"El
don de sí para Dios es siempre un don de sí para todos; darse a Dios, aunque
sea sin saberlo los demás, es darse a los hombres, pues en este don de sí hay
un valor sacrificial cuya irradiación es incalculable" (F.
Schuon, Las Perlas del Peregrino).
Dentro de la noble estirpe
constituida por nuestros gloriosos antepasados, existen hombres particularmente
especiales por su entrega leal y sincera al sendero de Dios y la Tradición.
Estos seres, luminarias espirituales que representan un nexo arquetípico en la
relación del alma con lo sagrado, se han manifestado a través de los tiempos
clásicos de la historia de nuestro suelo mediante la criolla unción que
simboliza nuestra raza gaucha. Al referirnos a 'raza' de ninguna manera aludimos a su sentido biológico sino a su
connotación espiritual: raza como epifanía -revelación-
de modos vivenciales asociados a la Divina Sabiduría, lo que el citado tradicionalista
Frithjof Schuon ha llamado "genio
étnico": "El genio étnico puede
subrayar con preferencia tal o cual aspecto -con pleno derecho y con tanta más
seguridad como que todo genio étnico procede del Cielo-, pero su función no
podría ser la de falsificar las intenciones primordiales; por el contrario, la
vocación del genio consiste en hacerlas tan transparentes como sea posible para
la mentalidad que representa" (F. Schuon, Sobre los mundos antiguos, pág. 7).
En numerosos lugares de la
geografía sagrada de nuestra tierra argentina el culto popular -la fe sencilla sin limitaciones ni
abstracciones conceptuales- ha entronizado a estos individuos especiales
que en vida -y luego de ella- han
mostrado capacidades milagrosas que se definen a instancias de una conexión
natural y de arraigo incuestionable con las propias tradiciones -culturales y religiosas- que han sido
reveladas desde tiempos inmemoriales, y en una entrega sin restricciones al
prójimo haciendo hermosamente reales las palabras pronunciadas por todo Profeta
de Dios: "Amarás al prójimo como a
ti mismo" y "Querrás para
tu hermano lo que quieres para ti mismo".
El sentido primordial de toda
enseñanza religiosa siempre ha sido desarrollar y encauzar el curso de la
humanidad hacia estados superiores -ética
y espiritualmente, estados que por naturaleza le corresponden originalmente al
hombre- de acuerdo a la voluntad de Dios, transmitida por boca de Sus
Mensajeros. Luego de ellos, hombres santos -en
el sentido de 'corazones limpios y espiritualmente íntegros’- han sido los
encargados de difundir y representar el mensaje liberador de Dios para los
seres humanos. Ningún mensajero ni santo se ha servido del arma desmesurada de
la coacción y el fanatismo; todo lo contrario, han sido ejemplos de virtud, desapego,
humildad y entrega a los demás; ellos han sido quienes a través de los tiempos
han manifestado cabalmente el espíritu emancipador de la religión sin
rigorismos ni erudiciones ni conceptos excluyentes, sino con la deferencia de
las almas magnánimas e iluminadas frente al dolor y la tribulación de los
siervos del Creador.
La Santidad es el atributo que
tal vez mejor defina lo Divino. Dios es Santo porque está exento de impurezas y
desde Él se manifiestan los atributos del Bien, la Verdad y la Belleza que dan
orden al universo y al hombre en él. Toda criatura humana que por entrega y
esfuerzo personal se abre a la divina Misericordia y realiza el camino
espiritual puede llegar a participar en el atributo de la Santidad. Esto
corresponde a la infinita Gracia de Dios, como lo ha graficado nuestro Profeta
Muhammad (que Dios le bendiga y conceda
paz): cuando Dios ama a un hombre que se acerca a Él mediante las obras que
son de Su agrado, Él se convierte en los ojos con los que mira, en la boca con
la que habla, en las manos con las que toca y en los pies con los que camina;
estas son señales indudables de Santidad. Por esto el santo es el espacio
existencial donde el Cielo se comunica con la Tierra, es decir, el Centro desde
donde los influjos espirituales se difunden hacia el nivel del mundo, la
incidencia directa de un rayo que revela verticalidad sobre el plano horizontal
de la superficie terrestre.
Como apuntamos anteriormente
nuestro suelo ha sido bendecido por la criolla unción de la estirpe gaucha.
