martes, 4 de junio de 2013

Marechal y Rosa: La Universalidad del Martín Fierro

La grandeza de nuestro poema nacional, el Martín Fierro, estriba en su cualidad de universalidad. Proyectado desde lo autóctono, es un reflejo del espíritu tradicional que anima desde un ámbito superior las obras de belleza que han sido las encargadas de generar cultura alrededor del mundo. A este respecto, uno de los mayores literatos de nuestra Argentina, Leopoldo Marechal, expone: "Lo autóctono reclama sus derechos a intervenir en la obra de arte (...) no es menos verdadero que el arte ha tendido siempre a universalizar sus frutos. Hay en el arte una tensión invencible hacia lo universal, un impulso que lo induce a trascender fronteras (...), a ubicarse en el plano superior donde todas las voces del mundo se reconocen, se identifican y se unen en lo que llamaríamos 'un gran acorde universal'. Y yo diría que un pueblo no logra la plenitud de su expresión, si no consigue trascender a los otros e integrar con ellos el gran acorde al que acabo de referirme" ("La poesía lírica: lo autóctono y lo foráneo en su contenido esencial", Obras Completas, tomo V, p. 145).
Por esto es que hemos querido compartir con nuestros lectores dos interpretaciones del Martín Fierro que validan las apreciaciones anteriores: una, la del mismo Marechal, extraída del estudio titulado 'Leopoldo Marechal: Tradición e Identidad', escrito por Daniel Teobaldi, y la otra del historiador revisionista José María Rosa, tomada de su Historia Argentina T. VIII. Si bien diferentes, tales interpretaciones aseguran su validez en aquello mismo que, como hemos dicho al comienzo, figura su grandeza: la universalidad propia a las obras que forjan la identidad y la trascendencia de las razas y los pueblos.
***
"Hay pueblos que nacen para la grandeza del canto: esa vocación se anuncia tempranamente, mediante algún hecho libre, dado en el orden de la música. Yo les aseguro que, en ese orden, todo puede y debe esperarse del pueblo argentino. ¿Y saben ustedes por qué? Porque José Hernández escribió el Martín Fierro". (Leopoldo Marechal, Op. Cit., p. 153)
No debe extrañar que Marechal se haya detenido con minucia y con originalidad en el poema de José Hernández, en una conferencia titulada "Simbolismos del Martín Fierro" (1955).
Esta conferencia está planteada casi como una prolongación de las reflexiones desarrolladas en la anterior, desde el momento en que se inicia con las mismas palabras con que termina la otra. Esto indica una continuidad en el pensamiento marechaliano sobre este tema. Según lo asegura Marechal, el poema de Hernández nació en el momento adecuado: "Sin complejo alguno, 'con toda la voz que tiene', Martín Fierro se parece bastante a un hecho libre de la literatura nacional, producido, como todo milagro aleccionador, en el instante justo en que se lo necesitaba, es decir, cuando la nueva y gloriosa nación, habiendo nacido recién de la guerra, como todo lo que merece vivir, debía reclamar con las obras su derecho a la grandeza de los libres, tal como había reclamado su derecho a la existencia en la libertad."
Marechal plantea dos instancias por las que atravesó el poema de Hernández, situaciones a las que denomina "enigmas": el primero, relacionado con la difusión del poema. El segundo, con las primeras interpretaciones que se le dieron.
El primer "enigma" está en relación con los destinatarios del poema. Marechal afirma que el Martín Fierro, está dirigido a "la conciencia nacional", es decir: a todos los argentinos. Pero en el momento en el que el poema aparece, Marechal advierte que hay una clase dirigente y una intelectual, por cuyas acciones se produce lo que Marechal denomina el proceso de "enajenación o el extrañamiento del país con respecto a sus valores espirituales y materiales". Entonces, Martín Fierro es sistemáticamente ignorado o admitido como un mero hecho literario por las dos clases arriba citadas.
