Ante los evidentes desórdenes
sociales, éticos y espirituales que aquejan a los seres humanos en el mundo, y
en especial en nuestro territorio argentino, y que redundan en manifestaciones
violentas de necedad, desarraigo e insensatez que atentan contra todo posible
desarrollo intelectual (de intelecto, el
órgano más elevado para el crecimiento del hombre en cuanto a trascendencia de
sí mismo) para la humanidad, hemos considerado las posibles soluciones que
pueden favorecer positivamente el cambio necesario para que el rumbo del
hombre, nuestro rumbo, vuelva a ser el correcto y podamos reconocer con
claridad el norte de nuestros objetivos. Así es como hemos dado con un tríptico
que consideramos fundamental para el curso de la humanidad, del cual debemos
recuperar sus sentidos elementales y así ordenar nuestras vidas de acuerdo a su
sabiduría inherente.
Los términos de este tríptico
son: Patriotismo, Tradición y Religión. En sus significados propios los tres
términos se complementan equilibradamente para formar una unidad indisoluble.
Ellos deben ser incorporados urgentemente a la educación de nuestras jóvenes
generaciones, ya que como agentes futuros para la transformación son las que
más necesitan de criterios sólidos que les permitan un correcto andar sin vacilaciones
hacia adelante.
El sentido de Patriotismo está
íntimamente vinculado con el amor a lo propio, a la tierra donde se ha nacido,
a las costumbres vernáculas, a la pertenencia, sentimiento que se acompaña y
potencia con un estudio apasionado de los procesos históricos que han
configurado un ser nacional auténtico y diferencial, y el lógico respeto a los
héroes que se han encargado de labrar una identidad propia a sangre y sudor,
con esfuerzo y perseverancia. Esto trae como consecuencia el riguroso entendimiento
de lo que implica el significado de soberanía, su defensa inexorable ante la
intromisión de elementos foráneos (sobre todo de índole cultural), el amor al
prójimo y el respeto a uno mismo como corolarios necesarios del amor a la
tierra y una participación activa en la difusión de los valores culturales de
la nación lejos de todo personalismo, chabacanería y frivolidad, tomando la
cultura como una herramienta indispensable para el desarrollo del pueblo. Por
sobre todas las cosas Patriotismo es educación: si se ama lo propio se lo
enseña, se lo transmite, en vistas de que todo caos social se origina en primer
lugar desde la ignorancia, y la ignorancia es el peor mal, la gran enfermedad
que nutre a toda maldad y a todo vicio. La educación también debe ser
reconocimiento y repudio rotundo de todo vicio y maldad.
La Tradición es como la madre
del Patriotismo: es el ejemplo raigal de nuestros antepasados encargados de
hacer Patria, las pautas conductuales que ellos establecieron como modelos de
cultura y de saberes asociados a la esencia de la tierra que les dio nacimiento
y crianza, la luminosidad propia del criollismo, sus costumbres y hábitos
nativos, todo ello como elementos reconducentes a la originalidad de los
hombres en su lugar del mundo. Tradición es raíz, y desde la raíz surge y se
alimenta el árbol que dará frutos al cielo. Hundir raíces en el suelo y
germinar en lo alto: tal el sentido de la Tradición. Conocer nuestra tradición
nos llevará a valorizar nuestras posibilidades culturales como nación, y de
aquí el respeto reverente a lo autóctono y su intrínseca belleza.
La Religión es nuestro vínculo
necesario con el Dios que nos ha creado y ubicado en un momento y lugar
determinados (es decir, de un modo para nada azaroso ni arbitrario), con ciertas
posibilidades de desarrollo y con la inteligencia y voluntad suficientes para
el crecimiento y la maduración interior. Por esto la Religión viene a ser la Fuente
Primigenia y el Nutriente Último para el Patriotismo y la Tradición (de aquí
que nuestro Profeta haya dicho que el amor por la tierra de uno es parte de la
Fe). Sin Religión no puede haber ninguno de los otros dos, ya que el vínculo
con Dios nos enseña a amar y dar valor a lo que realmente se debe amar y
valorizar de acuerdo a una sabiduría universal que trasciende todo tiempo y
espacio. La Religión nos reconduce a la impersonalidad que se necesita para
comprender la valía y virtudes del suelo que nos ha visto nacer, la de nuestros
hermanos, la de nuestras posibilidades vernáculas, y nos guía hacia la ética de
los comportamientos que nos darán las expansiones definitivas. Sin el vínculo
con Dios, con nuestra Realidad trascendente, el tríptico (que nos debe
reconducir a Dios) se transforma en fanatismo, intolerancia y exclusivismo.
Ante esto nuestra sinceridad, nuestro desapego, nuestro amor, nuestro anhelo,
deben marcarse a fuego en nuestros corazones para poder ser partícipes activos
en la esperanza de este movimiento transformador. De otra manera, imposible.
Creemos absolutamente
indispensable que estos tres conceptos arraiguen como modos vivenciales en
nuestra experiencia diaria; ellos serán los encargados de revelarnos una visión
sana y equilibrada de nuestro ser en el mundo y el obrar en consecuencia. El
trabajo comienza de manera individual: si se quiere un cambio, se debe empezar
por uno mismo para luego llegar a los demás con la cabalidad del buen ejemplo.
Quiera Dios concedernos la
inmensa fortuna de mejorar y poder ser útiles herramientas para el andar de la
humanidad. De Él dependen nuestros resultados y a Él se remiten.
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