Hay en
la casa un Árbol
que no
planto la madre ni riegan los abuelos:
solo es
visible al niño, al poeta y al perro.
Su
primavera no es la que fundan las rosas:
no es
la vaca encendida ni el huevo de paloma.
Su otoño
no es el tiempo que trae desde el mar
caballos
irascibles, por tierras de azafrán.
Al
Árbol suben otras primaveras e inviernos:
el
enigma es del niño, del poeta y del perro.
Cuando
la primavera sube al Árbol-sin-nombre,
vestidos
de cordura florecen los varones;
y Amor,
en pie de guerra, se desliza
de
pronto a la sabrosa soledad de las hijas.
Entonces el sabor de algún cielo perdido
desciende
con el llanto de los recién nacidos.
Pero
cuando el invierno lo desnuda y oprime,
sobre
los techos llueven sus hojas invisibles,
y,
horizontal, cruza las altas puertas
alguien
que por el cielo desaprendió la tierra.
Hay en
la casa un Árbol que los grandes no vieron:
el
enigma es del niño, del poeta y del perro.
-Leopoldo Marechal-
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