Brevemente diremos que el gaucho es el símbolo fundamental que representa la
tradición en nuestro entorno argentino. Como tal ya goza del destino singular
de ser arquetipo de un modelo universal, una hierofanía, según el concepto acuñado por Mircea Eliade y que alude
al acto de manifestación de lo sagrado en el mundo. El gaucho arquetípico se
manifiesta como virtuoso, místico y artista: virtuoso en cuanto a
comportamientos nobles, rectos y honrados; místico en cuanto al vínculo con
Dios que sacraliza su arraigo natural; y artista en cuanto a que ha hecho de la
música una prolongación de su espíritu santificado y creador. Indudablemente no
todo gaucho ha respondido a estas características arquetípicas; pero sí quienes
a nuestro entender representan acabadamente la imagen del modelo universal que
ha sido revelado mediante los Mensajeros de Dios. Uno de esos casos notables y
preciosos ha sido el de don Francisco "Pancho" Sierra, conocido como
el "Gaucho Santo de Pergamino", "El Doctor del Agua Fría" y
"El Resero del Infinito".
Es el año 1831 y en la ciudad
de Pergamino (provincia de Buenos Aires)
la familia Sierra ha decidido instalarse en una estancia conocida como El
Porvenir. En este sitio ubicado en medio de los llanos pampeanos, Pancho Sierra
transcurrirá su vida como hacendado en su juventud y como el Gaucho de Dios
desde su madurez hasta los últimos días en que viviera. El primer año de vida
ha sido el símbolo de un destino que intentó mostrarle apenas un pequeño pasaje
de lo que acontecería mucho tiempo después. Sus padres Don Francisco Sierra y Doña
Raimunda Ulloa habrán de enfrentarse a una compleja enfermedad que hundirá a
Francisco Sierra en una fiebre intensa, declarándolo desahuciado por parte de
los más importantes médicos de la ciudad de Buenos Aires. Es el año 1832 y la
enfermedad es el primer paso que pone a Pancho Sierra frente a una historia muy
particular ya que, pese a la incertidumbre del dolor, la vida del Gaucho de
Dios será el milagro de miles de fieles que acudirán hora tras hora a recibir
sus curaciones. Fue así que una noche en que su madre cuidaba de él, entre el
cansancio y la desesperación, el sueño agotó sus fuerzas. La noche era ventosa
y una fuerte lluvia amenazaba a los llanos. Su madre solía rezar frente a una
cruz que pendía por encima de la cabecera de la cuna de Francisco y entre los
brazos del Cristo, una pequeña rama de olivo. Cuando el viento abrió las
ventanas, la rama de olivo cayó en la frente del niño, y al ver esto, su madre
corrió en busca de su esposo, ya que desde aquel entonces tuvo la tremenda
intuición de que Francisco debería recorrer los llanos como el santo
bonaerense.
Desde entonces los años
empezaron a transcurrir para convertirlo en un joven capaz de desenvolverse en
los negocios que heredó de sus padres una vez fallecidos. Durante su juventud
pasó la mayor parte de sus años compartiendo la hacienda con dos tías y
viajando de vez en cuando a Buenos Aires por los negocios de la misma.
Por aquellos tiempos una joven
criada de nombre Nemesia llegó a la estancia por trabajo. Francisco no conoció
otro amor más que aquel que pudo compartir brevemente con Nemesia. Sin embargo,
el dolor lo colocó una vez más frente a la soledad. Sus tías percibieron
aquella relación a la que consideraron imposible y, estando ausente Francisco,
enviaron a la joven a un pueblo en la provincia de Córdoba. Al regresar a su
estancia Francisco sólo pudo hallar el silencio de aquellas mujeres que le
ocultaron la verdad. Pese a ello una humilde mujer le relató lo sucedido y Francisco
salió en busca de Nemesia. El viaje duró algunos días y el cansancio hizo que
Sierra se detuviera en un paraje -paraje
del Árbol Sólo - en las cercanías del río Luján. La noche se mostraba
demasiado clara y Francisco no podía dormir pensando en el destino de aquel
amor imposible.
Caminando cerca de la tranquera
de aquel paraje, Sierra alcanzó a ver un hombre anciano de barbas y cabellos
blancos que caminaba sosteniéndose de un bastón. Al acercarse el anciano, y
como si hubiese sido una visión, el misterioso hombre le anunció: “Hijo, vas en un largo viaje y con mucha
esperanza, pero lo que tú buscas ya no te pertenece pues pertenece a Dios, que
es Quien nos gobierna, y Él tiene para ti destinado algo muy grande; tú ya
conociste muy de cerca el dolor, pero un último dolor tendrás que pasar para
comenzar luego, cuando Dios lo disponga, la maravillosa obra que te tiene preparada”. Con este
anuncio Sierra entendió que ya no podría ver a su amada porque su vida se había
terminado. Nemesia lo había esperado y entre tanta tristeza murió días antes
que llegara Francisco. Sin embargo, la maravillosa obra tendría lugar un tiempo
después: el Gaucho de Dios, el Doctor del Agua Fría, serán algunos de los
nombres con los que sus fieles lo reconocerán en vida y aún después de su
muerte.
