domingo, 29 de junio de 2014

"Cimbreando" - Don José Larralde

Si una vez pedí permiso...
si una vez pedí permiso ahora no viá a pedir nada
cansado de saltar pialada me he hecho medio escurridizo
no sé si será preciso que explique mi situación
no sé si será cuestión de afilar el desembuche
pero sé que el que me escuche me prestará su atención.
Todo aquel que alguna vez
me escucho con sentimiento
sabe bien que no le miento y que no doy de revés
naide me ha visto de juez pues me falta autoridá
pero no puedo callar lo que naides debería
la jeta que tengo es mía y me la han hecho para hablar
Disgraciado el que se calla
pobrecito el silencioso
que castigo doloroso cuando la vergüenza falla
quien tiene que muestre agalla y me diga que no es cierto
que el vivo que vive muerto aferrado a su tembleque
siempre espera que se seque para ir a agregar el huerto
Quien tenga mejor razón que vomite el desengaño
no viví juntando año pa´ hacerme burro osobón
Dios me ha dado un corazón y por rispeto al regalo
con diente palo o uña defenderé su postura
yo se que me sobra achura pa´ empachar a más de un malo
soy amigo del que quiera pero no me den manija
el que guste que me elija y el que no me deje ajuera
no nací pa´ ser cumbrera pues me gusta ser orcón
y como soy el patrón de mi propia voluntá
quiero estar donde hay que estar vomitando mi opinión
Tan solo le pido a Dios
como gauchada final
que me deje con mi mal de poder alzar la voz
yo que he sido domador, pion de a pie y hasta hachador,
resero de lo mejor y hasta me prendí al arao
solo me queda el tostao y el recadito cantor
Todo por no asosegar
ni la palabra ni el gesto
porque nunca hallé pretesto pa´ que me quieran prepiar
porque no supe callar lo que callar no debía
porque fue la vida mía arriador pa´ l atropello
hoy solo tengo el risueyo y esta tristeza tan fría
Porque no di la liberta pa´ engordar al candidato
porque nunca fui barato ni me compraron la jeta
porque no fui gallareta que se escuende en el juncal
porque ante el bien o ante el mal yo siempre puse la cara
hoy tengo la idea clara pero grande el chiripá
Por eso no tengo un perro que me ladre la osamenta
porque nunca me hice cuenta ni de lata ni de fierro
tengo razón y no le erro cuando digo que el derecho
empieza donde arranca el pecho y termina en el bolsillo
no tiene ni calzoncillo quien siempre encara el repecho
No es lo mismo el montón lerdo
que el montón hecho de apuro
el lerdo es el más seguro el otro hecha olor a cerdo
cuando digo esto me muerdo porque siempre elegí el mas lerdo
y me quede con el cuento de migran filosofía
las cosas que yo creía se las ha llevao el viento
Hoy pienso en la humanidá
igual que ayer y mañana
se va muriendo con ganas de llegar a la verdá
se que no es casualidá que el hombre viva amargado
embuchando un entripao producto de su inocencia
unos le llaman paciencia y yo tiempo mal gastado
Con rispeto a la razón, alguna se que le acierto
tocar el cielo de murto no es ninguna solución
conozco a más de un varón que se adormece entre palma
hechas con las pobres alma de los difunto en vida
suelen ser las más podridas las aguas que están más calmas
Corazón que tiene pena puede legara extraviarse
como la pava volcarse si al hervir está muy llena
lleva la misma condena el clavo que la madera
una se hincha pa´ ajuera y el otro pierde su brillo
y el que goza es el martillo cuando se cimbra y golpea
Cosa que aprendí de viejo
antes de llegar a serlo
una de mirar y verlo, otras de mi propio espejo
cosas que no son consejo ni siquiera comentario
lo mesmito que un rosario cuenta que naide las reza
pero niebla su cabeza con su cruces y calvario
Aunque he vivido a los saltos no viví sobresaltado
a las cosas que he pasado ni les suebro ni les falto
nunca quise volar alto siempre volé a lo perdido
ansí contemplé el matiz de la vida y sus porfía
las cosa que no sabía las supe por la raíz
Volar alto es la grandeza
pa´ los que van de aguilucho
pero el hombre ha de ser ducho pa´ no enturbiar la cabeza
yo me aferré a la riqueza de andar cerquita del suelo
una tranquiada ni un vuelo ni cansa ni perjudica
la tierra es grande o es chica de acuerdo con los anhelos
Y aquí estoy ni más ni menos con lo que Dios me ofreció
el hombre siempre vivió entro lo malo y lo bueno
algunos mascan el freno otros viven cabestreando
otros por andar cediendo terminan en mortadela
y yo soy burro de escuela y me la paso patiando
Pero no dejo de ser
apenas un pobre criollo
y si una vez fui pimpollo ya de dentrado a envejecer
los año se dejan ver sin cuzco que los espante
siempre marchan adelante y por más que el hombre avance
no hay almanaque que alcance, ni crestiano que lo aguante
Sin embargo y a pesar de tanta potencia junta
me he quedao con una punta que no me podrán quitar
me han ayudado a pensar a observar y a preguntarme
quien ha podido cambiarme, quien me ha podido torcer
consciente de mi deber ya nada puede asustarme
No me gusta oír excusas
porque no soy confesor
tan solo soy decidor sin fusa ni semifusa
vivo sacando pelusas del rincón de los olvido
si sufro por ser sufrido soñador de la justicia
peleo por la delicia de no vivir sometido.

