Tal vez una de las más
desafortunadas intenciones de quienes se encargan de establecer parámetros en
nuestro mundo moderno sea la de acabar con todo atisbo de Tradición o de
raigambre tradicional en los pueblos. Entiéndase que no restringimos, esta vez,
lo tradicional a lo meramente espiritual, sino también lo llevamos al resultado
cultural que identifica el ser de una comunidad específica y lo torna
distintivo entre los demás.
La Tradición es la herramienta
apropiada para que logremos trascender la instancia 'brutal' (de bruto, animal)
que diariamente nos enajena en la lucha por la supervivencia en un mundo
materialista y caótico. De esa instancia 'brutal' ha surgido la voraz
enfermedad que necesita acabar con todo lo que se oponga a su tarea envilecedora
para lograr el acabamiento necesario de su estado de mediocridad. Haciendo
nuestras las palabras de don José Larralde: estamos metidos en un vagón de
mediocridad. Esto no es ignorancia. Al ignorante se lo puede sentar, se le
puede enseñar y puede que deje atrás su ignorancia. En cambio el mediocre es
peor, porque siendo ignorante se cree que se las sabe todas. Y eso es muy
peligroso. La instancia 'brutal' que nos aqueja se sirve de la mediocridad para
someternos a la más falaz influencia de la peor ignorancia: creyendo saber
'qué' somos desconocemos lo esencial, es decir, 'quienes' somos. Así también
nuestro bendito Profeta Muhammad (que Dios le conceda paz) dijo que la segunda
etapa de la ignorancia sería peor que la primera. La primera se dio en la época
en que él llegó para transmitir la revelación. Gran cantidad de hombres se
comportaban incorrectamente porque desconocían las normas básicas de la
convivencia y porque resentían una falta considerable de educación. Hoy en día,
época de la segunda ignorancia, la gente se dice 'saber' y actúa peor que
aquellos de la época anterior, manifestando una ignorancia mayor y más nociva.
Al que se cree 'saber', en su cerrazón, nada se le puede enseñar.
Estos ignorantes, brutos,
mediocres, bocas sueltas, nos han sobrepasado. Formando parte inconsciente de
una agenda mayor que los utiliza a su antojo, hacen del desparpajo una eclosión
de imbecilidad que sólo los somete a la burla ajena (de aquellos que perciben
el error) y a la falta de claridad mental. Y así se creen con el derecho y la
libertad de decir y hacer lo primero que sus satanes personales les susurran
indecorosamente.
Acabar con la raigambre
tradicional y que nuestra juventud sea un manojo de hongos con identidades
falsarias, réprobas e 'infernales': la mediocridad institucionalizada que se
erige en pos de la contracultura de mercado. Hoy la moda quiere que la
incivilización y la chabacanería redunden en libertad de expresión y movimiento
de masas.
Con todo esto hemos querido
aludir a las palabras desafortunadas vertidas desde la jeta insalubre de un
músico moderno (un tal Fernando Ruíz Díaz) que han pretendido ensuciar una de
las prácticas de nuestra tradición vernácula y nuestro folclore en la plaza que
lleva el nombre de uno de nuestros grandes antepasados (José Hernández, en
Jesús María, Córdoba), si bien nuestros conceptos pueden ser aplicados a todos
los que desde esa 'brutalidad' tan falta de amor, llevan a cabo la obra de
subversión del mundo moderno.
Quiera Dios que la sensatez y
la sabiduría nunca nos falten.
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