Lo que se llama folklore (y en
la actualidad es, en realidad, música de raíz o inspiración folklórica)
reconoce en nuestro país continentes rítmicos y musicales muy diferentes según
las regiones de las que ha nacido. No puede ser de otro modo, ya que los
paisajes, las costumbres, los trabajos, las influencias étnicas son muy
distintas en el norte, en la región pampeana, en el litoral o en Cuyo.
En los países de América Latina
el folklore nativo se diferencia, en general, según sea de «la costa» o «la
sierra» o interior: el primero suele tener definidas influencias africanas
mientras que el segundo recoge algunos elementos de los primitivos aborígenes y
en uno y otro lado todos contienen aportes hispanos. En la Argentina, el
elemento afro casi no existe, y el tono indígena está limitado a algunas especies
norteñas —los límites del antiguo Incario—, donde quedan reminiscencias de la
escala pentatónica y se usan eventualmente instrumentos de origen indígena como
la quena, además de la guitarra española y su descendiente mestizo, el charango.
A esta primera diferencia con
el resto del folklore latinoamericano deben sumarse en nuestro país las
particularidades regionales. La música de la región pampeana suele ser
cadenciosa y ligeramente melancólica: es apta para la voz solista y enfatiza
más el contenido dado por las palabras que la forma musical que la envuelve. Se
ha dicho que todas las milongas son iguales: en cierto sentido esto es cierto,
porque el acompasado ritmo basado en la alternancia de tono a dominante se
limita a acompañar el verso —cuarenta o décima— que es lo que prima en esta
especie musical. Cifras, estilos, triunfos, milongas, huellas, todas llaman a
la voz humana acompañada únicamente por la guitarra y sin ningún instrumento de
percusión.
El folklore del norte argentino
es mucho más variado en sus ritmos. Zambas, chacareras, gatos y escondidos
forman un paisaje musical muy diversificado, capaces de transmitir mensajes
poéticos de tono e intensidad distintos. Aunque la escala pentatónica pueda
pesar lejanamente sobre sus melodías, las posibilidades de la línea musical
norteña son infinitas, y por consiguiente se prestan a interpretarse por
conjuntos vocales, preferentemente dúos o cuartetos. La voz sola encuentra aquí
su expresión natural en la vidala y la baguala, formas de canto desgarrado con
un lejano aire al «cante jondo», a veces intimista y otras veces vociferado, al
que basta el acompañamiento percutivo de la «caja», pequeño bombo, o del bombo
grande o «legüero» (así llamado porque se escucha desde muy lejos). Por otra
parte, los argentinos del norte han adoptado especies musicales que son
originariamente bolivianas: carnavalitos, yaravís, huaynos, carnavales
cochabambinos o santacrucenos, taquiraris, etc. El intenso tráfico que en la
época colonial y durante la primera mitad del siglo pasado se dio entre el antiguo
Alto Perú y las provincias argentinas de Jujuy, Salta y Tucumán, dio origen a
una imprecisa frontera musical y permitió a estas regiones absorber y hacer suyas
a formas musicales de aire definidamente indígena, nacidas en el altiplano.
En el litoral se nota la
vecindad del Paraguay, que aporta el poderoso tono guaraní, y el Brasil, que
trae el avasallador ritmo de los ancestros africanos, para imprimir a la música
de esta región un toque juguetón, pegadizo, generalmente alegre. Las polcas,
los valseados, los chamamés, los rasguidos dobles y las chamarritas piden, en
su riqueza melódica, el acompañamiento del acordeón y ocasionalmente el arpa,
además de la guitarra. Hay que hacer notar que tanto el arpa como el acordeón
son instrumentos importados (el arpa, acaso por los jesuitas de las Misiones
Guaraníticas y el acordeón en época muy posterior, por los inmigrantes suizos y
alemanes), no obstante lo cual se han adaptado maravillosamente a las
exigencias de la música litoraleña.
En cuanto a Cuyo, la región
pegada a los Andes, recibe los aires chilenos y, en alguna medida, peruanos, a
través de la zamacueca, la marinera y el vals criollo.
