jueves, 5 de julio de 2018

Jorge Cafrune - La Independencia


Esta obra quiere contribuir dignamente al memorable fasto del sesquicentenario de la independencia Argentina (1816 - 9 de julio - 1966). La ocasión era propicia para un proyecto noblemente ambicioso. Entendimos que el homenaje no debía quedar reducido a una mera relación del hecho histórico y su circunstancia. Era necesario extraer la vibración vital que alentó en ello, subrayar lo humano del personaje heroico, destacar inclusive la participación popular en la gesta libertador; humanizar, en fin, la figura de los próceres, para acercarlos más a la admiración y el cariño del pueblo. Y no debía ser olvidado el soldado desconocido, el valeroso criollo que se sumó a la gesta libertadora con alma y cuerpo, dejando, en no pocos casos, sus huesos en algún arenal, sin tumba y sin memoria.
Para exponer el tema con la intensidad debida centramos el enfoque en algunos de los principales hombres y acontecimientos que contribuyeron a la emancipación Argentina desde el primer grito de libertad, el 25 de mayo de 1810, hasta la formal declaración de independencia en el histórico congreso de Tucumán.

La patria estaba amenazada por el norte, el este y el oeste. La revolución corría inminente riesgo de ser ahogada para siempre. Triunfó, con todo, la valerosa decisión que significaba quemar las naves para gobernarnos en adelante a título de nación soberana.

Este long play ha sido el resultado del permanente diálogo entre intérprete, autor y compositores para que la obra se integrara en un homenaje elevado y digno, pero de cálido tono popular como lo tuvo la criolla gesta de nuestra emancipación.
La patria en sí, Manuel Belgrano, Mariano Moreno, Guillermo Brown, el Soldado Desconocido, Martín Güemes, San Martín y sus granaderos, el Congreso de Tucumán, forman sucesivamente el temario que inspira las composiciones. La nota romántica de una zamba -Niña de Tucumán- cierra, con broche evocativo, con melodía inspirada en la condición, el homenaje que nos propusimos rendir.

-León Benarós-


sábado, 18 de noviembre de 2017

20 de noviembre: Día de la Soberanía Nacional - Combate de la Vuelta de Obligado


En 1845 la Confederación Argentina, gobernada por Juan Manuel de Rosas, sufrió la alevosa agresión militar de las dos principales potencias de la época: Gran Bretaña y Francia, que venían cebadas de sendas apropiaciones coloniales en China y Argelia. Contaban con el apoyo explícito del bando unitario emigrado a Montevideo y el de Fructuoso Rivera, que había derrocado en esa ciudad al gobierno legítimo de Oribe. Este, a su vez, sitiaba la ciudad por tierra y, desde hacía meses, por el río lo hacía la flota del viejo y glorioso almirante Brown. Los europeos también especulaban con el apoyo eficaz del Imperio del Brasil, interesado en la Mesopotamia y en la Banda Oriental. Por su parte, los Estados Unidos de Norteamérica, que ya habían proclamado la doctrina Monroe, la dejaron de lado para otras oportunidades más propicias: estaban demasiado ocupados en la anexión del estado mejicano de Texas.

La flota anglo-francesa primero ocupó Montevideo, exigió la libre navegación de los ríos interiores argentinos, y se apoderó mediante su artillería de grueso calibre –sin previa declaración de guerra- de la débil escuadra de Brown, quien le escribió a Rosas: “Tal agravio demandaba imperiosamente el sacrificio de la vida con honor, y sólo la subordinación a las supremas órdenes de V.E. para evitar aglomeración de incidentes que complicasen las circunstancias, pudo resolver al que firma a arriar un pabellón que durante treinta y tres años de continuos triunfos ha sostenido con toda dignidad en las aguas del Plata”. La enseña azul y blanca de los buques argentinos fue reemplazada por la francesa o inglesa, y todos sus marinos apresados. El mando de la escuadra apoderada se le otorgó al aventurero José Garibaldi.

Después de recurrir a la última ratio, las potencias imperiales se dispusieron a internar el Paraná y el Uruguay, declararon el bloqueo de todos los puertos, apresaron los barcos mercantes y se prepararon a ocupar los puntos dominantes del litoral argentino. La unidad de Garibaldi cañoneó, incendió, arruinó, tomó por asalto y saqueó la Colonia del Sacramento, luego tomó la isla Martín García, por el río Uruguay atacó al pueblo puramente comercial y desguarnecido de Gualeguaychú, saqueándolo durante dos días, a Paysandú, donde fueron rechazados, igual que en Concordia.

Pero a pesar de los atropellos, depredaciones y crueldades, la intervención no podía ocupar los puntos guarnecidos regularmente por la Confederación. Es así que las potencias resolvieron que sus escuadras combinadas forzasen a cañonazos el paso del Paraná hasta llegar y tomar a Corrientes, a fin de dominar ese gran río. Hasta entonces sólo se habían producido actos de fuerza para intimidar al gobernante nativo, método con el que en otros países habían obtenido amplias concesiones. Pero aquí y ahora, iba a comenzar la verdadera guerra.

