miércoles, 14 de mayo de 2014

Pancho Sierra, el Resero del Infinito

"El don de sí para Dios es siempre un don de sí para todos; darse a Dios, aunque sea sin saberlo los demás, es darse a los hombres, pues en este don de sí hay un valor sacrificial cuya irradiación es incalculable" (F. Schuon, Las Perlas del Peregrino).

Dentro de la noble estirpe constituida por nuestros gloriosos antepasados, existen hombres particularmente especiales por su entrega leal y sincera al sendero de Dios y la Tradición. Estos seres, luminarias espirituales que representan un nexo arquetípico en la relación del alma con lo sagrado, se han manifestado a través de los tiempos clásicos de la historia de nuestro suelo mediante la criolla unción que simboliza nuestra raza gaucha. Al referirnos a 'raza' de ninguna manera aludimos a su sentido biológico sino a su connotación espiritual: raza como epifanía -revelación- de modos vivenciales asociados a la Divina Sabiduría, lo que el citado tradicionalista Frithjof Schuon ha llamado "genio étnico": "El genio étnico puede subrayar con preferencia tal o cual aspecto -con pleno derecho y con tanta más seguridad como que todo genio étnico procede del Cielo-, pero su función no podría ser la de falsificar las intenciones primordiales; por el contrario, la vocación del genio consiste en hacerlas tan transparentes como sea posible para la mentalidad que representa" (F. Schuon, Sobre los mundos antiguos, pág. 7).

En numerosos lugares de la geografía sagrada de nuestra tierra argentina el culto popular -la fe sencilla sin limitaciones ni abstracciones conceptuales- ha entronizado a estos individuos especiales que en vida -y luego de ella- han mostrado capacidades milagrosas que se definen a instancias de una conexión natural y de arraigo incuestionable con las propias tradiciones -culturales y religiosas- que han sido reveladas desde tiempos inmemoriales, y en una entrega sin restricciones al prójimo haciendo hermosamente reales las palabras pronunciadas por todo Profeta de Dios: "Amarás al prójimo como a ti mismo" y "Querrás para tu hermano lo que quieres para ti mismo".

El sentido primordial de toda enseñanza religiosa siempre ha sido desarrollar y encauzar el curso de la humanidad hacia estados superiores -ética y espiritualmente, estados que por naturaleza le corresponden originalmente al hombre- de acuerdo a la voluntad de Dios, transmitida por boca de Sus Mensajeros. Luego de ellos, hombres santos -en el sentido de 'corazones limpios y espiritualmente íntegros’- han sido los encargados de difundir y representar el mensaje liberador de Dios para los seres humanos. Ningún mensajero ni santo se ha servido del arma desmesurada de la coacción y el fanatismo; todo lo contrario, han sido ejemplos de virtud, desapego, humildad y entrega a los demás; ellos han sido quienes a través de los tiempos han manifestado cabalmente el espíritu emancipador de la religión sin rigorismos ni erudiciones ni conceptos excluyentes, sino con la deferencia de las almas magnánimas e iluminadas frente al dolor y la tribulación de los siervos del Creador.

La Santidad es el atributo que tal vez mejor defina lo Divino. Dios es Santo porque está exento de impurezas y desde Él se manifiestan los atributos del Bien, la Verdad y la Belleza que dan orden al universo y al hombre en él. Toda criatura humana que por entrega y esfuerzo personal se abre a la divina Misericordia y realiza el camino espiritual puede llegar a participar en el atributo de la Santidad. Esto corresponde a la infinita Gracia de Dios, como lo ha graficado nuestro Profeta Muhammad (que Dios le bendiga y conceda paz): cuando Dios ama a un hombre que se acerca a Él mediante las obras que son de Su agrado, Él se convierte en los ojos con los que mira, en la boca con la que habla, en las manos con las que toca y en los pies con los que camina; estas son señales indudables de Santidad. Por esto el santo es el espacio existencial donde el Cielo se comunica con la Tierra, es decir, el Centro desde donde los influjos espirituales se difunden hacia el nivel del mundo, la incidencia directa de un rayo que revela verticalidad sobre el plano horizontal de la superficie terrestre.