Su forma más típica es la
cueca; por su parte, la tonada es una interesante especie que participa de los
estilos pampeanos y chilenos. En esta región es donde el virtuosismo
guitarrístico alcanza su máximo nivel: una reminiscencia, sin duda, del uso que
hacen en el Perú del requinto, que otorga a su acompañamiento una especial
brillantez que las guitarras cuyanas imitan con éxito.
Los párrafos anteriores corren
el riesgo de resultar demasiado generales para cualquier lector argentino que
conozca algo del folklore de su país.
Son, sin embargo, indispensables
para señalar la variedad de nuestras manifestaciones populares de origen rural,
sobre las que se han reconstruido las expresiones de raíz o proyección
folklórica. Agreguemos a lo dicho una circunstancia cuya existencia es un
factor de unificación dentro de la diversidad apuntada: hay algunas formas, muy
pocas, que tienen vigencia en todo el país. Por alguna razón —tal vez su generosidad
para acoger cualquier contenido poético o las posibilidades que ofrece su tipo
de música— son conocidas, desde hace muchos años, en todas las regiones
argentinas. Me estoy refiriendo a la zamba, el gato y la vidala.
La vidala tiene mil variantes:
la vidalita pampeana, monótona y llena de sugestiones líricas; o la vidala
chayera, propia de La Rioja y Catamarca, que suele cantarse para carnaval. Es
muy difícil establecer la vinculación entre las diversidades posibles de esta
especie, pero ella existe y se ha convertido en uno de los instrumentos
expresivos más populares del país. El gato es una danza ligera, alegre, con
cierta picardía, que florece tanto en el norte como en la pampa. En cuanto a la
zamba, merece párrafo aparte por su importancia dentro del acervo de danzas y
canciones argentinas.
La zamba debe haber venido del
Perú. Su origen puede haber sido la zamacueca, pero en nuestro país el vivo
ritmo de esta forma se hizo más pausado, más señorial, y las figuras de la
contradanza —la «country dance» del siglo XVIII— enriquecieron su coreografía.
La zamba se compone, usualmente, de dos partes iguales, precedidas por una
breve introducción instrumental. La parte cantada —- que es también la que se
baila— se compone de tres coplas, las dos primeras iguales en métrica y la
siguiente (la «vuelta») un poco diferente, aunque igualmente pausada y rítmica.
Las dos partes se separan por un breve intervalo de silencio. El todo configura
una de las más hermosas danzas latinoamericanas de origen folklórico, que
permite el lucimiento de las parejas con movimientos recogidos y, a la vez,
sugestivos, que remedan la persecución amorosa y la conquista final de la mujer.
A su vez, la zamba, como continente musical de elaboraciones poéticas, es la
más apropiada. Su ritmo y su melodía permiten unas posibilidades líricas casi infinitas;
la invariabilidad de la tercera y última copla de cada una de las dos partes le
da el aire redondo de un soneto, y hace posible fijar el argumento de la
canción en torno a un tema definido. Se la llama «la reina de las danzas» pero
es también la reina de las canciones de origen folklórico: en nuestro país, en
los últimos veinte años y paralelamente al renacimiento del género y su
reelaboración por los autores y compositores argentinos, se han compuesto miles
de zambas de tono, tema y modalidades muy distintas, sin llegar a agotar sus
fecundas posibilidades.
Extraído
del libro “Atahualpa Yupanqui” de Félix Luna.
Sugiero conocer zamba "La criolla guitarra" (Jorge Padula Perkins/Rodrigo Stottuth), por Nery González Artunduaga.
ResponderEliminarEn Youtube: https://youtu.be/nQKTnui2rys
Se entrelaza la guitarra
con la música argentina
y hace con ella amalgama
por toda la geografía.
Canta por la Patagonia
En kaani o chorrillero;
con la cueca y la tonada
de Cuyo y del vidalero.
Se escucha cualquier mañana
en nuestra Pampa surera,
y de Santiago, en el alma,
vibra con la chacarera.
Chamamé, polca y valseado
en sus cuerdas se hacen trinos.
Bagualas, zambas y huaynos
marcan el Norte en sus ritmos.
Mientras el tango orillero
que llora en los bandoneones
en sus cuerdas también pone
susurros arrabaleros.
Suena la trompa o el bombo,
la quena, el erke o la caja,
arpa, violín o charango
¡y al lao la criolla guitarra!