Salvo el puñado de doctores emigrados, todo el país acompañó a Rosas en la lucha donde se comprometía la honra y la integridad nacional. Los gobernadores, las legislaturas del interior, los héroes militares de las campañas por la independencia, los hombres principales y acaudalados, los gauchos que podían manejar un fusil, los representantes diplomáticos acreditados en Buenos Aires, todos ratificaron de un modo inequívoco ese apoyo. Igual que la prensa de toda América y la de la propia Europa.

El brigadier general don Juan Manuel de Rosas se convirtió así en el representante armado de la independencia que alcanzaron con tanto sacrificio las naciones sudamericanas, y del principio republicano que miraban con desprecio las monarquías signatarias de la Santa Alianza. Era el consenso unánime manifestado de un modo elocuente el que así lo comprendía en toda la nación y en toda la patria grande. Era la bandera del río del Juramento y de los Andes que tremolaba en manos de los mismos que se habían batido en Salta, Chacabuco, Maipú y Lima. Era el padre de la patria, el Libertador don José de San Martín, ofreciendo sus servicios a Rosas, en defensa de la independencia amenazada. Y para que ningún eco de gloria faltase en ese concierto del patriotismo y del honor, la lira del autor del himno nacional llamaba así al sentimiento generoso de los argentinos:

Se interpone ambicioso el extranjero,
su ley pretende al argentino dar,
y abusa de sus naves superiores
para hollar nuestra patria y su bandera,
y fuerzas sobre fuerzas aglomera
que avisan la intención de conquistar.

Morir antes, heroicos argentinos,
que de la libertad caiga este templo:
¡daremos a la América alto ejemplo
que enseñe a defender la libertad!
[...]
(Vicente López y Planes, Oda patriótica federal recitada en el teatro de la Victoria la noche del 5 de noviembre de 1845).

En la costa norte de Buenos Aires, a unos 160 kilómetros de la Capital, poco más allá de San Pedro, el río Paraná forma un recodo que se conoce como la Vuelta de Obligado. A esa altura el río tiene unos setecientos metros de ancho, y por ahí debía pasar necesariamente la flota extranjera para llegar a Corrientes. En ese lugar levantó sus principales baterías el general Lucio Mansilla, jefe del departamento del Norte, miliciano de la reconquista con Liniers, oficial de la campaña oriental con Artigas, comandante del ejército de los Andes con San Martín, de Maipú y la campaña del sur de Chile con Las Heras, héroe de la guerra con Brasil, un probado veterano de la Independencia con dotes singulares para sacar ventajas de cualquier situación de armas.

Sin embargo, carecía de los recursos naturales para desenvolver esas cualidades: es el momento en que el águila enjaulada tiende inútilmente sus alas y devora el espacio con los ojos. Hizo lo que pudo para conseguir esos recursos –municiones de artillería e infantería para las dotaciones completas-, pero éstos nunca llegaron. Mucho patriotismo y pocas municiones.

Mansilla montó cuatro baterías en la costa firme: la denominada Restaurador Rosas mandada por Alvaro Alzogaray, la General Brown por Eduardo Brown, el hijo del almirante, la General Mansilla por Felipe Palacios, y la Manuelita por Juan Bautista Thorne. Eran servidas por un total de ciento sesenta artilleros y otros sesenta de reserva, parapetados tras merlones de tierra pisada entre cajones. Guarnecían las cuatro baterías quinientos milicianos de infantería al mando de Ramón Rodríguez y otra cantidad similar, con varios cañones, en los espacios entre ellas. De reserva, apostados en un monte, seiscientos infantes y dos escuadrones de caballería al mando de José Cortina. Detrás de ellos, unos trescientos vecinos de San Pedro, Baradero, San Antonio de Areco y San Nicolás, reunidos a último momento. La custodia del general, setenta hombres al mando de Cruz Cañete.

En la orilla, en un mogote aislado, estaban apoyadas unas anclas, a las que se asieron tres gruesas cadenas que atravesaban el río hasta la orilla opuesta, donde quedaron sujetadas a un bergantín armado con seis cañones al mando de Tomás Craig, estribor con frente al enemigo. Las cadenas se corrían sobre las proas, cubiertas y popas de veinticuatro buques desmantelados, hundidos y fondeados en línea. Con esto se propuso Mansilla mostrar a los anglo-franceses que el pasaje del río no era libre, y obligarlos a batirse si intentaban pasarlo.

La flota enemiga fondeó dos millas más abajo y durante dos días ambas fuerzas hicieron reconocimientos e intercambiaron algunos disparos de cañón. A las ocho y media de la mañana del 20 de noviembre de 1845 avanzaron sobre las baterías de Obligado once buques enemigos con noventa y nueve cañones de grueso calibre, de los cuales treinta y cinco eran Paixhans, de bala con espoleta y explosivos, acreditados por los estragos que habían hecho en los bombardeos de Méjico. Media hora después rompieron sus fuegos. La banda del batallón Patricios hizo oír el himno nacional. Mansilla, de pie sobre el merlón de la batería Restaurador Rosas invitó a los soldados a dar el tradicional grito de ¡viva la patria! Y a su voz arrogante y entusiasta, el cañón de la patria lo ilumina con sus primeros fogonazos. Otra media hora después y el combate se generaliza, entrando todos los buques en acción. Los pechos de los soldados argentinos sienten por primera vez la lluvia de bala y metralla, pero sin embargo las baterías de tierra ponen fuera de combate dos bergantines ingleses.

