"Árbol
que guarda sus ráices
siempre
le suebra corteza"
-Don
José Larralde-
Hoy mucho se cacarea sobre los
desmanes del imperialismo y de la creciente defensa de la soberanía de los 'supuestos'
pueblos libres. Sin embargo, y teniendo en cuenta que esa 'libertad' sólo es
una ficción conceptual, se ignora el alcance de un imperialismo tal vez más
devastador que el de la imposición violenta. Nos referimos al imperialismo
cultural, que es uno de los resultados más acabados del imperialismo que se
ejerce sobre la mentalidad tanto individual como general. ¿Quién es realmente
libre de las cadenas subrepticias de ese enorme monstruo global que sutilmente
impone sus parámetros y leyes de atrofia e inmoralidad? Bástenos recordar la
inquisidora necesidad que se nos ha hecho piel, esa necesidad de consumo que
virtualmente nos devora y que aplaza nuestros valores humanos elementales y los
remplaza por la depredadora irreflexión de una vida sin sentido y sin belleza.
Bástenos recordar que todo lo que se nos 'fuerza' a consumir es el resultado
demagógico de una visión de desarraigo y despojo cuya única finalidad es
ejercer libremente su despotismo espiritual en nombre de una mentida igualdad
que promueve como natural y plausible el más irreverente libertinaje, la más
vil sujeción a las pasiones inferiores y la desconexión con lo que nos hace ser
y nos da expansiones. Pues un espíritu expansionado es un espíritu libre, y un
espíritu libre lo es en tanto que sepa 'ver' la realidad y ajustarse a los
mandatos decidores de la verdad, destello revelador que es un reflejo interior
de la voz de Dios.
Sin embargo, parapetados tras
ideologías subversivas impuestas por el mismo aparato de poder que moviliza los
resortes de todo imperialismo mental, sucumbimos a la idolatría carcelaria de
supuestos enajenantes que lejos de facilitar soluciones generan aún más
violencias y disfunciones quitándonos claridad. Seamos cuidadosos. El imperio
es una inmensa maquinaria que se escabulle y se oculta tras tramposas
mascaradas. De todos modos sus furcios no dejan de ser harto evidentes: así
tenemos a los imberbes rebeldes que desde la industria del seudo-arte
promocionan levantamientos que no pasan de la moda y el momento, frágiles
sucedáneos del vuelo libertador; así tenemos a los momificados oligarcas de la
política representando un sainete descomunal que para aplauso gana en desprecio
y de burla en llanto; así tenemos el arma virtual que nos condena al inculto
manoseo de lo tecnológico y su ética robótica de interacción maquinal; así
tenemos la pantalla-medio de (in)comunicación, prolífica herramienta para la
enseñanza del inculto estereotipo que sin saña nos conduce a la más cruel
paradoja de la vida: no creer en nada más que lo que se ve, se oye, se lee y se
reproduce en fantasmal proyección.
Despertar nos hará libres;
despertar, conocer nuestras raíces, amar a ultranza nuestra urdimbre
tradicional. Tradición, tenaz enemiga del gran inquisidor, culto de nuestros
antepasados- patriarcas forjadores de identidad viril, tensión espiritual que
impulsa a la propia trascendencia, religiosa consciencia de formar parte del
plan de Dios y su movimiento vertical. Debemos instruirnos en ella, vivirla,
saborearla, ser sus hijos, sus defensores, sus guerreros, sus transmisores, ser
como el árbol que se hunde en la tierra para ofrecer sus retoños al cielo, como
la montaña que impertérrita se mantiene frente a los embates del pampero y como
el cóndor macho que en vuelo triunfal sobre la altura cordillerana vislumbra su
destino de grandeza soberana.
El suelo fértil, como el
vientre materno, genera nueva vida y da cobijo al alma que busca su eternidad
alumbrar. ¡Tradición, tierra fértil por Dios fecundada, que tu sabiduría dé luz
a nuestros pasos en rumbo al más allá!
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