En su rostro más sobresaliente,
resulta un hecho incuestionable que nuestro criollismo se encuentra íntimamente
relacionado con la etnicidad nativa de rasgos amerindios y la incidencia
directa de la morería andaluza. Ya hemos tenido la ocasión de referir el
proceso de mestización ocurrido en los primeros momentos de la llegada
peninsular entre nativas de origen guaraní y forasteros de estirpe moruna,
cuyos vástagos, en gran medida, fueron los encargados de poblar sobre todo la
zona litoral y pampeana de nuestro país, resultando, como es sabido, en el
biotipo criollo del gaucho. Sin embargo, en otras zonas de nuestro territorio
también existieron grandes procesos de mestización y de interrelación que
manifiestan una forma de criollismo particular muy vinculado a las etnias
nativas y al componente gaucho de los estratos populares. Tomaremos ahora como
referencia la bisagra territorial que marcó un hito fundamental en los últimos
levantamientos federales del tramo final de la década de 1860. Allí se
encuentran La Rioja, Mendoza, San Juan, San Luis, Catamarca y Córdoba.
Sobre la innegable influencia
moruna no nos extenderemos demasiado, salvo para referenciar una manifestación
cultural de nuestro criollismo que denota particularmente la presencia morisca
en la zona: la zamacueca, cuyos derivados, la zamba y la cueca -ésta
desarrollada particularmente en el área cuyana-, constituyen dos de las
expresiones más representativas de nuestra cultura vernácula. De este origen
árabe-andaluz dan crédito el profesor del Centro de Estudios Árabes de la
Universidad de Chile, Eugenio Chahuán, y el musicólogo, también de origen
chileno, Samuel Claro Vilches. Chahuán refiere que el mismo cuadro coreográfico
del hombre y la mujer en la cueca se encuentra en las últimas estrofas de una
composición lírica del cancionero árabe popular del siglo IX, y también señala,
como referencia al origen árabe de esta danza, la conexión etimológica entre
zamacueca y el término árabe samakuk,
que origina el español zamacuco:
malicioso, embriagado, rudo, derivado del verbo árabe Kauka, que señala la acción seductora que realiza el gallo para
conquistar a la gallina, que, coincidentemente, conlleva el simbolismo de la
zamba y la cueca. El profesor Ricardo Elía apunta que zamacuco es también una persona solapada, que calla y hace su
voluntad, característica de los perseguidos y clandestinos, como los moriscos y
los gauchos. Por su parte Vilches ha publicado un trabajo erudito llamado
'Cueca chilena, cueca tradicional' (Universidad
Católica de Chile, 1986), en el que confirma el origen árabe de la cueca y
compara su métrica con la de la moaxaja andalusí. Entendemos que la
manifestación cultural de un pueblo es lo que lo diferencia positivamente de
otro y lo que constituye su rasgo distintivo, por lo que la marca morisca en
nuestro criollismo es una señal evidente que demuestra su poderosa contribución
en el legado constituyente de nuestra identidad tradicional.
Por otro lado, no menos
evidente resulta la herencia étnica nativa entre nuestro gauchaje y la relación
fraternal que ambos tuvieron en un determinado período de nuestra historia.
Tenemos el ejemplo notable del líder federal don Santos Guayama. Guayama nació
alrededor de 1830 en el seno de una familia de la etnia huarpe que ya estaba
acriollada. Su área de origen fue el paisaje de las Lagunas de Guanacache, que
se extienden por el noroeste de Mendoza, el sudeste de San Juan y el noroeste
de San Luis. De allí el mote dado a Guayama de "gaucho lagunero".
Hacia el siglo XV, la etnia
huarpe tenía su hábitat en el territorio comprendido por aquellas provincias,
llegando inclusive a comprender las áreas del norte de Neuquén. También se
afirma que los Comechingones, etnia nativa que habitó las sierras de Córdoba y
de San Luis, fueron una rama diferenciada de los huarpes. Los rasgos
fisonómicos más sobresalientes de los hombres de esta etnia eran su elevada
estatura y su tupida barba, a diferencia
de los tipos humanos característicos del resto de los pueblos nativos que eran
más bien bajos y lampiños.
Santos Guayama fue
lugarteniente de Ángel Vicente Peñaloza y de Felipe Varela, los últimos grandes
caudillos de la resistencia gaucha que hicieron frente a las tropas nacionales
del gobierno mitrista. Teniendo en cuenta su admitida ascendencia huarpe,
Adrián Moyano, en "Las preguntas que
lancea Guayama", se cuestiona: "¿Es posible pensar a partir del
suyo y de otros ejemplos, en contenidos étnicos del federalismo
argentino?". Con él, pensamos que sí. Para lo cual hay que ensayar un
acercamiento al origen de los federales hacia 1860 en la zona de San Juan y La
Rioja. Moyano argumenta citando al historiador Ariel de la Fuente, que en su
trabajo "Los hijos de Facundo",
refiere que en 1778, los padrones de la diócesis de Tucumán registraban para La
Rioja casi 10.000 habitantes, de los cuales el 54 % era indígena. De la Fuente
cuenta que el desarrollo de la población riojana durante el siglo XIX puede
rastrearse en un informe sanitario del año 1877 en el que se dice que la
sociedad de la provincia estaba formada por tres grupos: "la raza blanca, es decir, los más acaudalados"; "la raza mestiza de origen indígena,
que es la más numerosa" y "la
raza mestiza de origen africano, que es más pequeña (que la indígena) en
cantidad de gente". Según de la Fuente, la composición étnica de la
provincia fue la encargada de dar forma y color a los partidos políticos que
combatirán por el poder a partir de la independencia hasta la consolidación del
Estado Nacional. Moyano apunta que para 1814, la población indígena se había
reducido al 26,6 % en toda La Rioja, pero que su presencia era muy importante
en determinados departamentos que luego adquirieron tradición federal. "La
composición étnica de los federales -escribe- no pasó desapercibida para los
unitarios, que además de calificar de 'gauchos' a los rebeldes de 1860, también
se referían a las montoneras que conformaban 'los indios de Vichigasta', 'los
indios de Machigasta' o 'los indios
de Arauco'". También Sarmiento calificaba a las insurrecciones
montoneras de "venganzas
indias" y opinaba que los levantamientos de Peñaloza constituían un "movimiento indígena campesino".