domingo, 22 de junio de 2014

El Origen Andaluz de la Payada Argentina

La cultura siempre ha sido la manifestación de un espíritu activo que expresa su irradiación sirviéndose de las herramientas naturales que el entorno le dispone. Para un pueblo determinado esa manifestación espiritual equivale a una identidad tradicional distintiva con la que se distingue de los demás. La cultura es, por lo tanto, el resultado propio de un genio étnico regional que retrata lo autóctono, el color singular que representa un sentir y un ser diferencial, original y que se perpetuará a través de los tiempos con el impulso que le confiere su cualidad de universalidad. Nuestra tradición argentina en gran medida viene representada por la cultura campera, y todo aquello que desde ella ha germinado como expresión de un espíritu o de un genio étnico particular: música, poesía, costumbres, etc. El gaucho, el paisano, como modelos de esta tradición, fueron -y son- los encargados de difundir y preservar nuestra cultura vernácula desde los albores mismos de la constitución de la patria argentina.

El gaucho, el hombre de la extensión infinita que se conoce como pampa, fue en sus orígenes un hijo libre de la llanura que a caballo recorría las distancias sin más horizonte que el de su dichosa libertad. Se había forjado fama de cantor errante pues poseía la virtud innata del alma musical, heredada de sus antepasados peninsulares. La guitarra, símbolo visible de aquella valiosa herencia, era, junto a su caballo, las prendas infaltables que reunía como única riqueza con la que cubrir su necesidad. Y con eso le bastaba. Se dedicó a la caza del ganado cimarrón, fue arriero, baquiano, y más tarde, con la llegada del alambrado limitador, fue peón de hacienda, domador, esquilero, y demás faenas del campo. Y lo más importante, aquello que definió un tipo cultural que arraigó y sirvió de instrumento para la obra cumbre de nuestra literatura proverbial representada por el Martín Fierro: fue payador, costumbre también de herencia peninsular que aquí halló un nuevo color, original y distintivo, signo indudable de identidad y tradición.

Cuando se indaga sobre el origen de la payada y el payador, nuestros representantes culturales en primera instancia suelen aludir como antecedente a los trovadores provenzales, juglares medievales que llevaban una vida ambulante y recitaban versos improvisados de diversa índole, tratando desde temas de amor hasta diatribas políticas. Sin embargo, luego de algunas pesquisas que hemos llevado a cabo encontramos que su procedencia data de un origen muy diferente y que nos remite directamente a la España musulmana.