Como apuntamos anteriormente nuestro suelo ha sido bendecido por la criolla unción de la estirpe gaucha. Brevemente diremos que el gaucho es el símbolo fundamental que representa la tradición en nuestro entorno argentino. Como tal ya goza del destino singular de ser arquetipo de un modelo universal, una hierofanía, según el concepto acuñado por Mircea Eliade y que alude al acto de manifestación de lo sagrado en el mundo. El gaucho arquetípico se manifiesta como virtuoso, místico y artista: virtuoso en cuanto a comportamientos nobles, rectos y honrados; místico en cuanto al vínculo con Dios que sacraliza su arraigo natural; y artista en cuanto a que ha hecho de la música una prolongación de su espíritu santificado y creador. Indudablemente no todo gaucho ha respondido a estas características arquetípicas; pero sí quienes a nuestro entender representan acabadamente la imagen del modelo universal que ha sido revelado mediante los Mensajeros de Dios. Uno de esos casos notables y preciosos ha sido el de don Francisco "Pancho" Sierra, conocido como el "Gaucho Santo de Pergamino", "El Doctor del Agua Fría" y "El Resero del Infinito".

Es el año 1831 y en la ciudad de Pergamino (provincia de Buenos Aires) la familia Sierra ha decidido instalarse en una estancia conocida como El Porvenir. En este sitio ubicado en medio de los llanos pampeanos, Pancho Sierra transcurrirá su vida como hacendado en su juventud y como el Gaucho de Dios desde su madurez hasta los últimos días en que viviera. El primer año de vida ha sido el símbolo de un destino que intentó mostrarle apenas un pequeño pasaje de lo que acontecería mucho tiempo después. Sus padres Don Francisco Sierra y Doña Raimunda Ulloa habrán de enfrentarse a una compleja enfermedad que hundirá a Francisco Sierra en una fiebre intensa, declarándolo desahuciado por parte de los más importantes médicos de la ciudad de Buenos Aires. Es el año 1832 y la enfermedad es el primer paso que pone a Pancho Sierra frente a una historia muy particular ya que, pese a la incertidumbre del dolor, la vida del Gaucho de Dios será el milagro de miles de fieles que acudirán hora tras hora a recibir sus curaciones. Fue así que una noche en que su madre cuidaba de él, entre el cansancio y la desesperación, el sueño agotó sus fuerzas. La noche era ventosa y una fuerte lluvia amenazaba a los llanos. Su madre solía rezar frente a una cruz que pendía por encima de la cabecera de la cuna de Francisco y entre los brazos del Cristo, una pequeña rama de olivo. Cuando el viento abrió las ventanas, la rama de olivo cayó en la frente del niño, y al ver esto, su madre corrió en busca de su esposo, ya que desde aquel entonces tuvo la tremenda intuición de que Francisco debería recorrer los llanos como el santo bonaerense.

Desde entonces los años empezaron a transcurrir para convertirlo en un joven capaz de desenvolverse en los negocios que heredó de sus padres una vez fallecidos. Durante su juventud pasó la mayor parte de sus años compartiendo la hacienda con dos tías y viajando de vez en cuando a Buenos Aires por los negocios de la misma.

Por aquellos tiempos una joven criada de nombre Nemesia llegó a la estancia por trabajo. Francisco no conoció otro amor más que aquel que pudo compartir brevemente con Nemesia. Sin embargo, el dolor lo colocó una vez más frente a la soledad. Sus tías percibieron aquella relación a la que consideraron imposible y, estando ausente Francisco, enviaron a la joven a un pueblo en la provincia de Córdoba. Al regresar a su estancia Francisco sólo pudo hallar el silencio de aquellas mujeres que le ocultaron la verdad. Pese a ello una humilde mujer le relató lo sucedido y Francisco salió en busca de Nemesia. El viaje duró algunos días y el cansancio hizo que Sierra se detuviera en un paraje -paraje del Árbol Sólo - en las cercanías del río Luján. La noche se mostraba demasiado clara y Francisco no podía dormir pensando en el destino de aquel amor imposible.

Caminando cerca de la tranquera de aquel paraje, Sierra alcanzó a ver un hombre anciano de barbas y cabellos blancos que caminaba sosteniéndose de un bastón. Al acercarse el anciano, y como si hubiese sido una visión, el misterioso hombre le anunció: “Hijo, vas en un largo viaje y con mucha esperanza, pero lo que tú buscas ya no te pertenece pues pertenece a Dios, que es Quien nos gobierna, y Él tiene para ti destinado algo muy grande; tú ya conociste muy de cerca el dolor, pero un último dolor tendrás que pasar para comenzar luego, cuando Dios lo disponga, la maravillosa  obra que te tiene preparada”. Con este anuncio Sierra entendió que ya no podría ver a su amada porque su vida se había terminado. Nemesia lo había esperado y entre tanta tristeza murió días antes que llegara Francisco. Sin embargo, la maravillosa obra tendría lugar un tiempo después: el Gaucho de Dios, el Doctor del Agua Fría, serán algunos de los nombres con los que sus fieles lo reconocerán en vida y aún después de su muerte.

