Entre los humildes el calor de
la amistad arde con la llama de la más vasta sinceridad, pues el pobre, sin
considerar el desasosiego del apego, no busca interesadamente en el amigo lo
que pueda llenar su deseo, sino la compañía leal de quien al dar una mano, se
da entero, sin condiciones ni miramientos. Y el darse entero descubre el
vínculo más poderoso del afecto que une a los hermanos de palabra, quienes
recíprocamente arriesgarán la vida por el bienestar del otro y se desvivirán
por verlo contento.
Dios ha puesto en los humildes
un tesoro incalculable que no debe medirse según la contabilidad mundana. El
cálculo nos ofrece la ilusión de cantidad; la medida del tesoro en los humildes
nos revela la verdad de la cualidad. Para esta medida, cuanto más vil metal se
tiene, más pobre se es, y la virtud llena con poca moneda habla de una riqueza
que hace, al rico auténtico, su felicidad.
La desdicha de los pobres es
una zambita triste que resuena en los oídos de Dios, y por ellos el cielo
atrona tormentas que amenazan caer sobre los barrigones que se empeñan
tercamente en la ambición solitaria de sus vanidades y deseos.
El valor de la vida reside en
el pueblo rudo que suda y sangra, que trabaja bajo el sol y alimenta tiernas
esperanzas, y Dios se desvela por quien abre el surco en la tierra y hecha la
semilla y recoge la trilla y sueña y ama. El Hijo del Hombre, imagen y
semejanza del Creador, es un gaucho a caballo que desde el cielo infinito
bendice a los campesinos y besa la frente de los humildes que ennoblecen la
fragua de la libertad.
Búsquenme entre los pobres, que
gracias a ellos ustedes reciben la ayuda del cielo. Y entre pobres el cielo
reparte su porción.
Hijos míos, sean humildes, sean
sinceros y leales en el afecto, dense enteros, sin usura, que la necesidad no
disfraza su silencio y para quien necesita realmente las palabras están siempre
de más. En las barbas de los pobres
aprendan para ser barberos, dijo el gaucho mayor, y con esto me sumo a su
voz: no existe remordimiento peor que el de quien escapa al entrevero por miedo
a perder un patacón mientras sus hermanos se desangran en las filas delanteras.
Ayuden, entonces, a los demás, para que en su momento puedan ser ustedes
también ayudados. Con paciencia acepten los rigores de la calamidad, que un
bien germinal florece de sus virtudes. Sepan esperar y agradezcan lo que
tienen. Quien no agradece a los hombres jamás sabrá agradecer a Dios, el
auténtico dador. Y siempre permítanse un momento para la reflexión, madre del
mejoramiento y la elevación.
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