Los musulmanes entran a la Península Ibérica hacia el año 711 de la era cristiana forjando una de las culturas islámicas más florecientes por aquel entonces: el emirato de Al-Ándalus. Este emirato caería definitivamente en manos de los reyes católicos en el año 1492. Sin embargo los musulmanes transmitirían pautas culturales que encontrarían arraigo en los no-musulmanes, quienes las asimilarían a su acervo y las harían propias. Por ejemplo, el poeta Ezra Pound, en su Canto VIII, en referencia a la canción de un trovador, nos dice que Guillermo de Poitiers (noble francés, noveno duque de Aquitania, séptimo conde de Poitiers y primero de los trovadores en lengua provenzal del que se tiene noticia, 1071-1126) "había traído la canción de España, con sus cantantes y sus velos...", estableciendo un origen moro para la poesía lírica medieval popularizada por los trovadores. El erudito Evariste Lévi-Provençal (1894-1956), en sus estudios ha encontrado cuatro versos arabo-hispanos completos recopilados en un manuscrito del mismo Guillermo de Aquitania. Según fuentes históricas, el padre de Guillermo había hecho llevar a Poitiers centenares de prisioneros musulmanes luego de los combates por la “reconquista” católica de España. Guillermo, impulsor de la tradición trovadoresca, habría heredado su sensibilidad, e incluso su temática, de la poesía andalusí. Esta hipótesis fue apoyada a comienzos del siglo XX por Ramón Menéndez Pidal, aunque su origen se remonta al Cinquecento (periodo artístico del Renacimiento europeo correspondiente al siglo XVI) de parte de Giammaria Barbieri (filólogo italiano muerto en 1575) y Juan Andrés y Morell (1740-1817, sacerdote jesuita, humanista cristiano y crítico literario español de la Ilustración). Meg Bogin, traductor al inglés del Trobairitz (trova occitana de los siglos XII y XIII), también apoya esta hipótesis. Otra de las influencias recibidas por los trovadores desde los hispanomusulnanes fue la introducción en Francia desde el siglo XI, y luego al resto de Europa, de un gran número de instrumentos musicales, por ejemplo: las palabras laúd, rabel, guitarra y órgano, derivan de los originales árabes 'oud, rabab, qitara y urghun. Así también una teoría propuesta por Meninski en su 'Thesaurus Linguarum Orientalum' (1680) y luego por Alexandre de Laborde en su 'Essai sur la Musique Ancienne et Moderne' (1780), sugiere que los orígenes de las notas del solfeo también provienen de una raíz árabe. Esta teoría sostiene que las sílabas del solfeo (do, re, mi, fa, sol, la, si) habrían derivado de las sílabas del sistema árabe de solmización llamado 'Durr-i Mufassal' (Perlas separadas): dal, ra, mim, fa, sad, lam, shim.

De igual modo consideramos que si bien la payada encuentra un antecedente en los cantos de los trovadores provenzales, quienes a su vez lo recibieron de los cantores poetas andaluces, ésta se encuentra íntimamente relacionada en su forma y estilo con el repentismo y el trovo de la cultura hispanomusulmana. Debemos aclarar que esta influencia netamente andalusí llega al Río de la Plata de mano de los exiliados moriscos que arribaron a estas costas americanas de manera clandestina, eludiendo los controles o integrando las filas de los ejércitos españoles. Y por esto mismo debemos ser categóricos al diferenciar la influencia que ejerció en nuestro suelo argentino el color español-europeo del color morisco-andalusí. Este último, si bien forzado por la Inquisición a una conversión al cristianismo y a una cancelación jurídica de la comunidad islámica, conservó marcadas pautas del acervo cultural musulmán que se plasmaron con libertad en los llanos pampeanos de mano de su vástago directo: el gaucho y la cultura gauchesca. La payada es una de esas pautas que aquí arraigaron y se transformaron en parte formativa de la tradición autóctona.

Ahora bien, retomando nuestro estudio: el repentismo es un canto de improvisación que toma el tenor de 'discusión dialéctica' entre dos trovadores y que responde a un patrón determinado que ha estado presente en un gran número de culturas, sobre todo en la historia del Mediterráneo Musulmán.

En el ámbito árabe-musulmán, la improvisación es un arte arraigado desde el siglo VIII. La costumbre de improvisar 'sobre pie forzado' aparece en multitud de textos de la cultura islámica (p.ej. Las Mil y Una Noches), generándose incluso todo un sistema de juegos poéticos basados en la repentización, como señala Bencheikh en ‘Poetíque arabe’, Ed. Gallimard, París 1989, pg. 73. El 'pie forzado' es un verso octosílabo que se impone a un poeta-cantor improvisador para que construya un poema improvisado cuyo último verso debe ser obligatoriamente el forzado[1]. El Arte de la poesía improvisada, en forma de duelo entre dos poetas, está suficientemente acreditada en Al-Ándalus (Cf. Del Campo Tejedor, Alberto: ‘Trovadores de repente’, Centro de Cultura Tradicional Ángel Carril, Salamanca, 2006).

Del repentismo surge el Trovo, forma musical tradicional de la comarca de La Alpujarra, región histórica de Andalucía que comprende Granada y Almería, así como de otras zonas del sureste español, y que consiste en la improvisación de 'poesía dialogada' sobre una base musical folclórica. A partir de 1492, y especialmente tras la rebelión de los moriscos liderados por Muhammad ibn Umayya (en 1568-1570), la Alpujarra sufre un proceso de feroz despoblación a manos de la inquisición católica. En este largo período de casi un siglo, los moriscos alpujerraños mantuvieron sus tradiciones músico-poéticas y sus bailes (como la zambra).