En este punto, Marechal se pregunta: "¿Cuál era, pues, la única órbita de acción que a Martín Fierro le quedaba? La del pueblo mismo cuyo mensaje quería transmitir el poema. Y entonces ocurre lo enigmático: el mensaje desoído vuelve al pueblo de cuya entraña salió." En esto cifra Marechal el "enigma": un fenómeno de consecuencias inusitadas, por el camino recorrido por el poema, que implica una apertura en la conciencia popular, un abandono de la ciudad y un regreso a la tierra.
El segundo "enigma" es el de la incomprensión, ingenua o deliberada, del poema. Marechal asegura que en el país hay inteligencias que conocen la verdad que encierra el Martín Fierro, pero que operan como obstructoras de esa verdad. "Cierto es que las circunstancias de enajenación u olvido con respecto al ser nacional y a sus intereses vitales, no sólo perduraban en el país, sino que se habían agravado, merced a las corrientes cosmopolitas (inmigratorias o no) cuyo flujo había cubierto nuestro limo natal y añadía nuevos factores de confusión al problema de aclarar lo nuestro." La claridad con la que Marechal resuelve el "enigma" que él mismo había enunciado para el poema, reubica la obra de Hernández en una instancia crucial, en tanto no se atienda a lo que Marechal está poniendo en evidencia: "El poema de José Hernández no fue entendido cabalmente por su crítica inicial; y no será entendido por ninguna que desvincule al Martín Fierro de su misión referente al ser argentino y a su devenir."
Así, Marechal rescata el valor del Martín Fierro por configurarse como una obra representativa del ser nacional y por encarnar la voz de su pueblo. Al tratarse de una realización popular, asume el carácter de tradicional. Este aspecto había sido puesto de manifiesto por Lugones en El payador, quien, como Marechal, lo vincula a la épica occidental: "El Martín Fierro es, como las epopeyas clásicas, el canto de gesta de un pueblo, es decir, el relato de sus hechos notables cumplidos en la manifestación de su propio ser y en el logro de su destino histórico." Y a continuación, inserta lo medular de su comentario sobre el poema de Hernández, cuando lo vincula con lo que el mismo Marechal había denominado "los movimientos del alma": "... la de Martín Fierro es una gesta ad intra, vale decir, hacia adentro, que el ser argentino ha de cumplir obligado por las circunstancias. Es la gesta interior que realiza la simiente, ante de proyectar ad extra sus virtualidades creadoras."
Ahora bien: si Marechal, en otra coincidencia con Lugones, considera que Martín Fierro es una epopeya, en una obra de esta naturaleza se destaca la imagen de un héroe. Marechal establece dos niveles de interpretación: uno literal, en el que reconoce al gaucho como héroe del poema, es decir un gaucho perfilado según características raciales y espaciales específicas. Pero el otro nivel de lectura, es simbólico, entonces afirma: "En el sentido simbólico, Martín Fierro es el ente nacional en un momento crítico de su historia: es el pueblo de la nación, salido recién de su guerra de la independencia y de sus luchas civiles, y atento a la organización de fuerzas que ha de permitirle realizar su destino histórico", inclusive, Marechal da un paso más en su interpretación, al sostener que Martín Fierro "...es el símbolo de todo un pueblo que, súbitamente, se halla enajenado de su propia esencia y, por lo mismo, hurtado a las posibilidades auténticas de su devenir histórico."
Cuando Lugones asociaba el temple de Martín Fierro al temperamento de Hércules, el esforzado semidiós de los doce trabajos, establecía que una función arquetípica estaba sustentando el espíritu del gaucho, anunciando que los argentinos estábamos hechos de esa madera y que debíamos despertar de una especie de letargo que nos hacía dar las espaldas a esa realidad. Marechal, por su parte, profundiza lo arquetípico lugoniano y a esa misma categoría le asigna un grado metafísico: Martín Fierro es el ente nacional, es la encarnadura del ser argentino. Tanto de la reflexión de Lugones cuanto de la de Marechal, se repara en el hecho de que el poema de José Hernández constituye el espacio donde anida la tradición nacional, el origen y la proyección natural de lo más genuino.
La tradición literaria argentina está hecha del canto de los aedas, que rubricaron con su palabra la dinámica interna de la tradición. Si Marechal postula que, por una parte, la poesía verdadera debe profundizar lo autóctono para alcanzar proyección universal, el Martín Fierro logra ese nivel. Pero llega ahí por obra del pueblo, de la comunidad, que es el verdadero reservorio de la tradición.