Al regresar a su estancia comenzó una larga etapa de silencio y meditación que lo llevó a enclaustrarse en el altillo de su hacienda. Salía en escasas ocasiones, durante la noche, a recorrer el campo acompañado de algunos perros. Su barba y sus cabellos, prolongados y abundantes de color grisáceo y de gran brillo, ondeaban desalineados por la brisa cuando se paseaba solitario entres los árboles y la vegetación del jardín de la estancia, y formaban aureolas místicas que prefiguraban su gran misión. Muchas veces tocaba la guitarra, develando armoniosas notas que llegaban al corazón (Don Pancho tuvo algo que ver en los primeros pasos de las payadas o cantos pampeanos, aunque desgraciadamente no hayamos hasta ahora encontrado letras de su autoría ni referencias mayores de su guitarrear. Digamos que pudo ser el inspirador de una modalidad conocida en los primeros tiempos cual era “Payar a lo divino”, que significaba incursionar en temas de Dios y metafísicos, lo que condice con su conocido temperamento místico). Se lo veía a orillas del rio Arrecifes contemplando la naturaleza y escuchando el canto de los pájaros. Tenía un marcado parecido con el poeta Carlos Guido y Spano, y como él vestía siempre ropas holgadas y tradicionales: bombacha, camisa criolla, conocida como garibaldina, ancho sombrero de copa y poncho de vicuña.

 Pasaron algunos años hasta que, encontrándose en profunda meditación y conversando con Dios, escuchó una voz que le dijo: "Ha llegado la  hora de empezar tu misión: Dios te otorga el poder y tu espíritu se halla preparado. El Divino  Maestro Jesús coloca en tus manos el fluido de  la salud para todos los enfermos corporales y espirituales. El Espíritu que vive y reina en tu cuerpo ilumina tu mente porque Dios te ha elegido." Es una certeza de fe, en toda Tradición viva, que los espíritus elegidos para cumplir una misión desde el ámbito divino, cuentan con el apoyo y el soporte celestial de un Mensajero de Dios especial que oficia de Patrono, según el atributo que conlleve. Por esto que don  Pancho Sierra recibió el apoyo y la maestría de Jesús, que Dios le conceda paz, quien llevó el atributo divino de curación y videncia. Dice Dios en el Sagrado Corán: “(Y Jesús les dirá) Sanaré al ciego y al leproso y daré vida a los muertos con el permiso de Dios y os diré sin verlo lo que coméis y lo que guardáis en vuestras casas” (3:48).

A partir de aquel entonces Francisco abandonó su templo personal (lucia ya barba y cabellos blancos) para dedicarse a sus paisanos. Encontrándose un día en su estancia y hablando con uno de sus peones, notó que este buen hombre comenzó a retorcerse de dolor. De inmediato Sierra tomó agua de su aljibe y dio de beber al joven diciendo una oración. El joven se levantó luego de algunos minutos complemente sano y se dirigió a Francisco besándole las manos. A partir de allí la vida del Gaucho de Dios cambió por completo y miles de personas llegaban a su estancia en busca de sus curaciones y de su palabra sanadora.

A partir del año 1891, año en que desapareciera físicamente, los fieles se multiplicaron y dieron lugar a la devoción popular en la ciudad de Salto Argentino, sitio en donde descansan sus restos. Así todos los 21 de abril (fecha de su nacimiento) y los 4 de diciembre (fecha en que partiera físicamente) la ciudad de Salto Argentino (provincia de Buenos Aires) llega a poblarse con miles de personas que llegan desde los distintos puntos del país buscando nutrirse de sus bendiciones de mediador de Dios.

Así nació y se fortifica la figura de Pancho Sierra: El resero del Infinito, El Doctor del Agua Fría. La vida - entre histórica, legendaria y mítica - de Francisco Sierra es el relato del destino de este Santo popular y hombre carismático respetado en la sociedad de aquel entonces, que refleja la sed del pueblo que busca mitigarse en sus santos populares, no solamente por el milagro de sanación, sino también en la identificación y la unión entre su gente.