El escritor y escribano Emilio Pedro Corbiére (1886-1946) nos dice: "Este gusto a payador o cantor, creación árabe, que es la primitiva sangre de los andaluces, vino importado con los conquistadores a América, y de aquéllos se han copiado muchos de sus objetos de uso, como los frenos y las riendas de cuero trenzado. Es árabe el estilo de sus canciones pesadas, monótonas, quejumbrosas como lamentos, siempre en el mismo tono, y que los nativos denominaron 'tristes'" ('El Gaucho. Desde su origen hasta nuestros días', Editorial Renacimiento, Sevilla, 1998, pág. 206)

En este contexto, son altamente significativas las declaraciones del cantautor uruguayo Alfredo Zitarrosa (1903-1969): "La milonga es rioplatense... Se trata de un ritmo que recibe influencias afro y, por cierto, también proviene, como una buena parte del folclore nuestro, del folclore del sur de Andalucía, del sur de España, del folclore andaluz". (Entrevista que se le realizó en España por el periodista José Luis Izaguirre, para Radio Peninsular en diciembre de 1976).

El ya citado Lugones escribe: “Precisamente los trovadores del desierto habían sido los primeros agentes de la cultura islámica, constituyendo en sus justas en verso, la reunión inicial de las tribus que Mahoma, un poeta del mismo género, confederó después (el autor habla del Profeta Muhammad como ‘poeta’ remitiéndose al Sagrado Qur’an, libro revelado que Muhammad se encargó de transmitir y cuya particularidad es el verso, ya que en el momento se dirigía a un pueblo de eminentes poetas para quienes la palabra tenía un influjo particularmente especial). Así se explica que para muchos gauchos, en quienes la sangre arábiga del español predominó, como he dicho, por hallarse en condiciones tan parecidas a las del medio ancestral  (el desierto árabe, la pampa argentina), tuviera el género tanta importancia (…) ¡Quién habría dicho al conquistador que con la guitarra introducía el más precioso elemento de civilización, puesto que ella iba a diferenciarnos del salvaje, el espíritu imperecedero! Dulce vihuela gaucha que ha vinculado a nuestros pastores… con la rediviva dulcedumbre de las qassidas arábigas cuyos contrapuntos al son del laúd antepasado y de la guzla monocorde como el llanto, iniciaron entre los ismaelitas del arenal la civilización musulmana: el alma argentina ensayó sus alas y su canto de pájaro silvestre en tu madero sonoro, y prolongó su sensibilidad por los nervios de tu cordaje, con cantos donde sintiose original, que es decir, animada por una vida propia. (El Payador, págs. 61-62)

Acerca del numen artístico del gaucho, el sociólogo y jurista argentino Carlos Octavio Bunge (1875-1918) dice:

"Poseía un espíritu contemplativo y religioso. Falto de escuelas, su filosofía era simple ciencia de la vida formulada en abundantes sentencias y refranes. (...)

Trovador de abolengo, habíase traído de Andalucía la guitarra, confidente de sus amores y estímulo de sus donaires. Sentado sobre un cráneo de potro o de vaca, bajo el alero del rancho o bien sobre las salientes raíces de un ombú, tañía las armónicas cuerdas para acompañar sus canciones dolientes o chispeantes, a cuyo ritmo bailaban los jóvenes. De este modo se unían en una sola manifestación, como en las culturas primitivas, las tres artes: danza, música y poesía. En la danza alternaban movimientos graciosos, casi solemnes, y alegres zapateos. En la música -cielitos, vidalitas, tristes, a veces no sin marcado sabor morisco-, recordaba las melodías populares de la bendita tierra de los claveles y las castañuelas. (...)