Al mediodía Mansilla comunica a Rosas que el enemigo no ha podido acercarse a la línea de atajo, pero que dada su superioridad, cree que lo harán, porque a él le faltan las municiones para impedirlo. Efectivamente, pocos minutos después el capitán Tomás Craig, comandante del bergantín argentino Republicano, que sostenía esa línea de atajo, quema su último cartucho. Cuando pide más municiones a tierra y le responden que ya no hay, hace volar su buque para no entregárselo al enemigo, y va con sus soldados a tomar el puesto de honor en las baterías de la derecha. Los buques de la alianza imperial avanzan hasta la línea de atajo, sufriendo todos los fuegos de las baterías. Como un volcán arrojando serpientes de fuego en todas direcciones, el agua cubierta de nubes de pólvora quemada, entre estrépitos de muerte, el Paraná se convierte en un infierno. 

En lugar prominente de este cuadro está Mansilla; y su esfuerzo prodigioso, y su vida que respeta la metralla, y su espíritu, pendiente de una probabilidad halagüeña, concentrados en ese punto del río Paraná, donde se juegan el derecho y la honra de la patria que él defiende. Hay un momento en que esa probabilidad parece sonreírle: es cuando los cañones de las baterías hacen retroceder algunos buques, ponen fuera de combate algún otro y apagan los fuegos de varios cañones enemigos. Pero simultáneamente una lancha con un contingente inglés logra cortar las cadenas y hacer pasar del otro lado algunos buques.

A las cuatro de la tarde Alzogaray, con casi todos sus artilleros muertos, quema en su cañón el último cartucho. La batería de Thorne es un castillo incendiado. Allí se sienten las convulsiones estupendas del huracán que ilumina con sus rayos una vez más la vida y que a poco fulmina la muerte entre sus ondas. El estampido del cañón sacude la robusta organización del veterano de Brown. El mismo Thorne dirige las balsas y los cañones, que hacen estragos al enemigo. Se fractura un brazo y se golpea la cabeza, de tal manera que perderá el oído para siempre. Desde entonces sus viejos compañeros le llamarán el sordo de Obligado.

Después de ocho horas de bombardeo incesante, los patriotas se quedan completamente sin municiones. Mientras los cañones de los buques enemigos siguen disparando, se lanza la infantería de desembarco sobre las diezmadas fuerzas argentinas. Mansilla se pone a la cabeza y manda calar bayonetas. Al adelantarse, es derribado por la metalla en el estómago y queda fuera de combate. El coronel Ramón Rodríguez lleva otra carga con los Patricios y repele al enemigo; pero éste finalmente logra controlar el campo. Los europeos contaron ciento cincuenta bajas en la Vuelta de Obligado y sus mejores buques quedaron bastante averiados. Los argentinos sufrieron seiscientos cincuenta hombres fuera de combate y perdieron dieciocho cañones. Durante casi ocho horas, no se dejó de hacer fuego de parte a parte. Fue un brillante hecho de armas para ambos bandos.
La victoria que alcanzaron los anglo-franceses resultó pírrica; quizás confiaron demasiado en lo que aseguraban los emigrados unitarios, su prensa y sus libros: que ante su presencia en las costas, los pueblos “sacudirían el yugo de Rosas y harían causa común con ellos”. Forzaron el pasaje del río y tal vez podrían dominarlo, pero supieron que no podrían avanzar tierra adentro, ya que se sublevarían contra ellos todas las fibras de un pueblo viril atacado en sus hogares.
El desengaño de los aliados fue tan grande, como impotente de ahí en más la prédica de los emigrados. Y después de Obligado, todos en la Confederación se pusieron sin reservas al servicio de la patria y de los principios que Rosas sostenía, ancianos de las luchas de la Independencia, gauchos viejos de la edad de oro, opositores y muchos unitarios conspicuos, como el coronel Martiniano Chilavert, el artillero más científico de la época. Pero además en toda América y en Europa se consideró a Rosas como el único jefe americano que había resistido las violencias y agresiones de las dos mayores potencias mundiales. Desde entonces será llamado “el grande hombre de la América”.

Es que en un recodo del Paraná, un 20 de noviembre de 1845, la entereza del general Lucio Mansilla, rigiendo el sentimiento nacional, en lucha desigual con los poderes más fuertes de la Tierra, supo grabar con sangre que no se borra los derechos indestructibles del honor y de la gloria de la nación. Por eso se ha instituido al 20 de noviembre como el Día de la Soberanía.

El combate de la Vuelta de Obligado se difundió, en ese momento, por todo el mundo, y ni siquiera los más acérrimos atacantes de Rosas, en Europa, pudieron dejar de elogiar el valeroso proceder de Mansilla y sus hombres. San Martín comentaría en Francia “… los interventores habrán visto.., que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca”.

En nuestro Museo de Historia Nacional hay una bandera que tomada por los ingleses en la Batalla de Obligado, fue devuelta a la Nación. Pero la historia de esta devolución es tan emotiva como desconocida y esta nota lo que pretende es narrarla no con el fervor que cualquier argentino desearía, sino con un documento que 40 años más tarde, escribiera uno de los Comandantes de la Fuerza Invasora el Almirante Sullivan, el que el 26 de octubre de 1883, – ya anciano – se presentó al Consulado Argentino en Londres para devolver una Gran Bandera Argentina.