(“Leopoldo Marechal. Tradición e identidad”, Dr. Daniel Gustavo Teobaldi)
***
El poema "Martín Fierro" además de la elegía del gaucho tiene un claro simbolismo político. José Hernández acabó de darle forma en 1871 en un hotel de Buenos Aires después de una trashumante vida de periodista y guerrillero. Criado en la estancia de su familia, abrazó con posterioridad a Caseros la causa federal; escribe en La Reforma Pacífica de Calvo, y tras Pavón en diarios de Rosario y Paraná; es paraguayista cuando la guerra del 65, actúa junto a Evaristo López en Corrientes, y en 1870 toma campo por López Jordán.
Martín Fierro es la "relación / que hace un gaucho perseguido / que padre y marido ha sido / empeñoso y diligente / y sin embargo la gente / lo tiene por un bandido"
Es un poema político. Hernández lo dice: "… mis cantos son / para los unos sonido / y para los otros… intención". Aunque sabe "que es pecado cometido / el decir ciertas verdades…, / he de decir la verdad / de naides soy adulón / aquí no hay imitación / esto es pura realidá".
En la vida del hijo segundo de Martín Fierro, el poeta sintetiza la historia argentina. Alude a la independencia al decir: "Falta el cabeza primario / y los hijos que el sustenta / se dispersan como cuenta / cuando se corta el rosario"; al tiempo de los caudillos cuando una vieja parienta "me recogió a su lado / allí viví sosegado / y de nada carecía". Pero lo "bueno dura poco", muerta su pariente llegó el juez de paz "hombre de mucha labia / con más leyes que un dotor / me dijo: vos sos menor / y por los años que tienes / no podés manejar bienes / voy a nombrarte un tutor", evidente símbolo de la oligarquía. Entre el juez, el encargao de los bienes y el tutor se quedan con todo lo del gaucho no dejándole "ni un trapo / ni pa el frío, ni pa el calor". El tutor –el Viejo Vizcacha- "que debía enseñarme a trabajar / y darme la educación", era un "gaucho renegao… lleno de camándulas… con empaque a lo toro… siempre andaba retobao", y vivía "en los bañaos como el tero". La educación consistía en medrar junto a los que mandaban: "Hacete amigo del juez / no le des de qué quejarse… nunca le lleves la contra / porque el manda la gavilla"; "el que gana su comida / bueno es que en silencio coma". La moral era no afligirse por nada: "el cerdo vive tan gordo / y se come hasta los hijos".
En Picardía, el hijo del sargento Cruz, muestra el destino del criollo que malvive como jugador ventajero y elemento de comité porque se le dijo que era hijo de un bandido; pero cuando supo que su padre "era el guapo sargento cruz… que yendo con una partida / había jugado la vida / por defender a un valiente… / juré tener enmienda / y lo conseguí de veras, / puedo decir ande quiera / que si faltas he tenido / de todo me he corregido / dende que supe quién era".
En contraposición con los consejos del Viejo Vizcacha, Martín Fierro da consejos morales a sus hijos y al hijo de Cruz: "los hermanos sean unido… / que si entre ellos pelean / los devoran los de afuera"; se lamenta que "naides toma a pecho / el defender a su raza", aunque tiene la certeza que "han de concluir algún día / estos enriedos malditos". No por los políticos falsamente amigos del pueblo: "de nuestros males / hablan mucho los puebleros", pero "aumentan el fandango / los que están,  como el chimango / sobre el cuero y dando gritos". Debe ser obra del pueblo mismo, "que el fuego pa calentar / debe ir siempre por debajo". Alienta por boca de Cruz una promesa mesiánica en la restauración de la Argentina: "Y dejo rodar la bola / que algún día ha’e parar / tiene el gaucho que aguantar / hasta que lo trague el hoyo / o hasta que venga algún criollo / en esta tierra a mandar".
 (José María Rosa, Historia Argentina t. VIII, Buenos Aires, Editorial Oriente, 1974 )

No hay comentarios:

Publicar un comentario