Al regresar a su estancia
comenzó una larga etapa de silencio y meditación que lo llevó a enclaustrarse
en el altillo de su hacienda. Salía en escasas ocasiones, durante la noche, a
recorrer el campo acompañado de algunos perros. Su barba y sus cabellos,
prolongados y abundantes de color grisáceo y de gran brillo, ondeaban
desalineados por la brisa cuando se paseaba solitario entres los árboles y la
vegetación del jardín de la estancia, y formaban aureolas místicas que
prefiguraban su gran misión. Muchas veces tocaba la guitarra, develando
armoniosas notas que llegaban al corazón (Don
Pancho tuvo algo que ver en los primeros pasos de las payadas o cantos
pampeanos, aunque desgraciadamente no hayamos hasta ahora encontrado letras de
su autoría ni referencias mayores de su guitarrear. Digamos que pudo ser el
inspirador de una modalidad conocida en los primeros tiempos cual era “Payar a
lo divino”, que significaba incursionar en temas de Dios y metafísicos, lo que
condice con su conocido temperamento místico). Se lo veía a orillas del rio
Arrecifes contemplando la naturaleza y escuchando el canto de los pájaros. Tenía
un marcado parecido con el poeta Carlos Guido y Spano, y como él vestía siempre ropas holgadas
y tradicionales: bombacha, camisa criolla, conocida como garibaldina, ancho sombrero de copa y poncho de vicuña.
Pasaron algunos años hasta que, encontrándose
en profunda meditación y conversando con Dios, escuchó una voz que le dijo: "Ha llegado la hora de empezar tu misión: Dios te otorga el
poder y tu espíritu se halla preparado. El Divino Maestro Jesús coloca en tus manos el fluido
de la salud para todos los enfermos
corporales y espirituales. El Espíritu que vive y reina en tu cuerpo ilumina tu
mente porque Dios te ha elegido." Es una certeza de fe, en toda
Tradición viva, que los espíritus elegidos para cumplir una misión desde el
ámbito divino, cuentan con el apoyo y el soporte celestial de un Mensajero de
Dios especial que oficia de Patrono, según el atributo que conlleve. Por esto
que don Pancho Sierra recibió el apoyo y
la maestría de Jesús, que Dios le conceda paz, quien llevó el atributo divino
de curación y videncia. Dice Dios en el Sagrado Corán: “(Y Jesús les dirá) Sanaré al ciego y al leproso y daré vida a los
muertos con el permiso de Dios y os diré sin verlo lo que coméis y lo que
guardáis en vuestras casas” (3:48).
A partir de aquel entonces
Francisco abandonó su templo personal (lucia
ya barba y cabellos blancos) para dedicarse a sus paisanos. Encontrándose
un día en su estancia y hablando con uno de sus peones, notó que este buen
hombre comenzó a retorcerse de dolor. De inmediato Sierra tomó agua de su
aljibe y dio de beber al joven diciendo una oración. El joven se levantó luego
de algunos minutos complemente sano y se dirigió a Francisco besándole las
manos. A partir de allí la vida del Gaucho de Dios cambió por completo y miles
de personas llegaban a su estancia en busca de sus curaciones y de su palabra
sanadora.
A partir del año 1891, año en
que desapareciera físicamente, los fieles se multiplicaron y dieron lugar a la
devoción popular en la ciudad de Salto Argentino, sitio en donde descansan sus
restos. Así todos los 21 de abril (fecha de su nacimiento) y los 4 de diciembre
(fecha en que partiera físicamente) la ciudad de Salto Argentino (provincia de Buenos Aires) llega a
poblarse con miles de personas que llegan desde los distintos puntos del país
buscando nutrirse de sus bendiciones de mediador de Dios.
Así nació y se fortifica la
figura de Pancho Sierra: El resero del Infinito, El Doctor del Agua Fría. La
vida - entre histórica, legendaria y
mítica - de Francisco Sierra es el relato del destino de este Santo popular
y hombre carismático respetado en la sociedad de aquel entonces, que refleja la
sed del pueblo que busca mitigarse en sus santos populares, no solamente por el
milagro de sanación, sino también en la identificación y la unión entre su
gente.