El documento expresaba: “En la batalla de Obligado en el Paraná el 20 de octubre de 1845 un oficial que mandaba la batería principal (era la Manuelita) causó la admiración de los oficiales ingleses que estábamos más cerca de él, por la manera con que animaba a sus hombres y los mantenía al pie de los cañones durante un fuerte fuego cruzado bajo el cual esa batería estaba expuesta. Por más de 6 horas expuso su cuerpo entero. Por prisioneros heridos supimos después que era el Coronel Ramón Rodríguez del Regimiento de Patricios de Buenos Aires.

Cuando los artilleros fueron muertos, hizo maniobrar los cañones con los soldados de infantería y él mismo ponía la puntería. Cuando el combate estuvo terminado habían perdido 500 hombres entre muertos y heridos de los 800 que él comandaba. Cuando nuestras fuerzas desembarcaron a la tarde y tomaron la batería, con los restos de su fuerza se puso a retaguardia, bajo el fuego cruzado de todos los buques que estaban detrás de la batería, defendiéndola con armas blancas. La bandera de la batería fue arriada por uno de los hombres de mi mando y me fue dada por el oficial inglés de mayor rango. Al ser arriada cayó sobre algunos cuerpos de los caídos y fue manchada con su sangre.

Quiero restituir al Coronel Rodríguez si vive, o sino al Regimiento de Patricios de Buenos Aires si aún existe la bandera bajo la cual y en noble defensa de su Patria cayeran tantos de los que en aquella época lo componían. Si el Coronel Rodríguez ha muerto y si el Regimiento de Patricios no existe, yo pediría que cualquiera de los miembros sobrevivientes de su familia que la acepten en recuerdo suyo y de las muy bravas conductas de él, de sus oficiales y de sus soldados en Obligado. Los que luchamos contra él y habíamos presenciado su abnegación y bravura tuvimos grande y sincero placer al saber que habían salido ileso hasta el fin de la acción”.

Después de Obligado

Después de la cruenta acción de Obligado, tras los barcos de guerra esperaba en el Ibicuy un convoy compuesto de 92 mercantes, de los cuales solo 50 siguieron la navegación rumbo al norte; el resto, visto los riesgos del viaje,  prefirió regresar a Montevideo.  Al pasar frente a Obligado, fueron nuevamente atacados por una artillería volante dirigida hábilmente por Thorne, que provocó daños de consideración en la mayoría de las unidades.  Lo mismo cuando trataban de pasar frente a las barrancas de Tonelero y Acevedo; ya restablecido, el propio Mansilla dirigió aquí la ofensiva, haciendo certero blanco en los buques de guerra que iban a la vanguardia.

El río es ancho en ese paraje, y pudo eludirse sin mayores problemas el ataque argentino. Pero nuestros defensores se desplazan con increíble agilidad, neutralizando con bravura las ventajas materiales del adversario.  En San Lorenzo, a la vera del campo histórico del primer combate de San Martín en América, disimuladas entre altas malezas sobre el río, ubicó Mansilla sus baterías, dispuesto a acosar hasta el escarmiento a los intrusos. Al paso de las naves mercantes se iza de improviso la bandera argentina y todas nuestras piezas disparan simultáneamente un fuego que sembró pánico en el río y una confusión tremenda, dando unos barcos contra otros, “sin que apenas un solo buque saliera sin recibir un balazo”, según informa Inglefield al almirantazgo.  Perdieron los aliados cincuenta hombres y dos más de sus navíos de guerra, el “Dolphin” y el “Expeditive”, resultaron muy seriamente dañados.

Al fin llegaron a Corrientes, única provincia cuyo gobierno no respondía a Buenos Aires.  Esperaban poder vender la carga que transportaban las naves mercantes, pero la guerra había sumido en una gran pobreza a los pueblos del interior, de modo que el aspecto comercial se vio signado por un rotundo fracaso.  Y había que volver a desandar el río, cosa que preocupaba seriamente a los otrora orgullosos marinos.  Resolvieron pedir refuerzos a Montevideo.  A ese efecto despacharon al “Gorgón”, pero no pudo pasar por el Tonelero.  Después de tratar de sostener el nutrido fuego que se le hacía desde tierra, tuvo que regresar y refugiarse averiado en Esquina.  Nuestros artilleros, con una habilidad increíble, atando sus baterías a la cincha de fuertes caballos, seguían a las naves del enemigo, que casi no podía creer en semejante asedio. 

Los refuerzos pedidos no llegaban, y la escuadra anglo-francesa, tan castigada ya, no se atrevía a emprender el regreso sin el auxilio de otras naves de apoyo.  Se despachó entonces la corbeta “Philomel”, atacada también en el camino, pero que logró llegar a destino.  Desde Montevideo zarpan entonces los vapores ingleses “Harpa” y “Lizard”.  Pero en el Quebracho, el “Lizard” quedó tan descalabrado que –prácticamente- no serviría ya de protección. En el parte correspondiente, el teniente Tylden dice que “el enemigo volteó nuestra pieza del castillo de proa, y su terrible fuego de metralla, que cribó el barco de proa a popa, me obligó a ordenar a oficiales y tripulación que bajasen”.  También hubo de refugiarse en Esquina. Había recibido 35 balas de cañón.

