Documental sobre el caudillo riojano emitido por el canal Encuentro:
Espacio para la Reflexión, la Sabiduría y la Cultura desde la Tradición Argentina
sábado, 17 de octubre de 2015
Facundo Quiroga, el Tigre de los Llanos
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Revisionismo
Cantores con Fundamento: "Cuzco Rabón" Tabaré Etcheverry
Etiquetas:
Folklore,
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Milongueros,
Música Surera,
Tabaré Etcheverry
jueves, 8 de octubre de 2015
Vihuelas traductoras del Paisaje
Extraído
de El
Canto del Viento de don Atahualpa
Yupanqui (Cap. II El Cacique Benancio)
Entre el rancherío, dentro del
cual, sobre ramas y viejos lazos extendidos llameaban ponchos, ropas y carnes
charqueadas, los changos y los perros armaban en la tarde una gran algarabía
que parecía no molestar a nadie.
Allí escuché una vez a alguien
que tocaba la guitarra. Y no era un pampa, sino un paisano, un gaucho que hacía
tiempo había elegido ese lugar, tal vez como refugio. Como en esos años no se
ofendía con la pregunta a nadie, el hombre estaba tranquilo. ¿De dónde había
llegado galopando? ¿Qué cosas lo llevaron hasta el rancherío del cacique
Benancio? Eso era de no averiguar. Y el paisano cumplía arando, sembrando maíz,
amansando potros. Y alguna que otra vez, la guitarra le arrimaba en la tarde la
sombra de alguna querencia. Porque esa virtud tiene la vihuela: despierta
antiguos duendes, desbarata el olvido, borra leguas y acerca, idealizado, el
recuerdo de seres y momentos que el hombre cree haber dejado atrás para
siempre.
Es enorme el poder evocativo
que se esconde en la guitarra. Es la única llave con que el paisano puede
enfrentar y vencer a los fantasmas de la soledad.
Esa tarde en la toldería, entre
pobrísimos ranchos, la vida me regaló otro espectáculo: el del gaucho
andariego, inclinado sobre el instrumento, rezando su trova, sin molestarse del
bullicio de los muchachitos, ni de alguna risa guaranga de los pampas. Allí
estaba el hombre, batiéndose con su propia sombra, mientras un La Menor le
ofrecía las seis melgas sonoras del encordado para que sembrar cualquier
semilla, menos la del olvido.
Volvimos, camino de Roca, ya
muy entrada la tarde. Galopamos bastante trecho, mientras la luz auxiliaba la
visión. Luego pusimos los caballos al tranco. Había niebla cerca de los
cañadones. Y un cielo embrujado de azul y diamantes se extendía sobre el gran
silencio de la pampa. Yo no percibía cabalmente ese silencio de la llanura. No
tenía edad ni conciencia para contener las cosas del misterio cósmico. Ahora,
al evocar aquellos días, comprendo que pasé por los caminos que llevan a la
hondura, donde brilla la raíz de la vida como un cuarzo milagrero en la entraña
de la tierra. Pero en aquellas horas sólo sentía fatiga y un raro sentimiento
de pena y curiosidad no del todo definidas. La música escuchada me seguía, como
trotando junto a mi caballo, como llenando el aire de sones y consejas, como
prendiendo en cada fleco de mi ponchito una saetilla poética, un desgarrón de
trova, algo de esas voces perdidas por el viento legendario. No fueron muchos
los años que viví y trajine la pampa. Pero esos tiempos de mi infancia están
bañados de magias guitarreras. En ciertas horas de este dédalo que es la
existencia actual, siento la necesidad de evocar el camino andado, de medir las
leguas recorridas en el tiempo, no para quedarme en ellas, sino para considerar
la distancia entre la tierra y mi destino, entre el paisaje y mi corazón. Y me
sumerjo entonces en aquel mundo de gauchos y paisanos y guitarras. Y regusto la
miel de los estilos, la nostalgia de las pausadas milongas sureñas, el acento
machazo de las cifras. Sí, muchas veces, cuando esta era de profesionalismo sin
mensaje expande su insustancialidad sobre esta romántica tierra generosa, mi
corazón reclama la ayuda de aquellos recuerdos. Y vuelven a mí las vihuelas
traductoras del paisaje, y escucho a los rústicos hombres de la pampa
entregando sus salmos de distancia y pureza. Hombres de vigoroso brazo y
decisión rápida. Hombres de coraje y con pudor. Hombres paridos por la inmensa
llanura. Y, sin embargo, niños en su acercarse al misterio de la música, como
quien se asoma al misterio de un jagüel para rescatar la luna.
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Atahualpa Yupanqui,
Tradición Argentina
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