Algunos milagros de don Pancho
Sierra
“El hombre reza, y la oración forma
al hombre. El santo se ha convertido él mismo en oración, lugar de encuentro
entre la tierra y el Cielo; él contiene, por ello, el universo, y el universo
reza con él. Está en todas partes donde reza la naturaleza, reza con ella y en ella:
en las cimas que tocan el vacío y la eternidad, en una flor que se abre, o en
el canto perdido de un pájaro. Quien vive en la oración no ha vivido en vano” (Frithjof Schuon, Las
Perlas del Peregrino)
***
En 1881, proveniente de la ciudad de 9 de Julio
(Bs As), llegó a la estancia “El Porvenir” don Martín Bazterrica que padecía de
un aneurisma en el corazón de diagnóstico incurable. Mantuvo una amable
conversación con Pancho Sierra quien al final le ofreció un vaso de agua y le
pronosticó que sanaría en dos años. Y así fue. Falleció veintitrés años
después, de otra enfermedad.
* * *
Desde la ciudad de Salto (Bs As),
en 1887, una mujer de escasos recursos, Indalecia V. de Areco viajaba hacia “El
Porvenir” mientras pensaba en la dificultad que tendría para pagar la consulta.
Apenas bajó, Don Pancho se le acercó y dijo: “Ya sé que venís muy preocupada pensando cómo harás para pagarme esta
visita… pero debieras saber que este gaucho nunca ha recibido un cobre de nadie
ni lo aceptaría, porque lo que Dios nos brinda para sanar o aliviar a los
humanos no da derecho a lucrar. Toma,
bebé este vaso de agua y regresa tranquila que ya estás sana y no tendrás
necesidad de volver por lo mismo. Anda nomás… y ¡que Dios te acompañe!”.
* * *
Cuando Manuel Posadas era un niño
y estaba muy enfermo, su madre lo llevó a “El Porvenir” donde llegó “casi
muerto”. Los recibió Pancho, quien le dijo a la mujer: “Vea, el chico se va a curar y usted ha de rezar y el chico me lo va a
volver a casa y le va dando un poco de agua de esta botella que le entrego”…
. Cuando llegó a su domicilio ya estaba sano.
* * *
El mayordomo de la estancia de
Cano estaba tullido y lo llevaron en un carruaje. Cuando llegó a “El Porvenir”
el vehículo se detuvo a unos treinta metros de donde estaba Don Pancho tomando
mate. “Baje amigo”, le dijo y le
contestaron: “no puede”. Sierra
insistió: “¡Sí puede! Venga amigo, no sea
mañero”. El hombre empezó a moverse, estiró lentamente las piernas y, a
tientas, llegó hasta él.
* * *
El joven Ezequiel Molina, sobrino
de una anciana viuda, sin hijos, muy enferma y propietaria de una estancia
vecina, se acercó a Pancho para preguntarle: ‘¿Tiene para mucho más la vida de mi pobre tía?’. Y éste le
respondió: “Te voy a dar una mala
noticia. Lo de tu tía no es grave, pero vos estás realmente enfermo, Tu corazón
no marcha bien porque la ambición es muy mala consejera y resulta doloroso que
alguien desee la muerte de un familiar para cobrar su herencia.”
* * *
En diciembre de 1887 estaba
Pancho tomando mate con sus hermanos. De pronto hizo un silencio y quedó como
paralizado. Recuperado del trance, dijo: “Se
ha derrumbado la torre de la iglesia de Rojas”. Efectivamente el suceso se
había producido en ese momento, a treinta kilómetros de distancia.
* * *
Cierto día, Pancho Sierra
estaba rodeado de mucha gente que esperaba turno para ser atendida. La entrada
de la casa estaba llena de sulkys, carretas y caballos. De pronto Sierra dirige
su mirada hacia la puerta, desde donde hace su aparición un hombre, lentamente,
como si el peso que trajera le prohibiera avanzar, o como si sus piernas
estuviesen atadas; no levanta la mirada del suelo, como si tuviera el cargo de
una vergüenza. Sierra se le acerca, y dándole un vaso de agua, le dice:
"Has vencido tu orgullo y tu osadía. Tus cuentas son más claras. Te verás
libre de todo bagaje. Ahora vete, pero nunca hables de cosas que no sabes en
perjuicio de otros"
Cuando este hombre inicia su
regreso asombra su transformación. Camina con toda agilidad.
Se trataba de un conocido
médico, que perjudicado en sus intereses, había tenido para Sierra comentarios
inmerecidos, por lo que le fue dada una buena lección.