Medio año pasó desde la acción de la Vuelta de Obligado, hasta que, después de muchas indecisiones y de grandes pérdidas, el convoy extranjero se atreve a regresar: 40 barcos mercantes y 12 de guerra, aunque dos de ellos, por lo menos, fuera de combate.

El honor correspondió esta vez al Quebracho: fue donde se libró un encuentro definitivo.  Allí instaló Mansilla diecisiete cañones, mientras 600 soldados de infantería respaldaban esa fuerza contra un eventual desembarco, más de 150 carabineros, complementados con piquetes del batallón de Patricios, al mando del mayor Virto; en el centro, Thorne mandaba dos baterías y dos compañías de infantería, y hacia el otro extremo el batallón Santa Coloma, al mando de este jefe.  Cuando los buques de guerra enfilaron a las baterías de la Confederación, el general Mansilla, después de gritar “¡Viva la soberana independencia argentina!”, dio la orden de fuego.  El enemigo pretendía defender el paso de los buques mercantes, entreteniendo a nuestras baterías, pero fracasó en su propósito. 

La altura en que se encontraban los cañones criollos los hizo inaccesibles para la pesada artillería aliada; en cambio, el desconcierto en el río no pudo ser mayor.  Algunos barcos vararon, en su tentativa de huir, y todos sufrieron las implacables descargas de nuestras piezas.  El teniente Proctor, en su comunicado el capitán Hotham, le dice así: “El fuego fue sostenido con gran determinación; fuimos perseguidos por artillería volante y considerable número de tropas que cubrían las márgenes haciendo un vivo fuego de fusilería.  El “Harpy” está bastante destruido: tiene muchos balazos en el casco, chimeneas y cofas”.  Hotham, a su vez, acompañando la nómina de muertos y heridos ingleses y franceses en el Quebracho, confiesa al final, sobriamente: “Los buques han sufrido mucho”.  Pero el regreso del convoy, maltrecho, disminuido (en El Quebracho se perdieron muchos barcos, incendiados, varados, hundidos), provocó sordo malestar en los comerciantes de Montevideo, que se prometían pingües utilidades con transacciones de gran volumen.


Fuente: www.revisionistas.com.ar

miércoles, 23 de agosto de 2017

Cimbreando - José Larralde


Si una vez pedí permiso...
si una vez pedí permiso esta vez no viá a pedir nada
cansado de saltar pialada me he hecho medio escurridizo
no sé si será preciso que explique mi situación
no sé si será cuestión de afilar el desembuche
pero sé que el que me escuche me prestará su atención.

Todo aquel que alguna vez
me escucho con sentimiento
sabe bien que no le miento y que no doy de revés
naide me ha visto de juez pues me falta autoridá
pero no puedo callar lo que naides debería
la jeta que tengo es mía y me la han hecho para hablar.

Disgraciado el que se calla
pobrecito el silencioso
que castigo doloroso cuando la vergüenza falla
quien tiene que muestre agalla y me diga que no es cierto
que el vivo que vive muerto aferrado a su tembleque
siempre espera que se seque para ira agregar el huerto.

Quien tenga mejor razón que vomite el desengaño
no viví juntando año pa´ hacerme burro osobón
Dios me ha dado un corazón y por rispeto al regalo
con diente palo o uña defenderé su postura
yo se que me sobra achura pa´ empachar a más de un malo
soy amigo del que quiera pero no me den manija
el que guste que me elija y el que no me deje ajuera
no nací pa´ ser cumbrera pues me gusta ser orcón
y como soy el patrón de mi propia voluntá
quiero estar donde hay que estar vomitando mi opinión.

Tan solo le pido a Dios
como gauchada final
que me deje con mi mal de poder alzar la voz
yo que he sido domador, pion de a pie y hasta hachador,
resero de lo mejor y hasta me prendí al arao
solo me queda el tostao y el recadito cantor.

Todo por no asosegar
ni la palabra ni el gesto
porque nunca hallé pretesto pa´ que me quieran prepiar
porque no supe callar lo que callar no debía
porque fue la vida mía arriador pa´ l atropello
hoy solo tengo el risueyo y esta tristeza tan fría.

Porque no di la liberta pa´ engordar al candidato
porque nunca fui barato ni me compraron la jeta
porque no fui gallareta que se escuende en el juncal
porque ante el bien o ante el mal yo siempre puse la cara
hoy tengo la idea clara pero grande el chiripá.

Por eso no tengo un perro que me ladre la osamenta
porque nunca me hice cuenta ni de lata ni de fierro
tengo razón y no le erro cuando digo que el derecho
empieza donde arranca el pecho y termina en el bolsillo
no tiene ni calzoncillo quien siempre encara el repecho.

No es lo mismo el montón lerdo
que el montón hecho de apuro
el lerdo es el más seguro el otro hecha olor a cerdo
cuando digo esto me muerdo porque siempre elegí el más lerdo
y me quede con el cuento de migran filosofía
las cosas que yo creía se las ha llevao el viento.

Hoy pienso en la humanidá
igual que ayer y mañana
se va muriendo con ganas de llegar a la verdá
se que no es casualidá que el hombre viva amargado
embuchando un entripao producto de su inocencia
unos le llaman paciencia y yo tiempo mal gastado.

