponer su
eterna actitud de paisano entrado en razón. ¡Genuario Bustos! Ahora, a cerca de
medio siglo de su partida de este mundo, lo recuerdo y le agradezco el poncho
que me echaba encima en los atardeceres de agosto, el espectáculo de su caballo
tan bien enseñado, su ejemplo de hombre cabal, y la voz grave y serena que
muchas veces me narraba sucedidos de la Pampa que tanto conoció.
(Don
Atahualpa Yupanqui, extraído del libro El Canto del Viento)
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