***
En aquellos tiempos la langosta
era plaga temible que arrasaba todo el esfuerzo del hombre puesto en sus
cosechas, en sus huertas, dejando todo en completa desolación; aparecían en
grandes mangas que tapando el cielo y el sol, oscurecían el día. Hubo un año
que Rojas y Pergamino tuvieron estos desastrosos visitantes que limpiaban los
frutos en partes de sus tierras; pero los campos de Sierra permanecieron
intactos.
***
Un vecino de Salto muy conocido
caminaba con mucha dificultad ayudado con muletas. Se dispuso a ir lo de Sierra
y cuando éste vio su mateo en la puerta le gritó que tirara sus muletas y
bajara. Aquel obedeció, y cuando llegó a su lado, Sierra al ofrecerle un vaso
de agua le dice: "Eso te pasa por hereje con los animales. Si quieres
caminar sin dificultad tira esa cadena con que les pegas, y podrás
hacerlo". Este buen hombre no preciso más de sus muletas, pero tuvo buen cuidado
de no pegarle más a sus caballos.
***
Corre el año 1890, el Maestro
Sierra sabe que una enferma necesita mucho de su agua para curarse, y más de
sus palabras para encarar el futuro. María Salomé de Subiza, está muy enferma y
lo espera. Los médicos diagnostican una muerte irremediable. Alguien le dice
que visite a Pancho Sierra, que en él puede estar su salvación. María al
principio resiste el consejo, pero su voz interior la convence.
El mal en un rápido avance le
impide realizar el viaje, y surge en ella un deseo más intenso de consultar a
este ser por su dolencia.
Las circunstancias, obra del
destino, obra de Dios, pone en camino a Sierra hacia la Capital. Enterados los
parientes de María lo entrevistan y le piden que vea a la enferma. Pancho llega
a la casa de María, observa a la enferma, se miran en silencio, es posible que
en ese momento no hicieran falta las palabras. Después de un rato Sierra dice:
-¿Por qué no querías venir a
verme? Hace rato que te llamo-. María lo mira con asombro.
- ¿Por qué no te acompaña tu
marido?
- Él no pudo dejar sus
negocios.
- Se te morirá muy pronto hija,
lo mismo que yo.
En esa habitación, en ese
momento ocurrió algo trascendente más allá de la comprensión humana. La energía
que depositó Pancho y la conversación que tuvieron resultó el bálsamo necesario
para la sanación de la enferma.
Al darle de beber agua le
entrega una oración para que la repita en ese mismo momento recomendándole que
la repitiera diariamente.
Le anunció que tendría miles de
hijos espirituales, pues ella sería la continuadora de su obra.
María se recupera. Su marido
muere casi al mismo tiempo que Sierra. Cumpliéndose el vaticinio de Pancho son
miles los hijos que acuden a la Madre María. Hasta el mismo Hipólito Yrigoyen
la consultaba.
***
No faltaron los incrédulos que
desearon probar ellos mismos lo mucho que se decía de las maravillosas curas de
Sierra, atreviéndose a llegar hasta su casa con un supuesto mal. El maestro
siempre sabía las intenciones de los incrédulos y les decía: "Váyanse, pero luego tendrán que venir
por el mal que se han anunciado". Y así era, en efecto, pasadas unas
horas no tenían más remedio que acudir a Don Pancho para que los liberara del
dolor que padecían y de ésta forma quedar convencidos de tan cierta realidad. Estos
casos divertían mucho a Sierra.
***
Varias veces pronosticó que su
muerte se produciría un día viernes y, coincidentemente, sucedió el viernes 4
de diciembre de 1891 a consecuencia de una hemorragia cerebral.
* * *
Sus deudos encargaron a la
Cochería Hegoburu un sepelio de lujo, con cuatro caballos como era de estilo
entre los acaudalados. Cuando cargaron el féretro los animales se empacaron y
no había manera de hacerlos andar, hasta que alguien recordó que Pancho había
dicho que deseaba algo muy sobrio. Desataron dos equinos y la carroza comenzó
su marcha sin dificultad.
***
Allá en
la norteña tierra
De
Pergamino a la vista
Nació
el gran naturalista
Llamado
don Pancho Sierra,
Su obra
inmortal mucho encierra
Para el
alma y sus anhelos.
Mártir
fue que en sus desvelos
De
ninguno aceptó un cobre,
Era el
doctor de los pobres
Con
potestad de los cielos.
-Francisco
Bianco (Pancho Cueva), payador, teatro Argentino de San Vicente, 25 de mayo de
1913 -
La verdadera historia de Pancho Sierra (quien NO era espiritista) está contada en el libro El gaucho de Dios de Eva Romero de Torres
ResponderEliminarhttps://es.scribd.com/document/443053542/El-Gaucho-de-Dios-de-Eva-Romero-de-Torres