Con rispeto a la razón, alguna sé que le acierto
tocar el cielo de murto no es ninguna solución
conozco a más de un varón que se adormece entre palma
hechas con las pobres alma de los difunto en vida
suelen ser las más podridas las aguas que están más calmas.

Corazón que tiene pena puede legara extraviarse
como la pava volcarse si al hervir está muy llena
lleva la misma condena el clavo que la madera
una se hincha pa´ ajuera y el otro pierde su brillo
y el que goza es el martillo cuando se ciembra y golpea.

Cosa que aprendí de viejo
antes de llegar a serlo
una de mirar y verlo, otras de mi propio espejo
cosas que no son consejo ni siquiera comentario
lo mesmito que un rosario cuenta que naide las reza
pero niebla su cabeza con su cruces y calvario.

Aunque he vivido a los saltos no viví sobresaltado
a las cosas que he pasado ni les suebro ni les falto
nunca quise volar alto siempre volé a lo perdido
ansí contemplé el matiz de la vida y sus porfía
las cosa que no sabía las supe por la raíz.

Volar alto es la grandeza
pa´ los que van de aguilucho
pero el hombre ha de ser ducho pa´ no enturbiar la cabeza
yo me aferré a la riqueza de andar cerquita del suelo
una tranquiada ni un vuelo ni cansa ni perjudica
la tierra es grande o es chica de acuerdo con los anhelos.

Y aquí estoy ni más ni menos con lo que Dios me ofreció
el hombre siempre vivió entro lo malo y lo bueno
algunos mascan el freno otros viven cabestreando
otros por andar cediendo terminan en mortadela
y yo soy burro de escuela y me la paso patiando.

Pero no dejo de ser
apenas un pobre criollo
y si una vez fui pimpollo ya de dentrado a envejecer
los años se dejan ver sin cuzco que los espante
siempre marchan adelante y por más que el hombre avance
no hay almanaque que alcance, ni crestiano que lo aguante.

Sin embargo y a pesar de tanta potencia junta
me he quedao con una punta que no me podrán quitar
me han ayudado a pensar a observar y a preguntarme
quien ha podido cambiarme, quien me ha podido torcer
conciente de mi deber ya nada puede asustarme.

No me gusta oír excusas
porque no soy confesor
tan solo soy decidor sin fusa ni semifusa
vivo sacando pelusas del rincón de los olvido
si sufro por ser sufrido soñador de la justicia

peleo por la delicia de no vivir sometido.

domingo, 28 de mayo de 2017

A campo abierto - Argentino Luna


Vi’a entrar sin pedir licencia
a lo potro en el corral
y aunque al cantar cante mal
pa’ conversar mi conciencia.
Alforjas con experiencias
va palenteando mi overo,
y a fuerza de ser sincero
vi’a tirar con todo el rollo:
porque donde canta un criollo
hay que sacarse el sombrero.

Si he galopeao hasta aquí
quiero dejar aclarao
que es porque he sido invitao,
sino andaría por ahí.
Porque me encuentro feliz
a campo abierto pensando,
horas enteras cantando
en el rancho de un amigo,
de esos que son como abrigo
si el alma anda tiritando.

No vengo a cantar mis penas
ni a conversar mis pobrezas,
si allá en mi rancho, mi pieza,
está llena de cosas buenas.
Pero se me inflan las venas
si me patean el asao,
y no aguanto un entripao
pa que no pese la carga,
que el que recibe y no larga
suele morir atorao.

Bueno, ahí tienen mas o menos,
cómo soy y a lo que vengo;
y si ven que no convengo
no quieran mostrarme un freno.
Que aún estando en campo ajeno
el palenque no me halaga
y no encuentro mejor paga
que volar a mi manera,
como esas aves camperas
que vuelan por Madariaga.

Estoy de errores cubierto
por eso no dejo herencia,
y sigo con mi existencia
galopeando a campo abierto,
me persigno ante los muertos
de la orilla del camino
porque tal vez el destino
me brinde un mismo final
y me cubra el pastizal
de los campos argentinos.

viernes, 20 de enero de 2017

Charla con Miguel "Zurdo" Martìnez


Miguel “Zurdo” Martínez (m. 2011), junto a Linares Cardoso, ha sido uno de los mayores exponentes del canto folklórico entrerriano. El amor a su tierra, al río, se reflejan bellamente en su magistral obra poético-musical. A continuación compartimos un fragmento de una nota realizada por Gilda García para el Nº 21 de la revista paranaense El Colectivo.
***
Si decimos que alguien vive como piensa y que, pensando como quiere, camina el mundo y la vida defendiendo sus creencias y verdades, tal vez esto no alcance para definirlo. Si después agregamos que nunca ha lucrado con su arte a pesar de las ofertas recibidas, nos estamos acercando. Pero si concluimos que es músico, entrerriano, sabedor del río y hombre de pocas vueltas, lo estamos nombrando. A los 68 años, Miguel “Zurdo” Martínez no hace concesiones para estar en el candelero, se cabrea rápido si alguno se hace el distraído, pero se conmueve hasta la medula cuando habla de Martha, su compañera de casi toda la vida. “No puedo quejarme, tengo lo necesario para vivir y darme algunos gustos”- asegura, mientras se dispone a solicitar un préstamo bancario para cambiar su vieja guitarra.