Algunos milagros de don Pancho Sierra

“El hombre reza, y la oración forma al hombre. El santo se ha convertido él mismo en oración, lugar de encuentro entre la tierra y el Cielo; él contiene, por ello, el universo, y el universo reza con él. Está en todas partes donde reza la naturaleza, reza con ella y en ella: en las cimas que tocan el vacío y la eternidad, en una flor que se abre, o en el canto perdido de un pájaro. Quien vive en la oración no ha vivido en vano” (Frithjof Schuon, Las Perlas del Peregrino)

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 En 1881, proveniente de la ciudad de 9 de Julio (Bs As), llegó a la estancia “El Porvenir” don Martín Bazterrica que padecía de un aneurisma en el corazón de diagnóstico incurable. Mantuvo una amable conversación con Pancho Sierra quien al final le ofreció un vaso de agua y le pronosticó que sanaría en dos años. Y así fue. Falleció veintitrés años después, de otra enfermedad.

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Desde la ciudad de Salto (Bs As), en 1887, una mujer de escasos recursos, Indalecia V. de Areco viajaba hacia “El Porvenir” mientras pensaba en la dificultad que tendría para pagar la consulta. Apenas bajó, Don Pancho se le acercó y dijo: “Ya sé que venís muy preocupada pensando cómo harás para pagarme esta visita… pero debieras saber que este gaucho nunca ha recibido un cobre de nadie ni lo aceptaría, porque lo que Dios nos brinda para sanar o aliviar a los humanos no da derecho a lucrar. Toma, bebé este vaso de agua y regresa tranquila que ya estás sana y no tendrás necesidad de volver por lo mismo. Anda nomás… y ¡que Dios te acompañe!”.

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Cuando Manuel Posadas era un niño y estaba muy enfermo, su madre lo llevó a “El Porvenir” donde llegó “casi muerto”. Los recibió Pancho, quien le dijo a la mujer: “Vea, el chico se va a curar y usted ha de rezar y el chico me lo va a volver a casa y le va dando un poco de agua de esta botella que le entrego”… . Cuando llegó a su domicilio ya estaba sano.

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El mayordomo de la estancia de Cano estaba tullido y lo llevaron en un carruaje. Cuando llegó a “El Porvenir” el vehículo se detuvo a unos treinta metros de donde estaba Don Pancho tomando mate. “Baje amigo”, le dijo y le contestaron: “no puede”. Sierra insistió: “¡Sí puede! Venga amigo, no sea mañero”. El hombre empezó a moverse, estiró lentamente las piernas y, a tientas, llegó hasta él.

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El joven Ezequiel Molina, sobrino de una anciana viuda, sin hijos, muy enferma y propietaria de una estancia vecina, se acercó a Pancho para preguntarle: ‘¿Tiene para mucho más la vida de mi pobre tía?’. Y éste le respondió: “Te voy a dar una mala noticia. Lo de tu tía no es grave, pero vos estás realmente enfermo, Tu corazón no marcha bien porque la ambición es muy mala consejera y resulta doloroso que alguien desee la muerte de un familiar para cobrar su herencia.”

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En diciembre de 1887 estaba Pancho tomando mate con sus hermanos. De pronto hizo un silencio y quedó como paralizado. Recuperado del trance, dijo: “Se ha derrumbado la torre de la iglesia de Rojas”. Efectivamente el suceso se había producido en ese momento, a treinta kilómetros de distancia.

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Cierto día, Pancho Sierra estaba rodeado de mucha gente que esperaba turno para ser atendida. La entrada de la casa estaba llena de sulkys, carretas y caballos. De pronto Sierra dirige su mirada hacia la puerta, desde donde hace su aparición un hombre, lentamente, como si el peso que trajera le prohibiera avanzar, o como si sus piernas estuviesen atadas; no levanta la mirada del suelo, como si tuviera el cargo de una vergüenza. Sierra se le acerca, y dándole un vaso de agua, le dice: "Has vencido tu orgullo y tu osadía. Tus cuentas son más claras. Te verás libre de todo bagaje. Ahora vete, pero nunca hables de cosas que no sabes en perjuicio de otros"

Cuando este hombre inicia su regreso asombra su transformación. Camina con toda agilidad.

Se trataba de un conocido médico, que perjudicado en sus intereses, había tenido para Sierra comentarios inmerecidos, por lo que le fue dada una buena lección.