Era fértil en imágenes como los poetas orientales; casi no se expresaba más que con metáforas y en estilo figurado. Fácil lirismo tenía en el fondo del alma y el chascarrillo a flor de piel. Prolongaba inmensamente notas trémulas, vibrantes, cálidas, que se dirían nacidas, más que humano pecho, de las entrañas mismas de la Pampa, como por evocación divina." (Fragmentos del discurso pronunciado en la Academia de Filosofía y Letras, 1913)

Si bien la payada hoy en día en nuestro territorio -y hace ya un siglo- se desarrolla sobre ritmo de milonga, es sabido que originalmente los gauchos improvisaban sobre ritmo de cifra. Uno de los grandes intérpretes de música surera -la música de tradición campera que mejor ha sabido mantener el color de la estirpe gaucha-, don Argentino Luna, en una entrevista realizada por el músico Chango Spasiuk para el Canal Encuentro, decía que la cifra tenía un claro origen en el flamenco andalusí. Ahora bien, el escritor andalucista Blas Infante (1885-1936) sostiene que el término 'flamenco' proviene de la expresión árabe 'fellah min ghair ard', que significa 'campesino sin tierra'. Asimismo dice que muchos moriscos se integraron en las comunidades gitanas y supone que desde ese caldo de cultivo surgió el cante flamenco, como manifestación del dolor que ese pueblo sentía por la aniquilación de su cultura (cf. Orígenes de lo flamenco y secreto del cante jondo, 1929-1931). En su obra 'El Ideal andaluz' escribe: "(,..) estos moriscos, estos andaluces fieramente perseguidos, refugiados en las cuevas, lanzados por su sociedad española, encuentran en el territorio andaluz un medio de legalizar, por decirlo así, su existencia, evitando la muerte o la expulsión. Unas bandas errantes, perseguidas con saña, pero sobre las cuales no pesa el anatema de la expulsión y la muerte, vagan ahora de lugar en lugar y constituyen comunidades organizadas por caudillos, y abiertas a todo peregrino (...) Basta cumplir un rito de iniciación para ingresar en ellos. Son los gitanos (...) Hubo, pues, (el morisco) de acogerse a ellos. A bandadas ingresaban aquellos andaluces, los últimos descendientes de los hombres venidos de las culturas más bellas del mundo, ahora labradores huidos. ¿Comprendéis ahora por qué los gitanos de Andalucía constituyen, en decir de los escritores, el pueblo gitano más numeroso de la tierra? ¿Comprendéis por qué el nombre flamenco no se ha usado en la literatura española hasta el siglo XIX, y por qué existiendo no trascendió el uso general? Un nominador arábigo tenía que ser perseguido al llegar a denunciar al grupo de hombres, heterodoxos a la ley del estado, que con ese nombre se amparaban. Comienza entonces la elaboración del flamenco por los andaluces desterrados o huidos en los montes de África y España" (págs. 107-108). El Padre García Barroso también considera que el origen de la palabra flamenco puede estar en la expresión árabe usada en Marruecos 'fellahmengu', que significa 'los cantos de los campesinos' (cf. La música hispanomusulmana en Marruecos, Larache, 1941). Asimismo, Luis Antonio de Vega aporta las expresiones 'felahikum' y 'felahenkum', con en el mismo significado (cf. El origen del flamenco. El baile de los pájaros que se acompañan en sus trinos).

Con estos breves apuntes hemos querido sumar información sobre la indudable influencia que la cultura hispanomusulmana ha tenido en la forja de nuestra identidad tradicional argentina. Por esto, y en tanto que musulmanes argentinos, es nuestro deber conocer, respetar y amar nuestras señas culturales distintivas para así poder sanamente desarrollar nuestro espíritu en el marco de una experiencia islámica espontánea y natural.



[1] Así encontramos en un cantautor argentino contemporáneo, el gaucho y payador surero Alberto Merlo (1931-2012), una payada titulada ‘De pie forzado’, en la cual expone excelentemente este género de interpretación (en el disco ‘Paisano’).

jueves, 5 de junio de 2014

José Ballesteros,"Celebración del Paisano"

Uno de los grandes exponentes de nuestro canto surero interpretando una hermosa oda reivindicatoria de nuestros gauchos.

domingo, 1 de junio de 2014

Nuestros Poetas: Carlos Guido y Spano

Nació en Buenos Aires el 19 de enero de 1827, siendo bautizado como Carlos Rufino Pedro Ángel Luis, hijo del brigadier general Tomás Guido, guerrero de la Independencia, y de María del Pilar Spano y Ceballos, primogénita del coronel chileno Carlos Spano y Padilla.  En 1840, viajó a Río de Janeiro llamado por su padre, que ocupaba en ese país, el cargo de ministro plenipotenciario de la Confederación.  Allí aprendió el portugués, y más tarde escribió poemas en ese idioma.

Volvió a Buenos Aires para alistarse en el ejército de Juan Manuel de Rosas contra los franceses, pero no combatió, por haber desaparecido el peligro.