¿Por qué cree que vino a esta vida y a este lugar del mundo?

Para encontrar una explicación a eso tengo que recurrir a mi hermano Atahualpa Yupanqui: cuando habla del “destino del canto”. Me considero un elegido por la tierra para cantarle y defenderla. Ella me dio el don de la música, no para mi vanidad, sino para mi sacrificio. Una especie de sacerdocio que uno acepta. Y mi lugar en el mundo es este. Nunca me fui de acá. En las épocas bravas de la dictadura me consideraba un exiliado interno, con un cagazo cotidiano, un terror permanente. Pero nunca me fui.

¿Cree que ha renunciado a un mayor reconocimiento o ingreso económico?

La guita dejala porque no importa. Ahora, el reconocimiento lo tengo. En los últimos tiempos, cada actuación se ha transformado en una gratísima sorpresa. Pero no busco masividad. Eso dejalo para otra gente que busca el exitismo. Ya te he dicho otras veces que para mí el éxito es estar conforme con lo que uno hace. El otro éxito, el materialista, no me interesa un carajo. Me importa más la comunicación con la gente, el respeto.

¿A qué clase de hombre va dirigida su música?

Al hombre con dignidad, honesto, solidario. Al que puede emocionarse con la música que uno hace, con el mensaje que uno quiere brindar. Si es mucha o poca esa gente no importa porque eso depende de los vaivenes y coyunturas político –sociales.

SIN ARREPENTIMIENTOS

¿Qué frutos le ha dado la coherencia?

A mí no me costó ni mierda ser coherente. Nunca he dejado de ser lo que soy y lo que fui. Los valores con que me forme y lo que me enseñaron mis viejos no han cambiado. Lo que pensaba cuando tenía 15 años es lo mismo que estoy pensando ahora. Además, mientras exista la injusticia, el hambre y la explotación del hombre por el hombre, para mí las cosas van a seguir estando claritas.

Si pudiera empezar de nuevo ¿cambiaría algo de lo que hizo?

En ese caso no sé si me inclinaría por la guitarra. Fue mi viejo quien me puso la guitarra en las manos. Pero a mí me gusta mucho el chelo. Esa tesitura de barítono que tiene, ese sonido intermedio me emociona mucho.

¿Es lo único que habría hecho distinto?

No estoy arrepentido de nada de lo que me ha tocado hacer. Tal vez si a los veinte años hubiera tenido la madurez suficiente para discernir, no habría sido empleado bancario. Eso me jodio en muchos aspectos. Tendría que haber sido docente musical. Pero, por otro lado, el hecho de no vivir de la música -porque yo he vivido para la música pero no de ella – y haber tenido mi sueldito, me dio y me sigue dando la libertad de decir cosas y ser sincero. Por eso es que no tuve que hacer concesiones. Tal vez la única fue entrar a las siete menos cuarto al banco, colgar mi personalidad en la puerta, y a las dos y media volverla a levantar. Esas ocho horas eran del banco, no mías.

¿Qué desea transmitirle a las generaciones que vienen?

Yo creo o quiero creer en las nuevas generaciones porque me doy cuenta que el enemigo es el imperialismo yanqui, el capitalismo, el consumismo y la globalización. Y lo es principalmente de todos los jóvenes. La cosa es que se den cuenta. Pero si esto no sucede, habrá que tratar de ayudarlos. Creo en las nuevas generaciones porque creo en el hombre y en el fin del imperio. Todos los imperios han tenido un final y nosotros estamos asistiendo al fin del sistema capitalista.

¿Cree en Dios?

Hace unos años, en una cena, me senté al lado del cura Farinello. Contábamos historias y anécdotas. Y por ahí me dice que, escuchándome, le parecía que no era católico apostólico romano. “Mira –le digo –capaz que soy católico apostólico entrerriano”. Se cago de risa y me pregunto cómo era eso. Le explique que no creía en el dios de Karlic ni en el dogma católico, pero que cada vez creía más en Dios. En un Dios mío. Uno que no tiene nada que ver con el dios del temor, del cagazo como forma de portarse bien que intentaron enseñarme cuando era guri. “¿Y cómo es la cosa?”, me pregunto. “Mira - le dije – para encontrarme con Dios me voy a la isla, escucho el canto de los pájaros, el rumor del agua, veo un amanecer o un atardecer. Miro para Villa Urquiza, donde están mis viejos y hablo con ellos. Me llevo un walkman y escucho Bach, Isaco Abitbol y la música de guitarra que me gusta. En esos momentos estoy plenamente con Dios”. Farinello se rió y me dijo: “Pero si eso es Dios”.

Lo busca en la esencia y no en la apariencia.

Claro. Es que no creo en ese catolicismo de los tipos que, de lunes a viernes, viven explotando gente, cometiendo injusticias, jodiendo a los demás y el domingo se meten en la iglesia para salir limpios.