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En aquellos tiempos la langosta era plaga temible que arrasaba todo el esfuerzo del hombre puesto en sus cosechas, en sus huertas, dejando todo en completa desolación; aparecían en grandes mangas que tapando el cielo y el sol, oscurecían el día. Hubo un año que Rojas y Pergamino tuvieron estos desastrosos visitantes que limpiaban los frutos en partes de sus tierras; pero los campos de Sierra permanecieron intactos.

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Un vecino de Salto muy conocido caminaba con mucha dificultad ayudado con muletas. Se dispuso a ir lo de Sierra y cuando éste vio su mateo en la puerta le gritó que tirara sus muletas y bajara. Aquel obedeció, y cuando llegó a su lado, Sierra al ofrecerle un vaso de agua le dice: "Eso te pasa por hereje con los animales. Si quieres caminar sin dificultad tira esa cadena con que les pegas, y podrás hacerlo". Este buen hombre no preciso más de sus muletas, pero tuvo buen cuidado de no pegarle más a sus caballos.

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Corre el año 1890, el Maestro Sierra sabe que una enferma necesita mucho de su agua para curarse, y más de sus palabras para encarar el futuro. María Salomé de Subiza, está muy enferma y lo espera. Los médicos diagnostican una muerte irremediable. Alguien le dice que visite a Pancho Sierra, que en él puede estar su salvación. María al principio resiste el consejo, pero su voz interior la convence.

El mal en un rápido avance le impide realizar el viaje, y surge en ella un deseo más intenso de consultar a este ser por su dolencia.

Las circunstancias, obra del destino, obra de Dios, pone en camino a Sierra hacia la Capital. Enterados los parientes de María lo entrevistan y le piden que vea a la enferma. Pancho llega a la casa de María, observa a la enferma, se miran en silencio, es posible que en ese momento no hicieran falta las palabras. Después de un rato Sierra dice:

-¿Por qué no querías venir a verme? Hace rato que te llamo-. María lo mira con asombro.

- ¿Por qué no te acompaña tu marido?

- Él no pudo dejar sus negocios.

- Se te morirá muy pronto hija, lo mismo que yo.

En esa habitación, en ese momento ocurrió algo trascendente más allá de la comprensión humana. La energía que depositó Pancho y la conversación que tuvieron resultó el bálsamo necesario para la sanación de la enferma.

Al darle de beber agua le entrega una oración para que la repita en ese mismo momento recomendándole que la repitiera diariamente.

Le anunció que tendría miles de hijos espirituales, pues ella sería la continuadora de su obra.

María se recupera. Su marido muere casi al mismo tiempo que Sierra. Cumpliéndose el vaticinio de Pancho son miles los hijos que acuden a la Madre María. Hasta el mismo Hipólito Yrigoyen la consultaba.

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No faltaron los incrédulos que desearon probar ellos mismos lo mucho que se decía de las maravillosas curas de Sierra, atreviéndose a llegar hasta su casa con un supuesto mal. El maestro siempre sabía las intenciones de los incrédulos y les decía: "Váyanse, pero luego tendrán que venir por el mal que se han anunciado". Y así era, en efecto, pasadas unas horas no tenían más remedio que acudir a Don Pancho para que los liberara del dolor que padecían y de ésta forma quedar convencidos de tan cierta realidad. Estos casos divertían mucho a Sierra.

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Varias veces pronosticó que su muerte se produciría un día viernes y, coincidentemente, sucedió el viernes 4 de diciembre de 1891 a consecuencia de una hemorragia cerebral.

* * *
Sus deudos encargaron a la Cochería Hegoburu un sepelio de lujo, con cuatro caballos como era de estilo entre los acaudalados. Cuando cargaron el féretro los animales se empacaron y no había manera de hacerlos andar, hasta que alguien recordó que Pancho había dicho que deseaba algo muy sobrio. Desataron dos equinos y la carroza comenzó su marcha sin dificultad.

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Allá en la norteña tierra
De Pergamino a la vista
Nació el gran naturalista
Llamado don Pancho Sierra,
Su obra inmortal mucho encierra
Para el alma y sus anhelos.
Mártir fue que en sus desvelos
De ninguno aceptó un cobre,
Era el doctor de los pobres
Con potestad de los cielos.

-Francisco Bianco (Pancho Cueva), payador, teatro Argentino de San Vicente, 25 de mayo de 1913 -

1 comentario:

  1. La verdadera historia de Pancho Sierra (quien NO era espiritista) está contada en el libro El gaucho de Dios de Eva Romero de Torres
    https://es.scribd.com/document/443053542/El-Gaucho-de-Dios-de-Eva-Romero-de-Torres

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