En 1848, preocupado por el estado de salud de su hermano Daniel que se había batido en duelo, partió hacia Francia, donde aquél falleció. Intervino en las revoluciones callejeras, de carácter liberal, que estallaron en París en ese año, y cansado de la fatigosa vida que llevaba regresó al Brasil. Requerido por la sociedad local, se mezcló con ella, y atacó la política oficial carioca. Se afilió a un Club de Letras y tradujo al portugués el Rafael de Lamartine, precedido de un escrito satírico sobre sus Confidencias; pero la autoridad le extendió orden de destierro. Después de protestar y de escribir en publicaciones opositoras al gobierno imperial, se retiró a Europa, residiendo en Portugal, Inglaterra y Francia.  El 2 de diciembre de 1851, le cupo “el honor de recibir, entre las filas del pueblo amotinado, el fuego de los pretorianos al servicio de la ambición rampante”, según sus propias palabras.

Regresó a Buenos Aires en 1852, después de la batalla de Caseros.  Con motivo de la revolución del coronel Hilario Lagos, fue nombrado ayudante del general Ángel Pacheco, aunque pronto abandonó las filas y el suelo natal, como acto de protesta por la conducta que el gobierno observó contra su padre. Retornó una vez que hubo tranquilidad en el país. Cuando Derqui ocupó la presidencia de la Confederación, lo nombró en 1854, subsecretario del Ministerio de Relaciones Exteriores, en Paraná.  Colaboró en el número inicial de la “Revista del Paraná”, de ese año, con una de sus más celebradas piezas: “Al pasar”, especie de idilio impregnado de tierna nostalgia que tiene por escenario un lugar rústico del norte de Francia.

Por cuestiones políticas entre Derqui y Urquiza, renunció a ese cargo, y en 1861, fue nombrado subsecretario del Ministerio del Interior, en Buenos Aires, del que se retiró de inmediato, pasando a Montevideo, donde residía su padre. Sin medios de fortuna, trabajó como corrector de pruebas en una imprenta hasta embarcarse para Río de Janeiro, requerido por un negocio de carne conservada que fracasó.

De regreso a Buenos Aires comenzó a incursionar decididamente en la poesía.  Cuestionó ciertos triunfos literarios, y después se trasladó a Paysandú donde se unió a los defensores locales que fueron derrotados. Pasó a Montevideo, ciudad en la que se lo recibió con entusiasmo, pero vencida, tornó a Buenos Aires para dedicarse a sus trabajos literarios.

Pronto perdió a sus padres, rudo golpe que no quebrantó su fuerza juvenil ni doblegó su espíritu independiente y algo bohemio. Su padre había expresado el deseo de ser sepultado bajo las piedras de su querida Cordillera de los Andes, por lo que —a fin de poder enterrarlo en el Cementerio de la Recoleta, de Buenos Aires— Carlos Guido y Spano hizo traer piedras desde la cordillera para construir con sus propias manos el sepulcro de su padre. (1)

En 1871, tomó parte activa en la Comisión Popular de lucha contra la fiebre amarilla, que asoló a la ciudad. Terminada la peste, falleció su esposa Sofía Hynes. En ese año, reunió sus poesías y las publicó en un tomo que tituló “Hojas al Viento”, aclarando que era una “humildísima ofrenda al sentimiento y al arte”.  Su libro fue recibido con censuras y aplausos. Los versos agradaron por la música, sentido del color y la forma. El crítico de su obra, Pedro Goyena, no vaciló en afirmar, que eran poesías perfectas y cabales, de corte netamente clásico.

En 1872, el ministro Nicolás Avellaneda lo nombró secretario del recién fundado Departamento Nacional de Agricultura. Formó en la Guardia Nacional para aplastar la rebelión de Mitre en 1874, contra la candidatura de Avellaneda, y al término de la misma, fue nombrado director del Archivo General de la Provincia, a la vez que ejercía la presidencia de la Sociedad Protectora de Animales. En aquel año, el editor Eduardo Perié, de Sevilla, inauguró una colección literaria hispanoamericana con sus “Misceláneas literarias”.

Durante trece años, Guido y Spano cumplió funciones de vocal en el Consejo Nacional de Educación, desde enero de 1881 hasta 1889, y desde este año –por nueva designación- hasta el 31 de julio de 1894, en que no fue reelegido, por decisión del presidente Sáenz Peña. Esta apresurada terminación de funciones, mereció ser criticada por docentes, alumnos y el pueblo mismo. El Congreso, entonces, a pedido del diputado Almada, le acordó merecida jubilación en la sesión del 13 de agosto de 1894.