¿Cuántos años hace que está con su compañera?-

Hace 38 años que estamos juntos. Tuve la suerte de encontrar la compañera ideal. Haber conocido a Martha fue mi salvación. Por ahí nos puteamos un poco, pero hay mucha afinidad, mucho respeto y, sobre todo, gran coincidencia en los gustos. Ella es docente musical y tiene una gran capacidad de análisis. Cuando nos fuimos a vivir a Santo Tome en el año 70 yo ganaba el doble que ella. La mitad del sueldo era para mis hijos – de un primer matrimonio – la otra para pagar el alquiler. Vivíamos con su sueldito de maestra. Toda la vida fue así. Después, cuando llego la época de las jubilaciones, se hizo al revés: ella se retiró con el cargo de supervisora y gana el doble que yo. Con su sueldo y el mío nos arreglamos. Así vivimos y, cuando tengo alguna actuación por ahí, saco la cabeza afuera, respiro un poco y compramos algo. De ahí no sale la cosa. Tampoco hay aspiraciones de otro tipo. Estamos conformes con eso: comprar una mejor guitarra, unos libros. Eso sí, no me privo de comprar discos, aunque debo tener cuidado cuando salgo con el sueldo recién cobrado y me meto en una disquería.

BALANCE

¿Cree que ha vivido como ha querido?

Lo que te puedo decir es que a los 68 años, después de haber pasado muchas malas y muchas muy buenas, estoy conforme con lo que me ha tocado vivir. No puedo quejarme. Estoy contento de no haber vendido mi alma al diablo y haber sido coherente con una conducta aprendida a través de la influencia de mi padre, de Yupanqui, de Marcelino Román…Tal vez, sin razonarlo ni pensarlo demasiado, uno se fue formando y armando. Con ellos también aprendí el sentido de la amistad y el deseo de vivir en una constante superación, acumular conocimiento. Creo que esto puede hacerse de muchas maneras: algunos llegan a tener gran conocimiento intelectualizando todo. No lo digo despectivamente, al contrario. No soy de esos aunque los admiro. A esta altura de la vida me doy cuenta que los conocimientos acumulados fueron a través de la vida misma, de las circunstancias que me ha tocado vivir. La historia social, política y cultural no la intelectualizo ni me la contaron, la he vivido. Tengo buena memoria y me doy cuenta que he llevado una conducta que puede ser ejemplo para muchos jóvenes. Eso pasa a ser el capital de uno. Cuando te das cuenta que la dignidad con que viviste es tu capital, el otro – el material- pasa a ser una cagada. Ni pelota le das. Mis hijos saben bien que los únicos bienes materiales que recibirán son esta casa, la guitarra, los discos y los libros. Nada más. Pero creo que también ellos van a ir por ese camino. A esta altura muchos de la vereda de enfrente me creen resentido. ¿Resentido? No. Yo tuve posibilidades de vender mi alma al diablo.

Tal vez la cosa pase por ahí: tuvo la posibilidad y no lo hizo.

Me resulta chocante en las personas que quiero y respeto, inteligentes y formadas ideológicamente, el estado de sorpresa en que viven ante los hechos aberrantes que nos tocan vivir. No tenemos más derecho a sorprendernos de las injusticias cotidianas. Lo que vivimos es producto y resultado de un capitalismo salvaje y un consumismo que ha demostrado su fracaso en todo el mundo. En los 90, Menem y su gente y ahora los actuales funcionarios, dicen que la globalización es irreversible, que las cosas hay que aceptarlas así porque no hay posibilidades de cambiar y que todo lo demás son utopías. Bueno, si no tenemos utopías me pego de un tiro y chau.

Serrat decía que si no tenemos utopías, la vida es solo un largo camino hacia la muerte.

Hay muchas maneras de expresarse. Marcelino, mi viejo y otros en sus trabajos siempre dejaban una puerta abierta a la esperanza, a un mundo mejor. Eso lo tengo incorporado. Muchos imbéciles me dicen que no le canto a las injusticias. ¿Cómo no lo voy a hacer? Pasa que nunca he lucrado con la protesta. A la protesta la tengo incorporada. Basta con mirar mi repertorio. Lo que no hago es aprovechar las coyunturas políticas para hacer una canción. Detesto eso. Hay tipos que viven pendientes de la denuncia pero en eso no hay un hecho artístico. Eso debe ir acompañado de arte en lo político y en lo musical.

Y de conducta.


¡Eso ni hablar! Pero ¿Cómo hacemos para escapar de la Tinellizacion? Yupanqui la tenía clarita con aquello de que “a la gente no hay que darle lo que pide sino lo que se merece, o sea lo mejor”. Acá todo el mundo vive pendiente del rating. Si no lo tenes te echan a la mierda. Está todo al servicio del enemigo. Sin ir muy lejos, sé que muchos músicos populares han ido a cantar a los cortes del Túnel. A mí también me vinieron a buscar y les dije que no. Primero porque yo quiero la reforma agraria y ahí nadie habla de eso. Segundo, porque soy antisojero y ahí nadie lo es. Ni de un lado ni del otro. Porque el gobierno tiene un doble discurso: por un lado dice que quiere eliminar la soja pero, por el otro, favorece a los pooles de siembra, a los Grobocopatel, a los grandes intereses que manejan todo. Yo estoy muy cercano a los movimientos ambientalistas, al Foro Ecologista sobre todo. No a los otros, porque no me quiero disfrazar de verde para pelear contra el desmonte o la contaminación del río. No. Para ser ambientalista hay que ser anticapitalista. Vivir como se piensa parece casi imposible dentro de este modelo. Pero intentarlo ya es un logro.