De la Fuente refiere que hacia 1868, un integrante riojano de "la raza
blanca" observaba que hasta mediados del siglo XIX, perduraban en la
provincia tradiciones orales según las cuales "las almas de los Incas y sus primeros caciques sacrificados por
los españoles...vagaban por los cerros de Famatina a la espera de la hora de la
gran emancipación". El mismo texto apunta que en los "pueblos de indios" recordaban
que durante la insurrección de Tupac Amaru "los
cerros de Famatina nunca dejaron de tronar y sacudirse, llamando a sus vasallos
(indios)" para lanzarse "a
la libertad de su raza". Se vislumbra, así, una marcada "identidad nativa" existente
en aquella zona.
Analizando el origen de 10
líderes federales del Departamento de Famatina que formaron parte activa en las
montoneras riojanas de los 60, de la Fuente encontró que seis de ellos eran
indígenas, en contraste con la composición abrumadoramente blanca y española
del Partido Unitario. De la zona del Departamento de Arauco era oriunda la
familia Chumbita, también de origen indígena. Sus antepasados fueron caciques
gobernantes en Aymogasta a fines del siglo XVIII. Hacia 1840, el
"indio" Orencio Chumbita era comandante de la milicia local y amigo
personal del Chacho Peñaloza. Una década más tarde, Severo Chumbita se
convirtió en comandante del departamento y en los 60 se desempeñó como uno de
los líderes federales más importantes de La Rioja, a tal punto que participó en
cuatro insurrecciones montoneras. Para sus adversarios, era "el indio Chumba". Los mismo
puede rastrearse del apodo con que fue conocido Facundo Quiroga, "el Tigre de los Llanos", de
indudable procedencia indígena, quienes asociaban a un numen animal los atributos
de determinada persona, siendo el Tigre uno de los animales considerados
particularmente sagrados por ciertas tribus incaicas. En San Juan, más
precisamente en las lagunas de Guanacache, Sarmiento observó que los
propietarios pequeños y medianos de origen indígena enfrentaron a los grandes
estancieros de antepasados españoles en el transcurso de los diversos episodios
que conformaron la extensa guerra civil. Además, era común que los unitarios
identificaran a los federales con "las
clases abyectas de la sociedad", entre ellos, los mulatos e
"indios". El ya citado Sarmiento, en "Recuerdos de
provincia", menciona que "el
indio Sayavedra", combatiente montonero, era uno de los últimos
descendientes huarpes del barrio de Puyuta. Esto nos muestra que Guayama no fue
el único huarpe que luchó bajo la divisa del federalismo, siendo este
identificado integralmente con los estratos populares de las provincias.
Indudablemente ha habido una
identificación significativa entre el federalismo tendiente a la defensa y a la
preservación de una cosmovisión asociada a lo tradicional y los gauchos y
nativos acriollados que se constituyeron como el basamento mismo para la
tradición. Las breves notas apuntadas más arriba nos muestran el protagonismo
étnico que los indígenas cuyanos acriollados tuvieron en nuestra historia. Para
cerrarlas necesitamos aclarar un asunto no menos importante: ambos autores
citados, Moyano y de la Fuente, aluden a estos personajes singularizándolos
bajo una etnicidad indígena exclusiva; sin embargo, si hablamos de nativos
"acriollados", estamos refiriéndonos a que han sido el producto de un
mestizaje del que en nuestra época contemporánea se da a conocer únicamente la
facción netamente indígena. Puede haber habido, y no lo negamos, un aporte
misionero que favoreció el acriollamiento de los nativos, pero en los líderes
montoneros no vemos más que la férrea determinación y las ansias de libertad -y
de defensa de la misma- que fueron también características de los moriscos
andaluces perseguidos por la inquisición realista y que será traducida en la
posterior persecución de "castas" llevada a cabo por los
representantes del incipiente unitarismo contra las masas populares.
La feliz interrelación entre
aquellos moriscos peninsulares y los indígenas amerindios dando a luz una
etnicidad criolla original es un hecho consumado que los futuros historiadores
tendrán que empezar progresivamente a develar. Así se iluminarán grandes
facetas, no sólo de nuestra historia, sino también de nuestra cultura y nuestra
identidad.
Raíces
y Sabiduría.
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