Cuando ya era muy popular en Buenos Aires, publicó en prosa una colección de crónicas y ensayos diversos, reunidos en dos volúmenes, titulados “Ráfagas” (1879), mereciendo destacarse el largo prólogo, magnífica autobiografía escrita en prosa ágil y suelta, cuya lectura produce el placer del más ameno de los relatos.

Volvió a prestar ayuda a los enfermos y heridos en la revolución de 1880, siendo socio de la Cruz Roja Argentina.

En 1899, apareció “Ecos Lejanos”, su segundo libro de poesías, nueva comprobación de su talento, de una opulenta belleza plástica, donde sus versos pueden citarse como ejemplo de flexibilidad y riqueza de palabras.

Su figura era popular, y solía caminar por la ciudad con particular indumentaria. Vestía con bombacha negra y una minisotana que le servía para disimular el defecto de una pierna de la que quedó defectuoso a raíz de una caída en la calle. Portaba sombrero alón de color blanco, y su canosa barba peinada y discreta “leonina” le daban particular realce a su apostura apoyada en un enorme bastón. El reumatismo que le atacó, paulatinamente, fue imposibilitando su andar, hasta que quedó postrado.

Vivió sus últimos años, recluido en su casona de la calle Ministro Inglés, luego Canning (hoy Scalabrini Ortiz) al 2700, y que los vecinos se obstinaban en llamar con el nombre del poeta, hasta la que llegaban de continuo numerosos grupos de alumnos de las escuelas para tributarle frecuentes homenajes. Se le consideraba una figura patriarcal. Eugenio María de Hostos dice que “entrando en su aposento, se encuentra Guido en el trapillo familiar, sin su disfraz de la calle, sin aparato adverso o favorable, se encontrará un hombre de edad media, singularmente envejecido porque no se atina qué motivos al parecer incapaces de mellar aquella vida risueña y saludable; perpetuamente rejuvenecido por el calor de la mirada, de la palabra y del fácil entusiasmo de su ambiciosa fantasía…  Lo primero que se nota al hablar con Guido es la armonía discordante de su voz; varonil en la entonación, infantil en la modulación, produce un contraste agradabilísimo, tan atractivo como el producido por los efectos tónicos que se llaman discordancias armónicas en música. Para el que tenga oídos en el entendimiento, esa virilidad de entonación opuesta al dulce candor de la modulación es una nota del carácter del hombre”.

Casó en segundas nupcias con Micaela Lavalle, quien lo cuidó con amorosos afanes en los veinte años de postración. De este modo, rodeado por el cariño y respeto de sus compatriotas gozó del reconocimiento de todos por su caballerosidad y benevolencia.

Fue miembro correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua, en 1889, y miembro honorario de la Academia de Bellas Artes, de Santiago de Chile.  En 1896, la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires lo designó académico honorario. Su prestigio literario se fue acrecentando, y desde su lecho de dolor continuó trabajando sus composiciones mientras su intelecto permanecía lúcido y aun fecundo hasta el día de su muerte, acaecida el 25 de julio de 1918, a los 91 años de edad.

Sus exequias fueron imponentes. Una multitud acompañó al patriarca; era el homenaje de Buenos Aires a su poeta cantor, a quien se había ufanado de ser porteño y “argentino hasta la muerte”. “La Prensa” y “La Nación” publicaron sentidas notas necrológicas; este último compuso una imponente página entera de duelo, con el retrato de Guido viviente, y otra con “la cabeza yacente del poeta” en el ataúd. La última imagen de él, era la de un anciano de aspecto venerable, enmarcado el rostro por barba y cabellos blancos. Era la suya, una cabeza de profeta, a lo Leonardo da Vinci; poderosa y espiritual. Miguel Cané, en un artículo “Salud al poeta”, reunió una corona de alabanzas. Entre los poetas argentinos del pasado, Guido y Spano, es el que se halla menos lejos de nuestra sensibilidad actual, ha dicho Ricardo Rojas, agregando que es el “primer artista verdadero que hayamos tenido en nuestro país”. “Perfeccionó el verso, después del vehemente Mármol; civilizó la prosa a la par del elegante Avellaneda; dio a la poesía una función desinteresada, al margen de la política, y nos dejó en el recuerdo de su propia vida, un espectáculo de belleza casi legendaria en el ambiente de nuestras embrionarias repúblicas”

Puede decirse que pertenece a la generación del Ochenta, conjuntamente con Olegario V. Andrade, Ricardo Gutiérrez y Rafael Obligado. Su obra emana en su casi totalidad del romanticismo y, si bien, convivió un poco con la inspiración parnasiana aportada por Rubén Darío, la labor poética de Guido y Spano es de esencia romántica. Hay suavidad y grandeza en su verso.

En 1911, al editarse sus “Poesías Completas”, Joaquín V. González y Santiago Estrada, escribieron en esa oportunidad sendos prólogos laudatorios. Sus poesías más conocidas son: “At home”, canto de las virtudes domésticas, en tono digno y sencillo; “Nenia”, elegía dulce y melancólica, que llora al Paraguay después de la guerra de la Triple Alianza, cuya segunda quintilla es conocida en toda América:

Llora, llora urutaú
en las ramas del yatay,
ya no existe el Paraguay
donde nací como tú.
Llora, llora urutaú.

Un conocido escritor argentino, contemporáneo del poeta, el general Lucio Víctor Mansilla, comentó humorísticamente la estrofa de este modo: “el urutaú es un pájaro que no llora; el yatay, tiene hojas, no ramas; el Paraguay existe…”

Otras poesías son: “Marmórea”, retrato romántico; “La Aurora”, juego de colores y de música; “Myrta en el Baño”, un revivir de la Grecia de mármoles luminosos; “En los Guindos”, idilio juvenil de las horas felices del despertar de la vida; “A mi hija María Pilar y a mi Madre”, versos delicados, hechos con unción y ternura exquisitas; “¡Adelante!”, admonitorio y viril; “Patagonia”, voz airada y vibrante, que en momentos críticos tuviera tanta resonancia en la Argentina y aun en Chile; “Amira”, un canto de terneza, y así muchos otros.

Dentro de su estilo cuidado y sereno, está presente su admiración y culto a los poetas griegos, y como un escultor ático burila con esmero sus versos. Su obra conjunta es amplia y diversa. Aparte de la suavidad y grandeza que se observa en su verso, sobresale por encima de todo, una gran nobleza de pensamiento, y una elevación que han hecho de él, una personalidad profundamente respetada en nuestras letras.

El “Álbum Guido y Spano” preparado en ocasión de las fiestas en honor del poeta (Buenos Aires, 1895), contiene innumerables colaboraciones laudatorias de los mejores escritores y poetas de la época. De él, dijo Luis Berisso: “Leyendo a Guido, parece que el hombre se olvida de las duras batallas de la vida, que la humanidad es menos egoísta, que hay más bondad en los corazones, más esperanzas en el porvenir, y que hasta el espíritu, desatándose de la mortal envoltura, se eleva por encima de las miserias de esta vida”.

Su voz, genuinamente argentina, voz de tierra y de pueblo, voz de América, fue innovadora, fecunda y sincera, como expresó Joaquín V. González: “Una vida consagrada entera a las musas amadas de la Patria y una honrada y pura ancianidad semejante a las encinas por lo vigorosas y floridas. ¡Es que lo alentó una gran salud de cuerpo y espíritu; por eso no hay debilidad en su canto, ni sombra en su ideal! Toda su obra respira los dos sentimientos, que son dos fundamentales virtudes: el amor del suelo nativo con su tradición, sus pompas y desnudeces, sus alegrías y dolores, sus sueños de gloria y de tristeza, y el amor santo y fecundo del hogar, que el poeta ha divinizado en estrofas de eternal perfume y mística unción”.

He nacido en Buenos Aires.
¡Qué me importan los desaires
con que me trate la suerte!
Argentino hasta la muerte,
he nacido en Buenos Aires.

 (1) El cuerpo de Tomás Guido permaneció guarecido en el cementerio de La Recoleta hasta el año del centenario de su fallecimiento. Se hallaba en una tumba con apariencia de refugio de montaña, de gruta patagónica. Sólida, resistente, humilde. Una cueva sencilla que, por su originalidad, contrasta con las fastuosas estatuas que decoran los mausoleos vecinos. En 1966, en conmemoración a los cien años de su muerte, sus restos fueron trasladados cerca de los de su amigo, José de San Martín, en la Catedral de Buenos Aires.

Fuente:
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo diccionario biográfico argentino – Buenos Aires (1971)
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado

Extraído de: www.revisionistas.com.ar