sábado, 27 de diciembre de 2014

Grandes Payadores: el Indio Bares

Payadores Orientales: Gauna, Bares, Curbelo, Lagos
Juan Carlos Bares, apodado “El Indio”, nació en Cerros de San Juan, Rosario, departamento de Colonia en la República Oriental del Uruguay el 11 de marzo de 1930. Desde muy chico realizó tareas rurales, trasladando hacienda hasta la localidad de Paso de Morlano. Corría aproximadamente el año 1940 cuando empezó a improvisar, para sí mismo. Aún era niño. Mientras realizaba sus tareas escuchaba improvisar a los hermanos Cándido y Florentino Callejas. Era para él, una verdadera fiesta escucharlos. En esa época, que podía enredar algún verso, quedaba tan sólo para él, ya que pasaron varios años para que improvisara en público. Mientras tanto continuaba trasladando hacienda, tropeando y domando para las estancias "Las bravas" y "El descanso".

Fue en Juan Lacaze donde debutó como payador. Corría el año 1945 cuando llegó a esa localidad con ganado y luego del trabajo, le tocaba el turno a las guitarras y florecían los cantores. Allí participó trenzando algunas cuartetas libres. Su primera payada de contrapunto tuvo lugar en un bar del pueblo de Libertad, en el departamento de San José. El bar se llamaba "Carlitos" y contrapunteó con Julio Gallegos; fue un encuentro ocasional y no programado. "Recuerdo el episodio porque significó mi bautismo como payador. Siempre creí que si el payador no canta de contrapunto es como un carro al que le falta una rueda. Por eso pienso que el prólogo de mi destino de bardo lo escribí en San José y no en el Juan Lacaze, donde improvisaba solo", decía el Indio en la revista "Rincón del Payador" en septiembre de 1980.

Ya instalado en Montevideo comenzó a improvisar con las grandes figuras. En la esquina de 8 de Octubre y Pan de Azúcar, en el barrio La Unión funcionaba la herrería de Puglia; ahí recalaban todos los payadores y comenzó a entreverar versos con Omar Vallejos y el Ciego Basso. En ese tiempo había otro lugar que albergaba el canto payadoril. Estaba ubicado en Sierra y Dante, frente a la Caja de Jubilaciones. De día se trataba de un bar común y corriente, pero algunas noches modificaba su apariencia cotidiana y recibía a cantores y payadores. Allí improvisó con Aramís Arellano y Héctor Umpiérrez. Por esa época comenzó su labor radial: participó en el "Fogón oriental", ciclo conducido por Luis Alberto Martínez por Radio Artigas. Allí conoció a Evaristo Barrios que también tenía un espacio en esa emisora. Junto a Pelegrino Torres animó un programa por Radio Rural. También participó años más tarde de "Hora gaucha", programa conducido por Nicolás Fernández por Radio Acreimlan. Ya corría el año 1950 y ya payaba con figuras como Pedro Medina y Cáceres Grasso, que lo apodaban el Payador de los Fogones, y con cantores de la talla de José Molinari y Máximo Pérez.

Su primera gira artística la emprendió junto a Carlos Molina, con quien se trasladaron a Soriano. La gira fue un verdadero desastre y luego de pasar por Mercedes, Molina decidió regresar a Montevideo, pero Bares siguió hasta Paysandú y desde allí cruzó a Entre Ríos, en la Argentina. Allí conoció al payador oriental Francisco Medina. Corría el año 1955 e instalado nuevamente en Montevideo, participó en audiciones como "Mañanitas del campo" conducida por Agustín Pucciano o "Nochecitas del fogón" que dirigía Héctor Umpiérrez. En ese año se inicia la "Cruzada Gaucha" y debido a una amenaza de una epidemia de poliomielitis se prohíben en Montevideo todos los espectáculos en lugares cerrados. En vísperas de la Semana Criolla (o de Turismo, como se denomina en Uruguay a la Semana Santa) surgió la idea de organizar una serie de espectáculos al aire libre. La programación incluía a cantantes nativos, recitadores y payadores. Los resultados superaron todos los cálculos previos y el canto del payador conmovió a Montevideo y al país. El éxito prosiguió cuando los cines y teatros reabrieron sus puertas. Bares actuó durante seis meses. Al tiempo se produjo una escisión y se creó la "Embajada Gaucha" con la que debutó en Buenos Aires. Los payadores argentinos que participaron fueron Cayetano Daglio, Carlos Chazarreta, Angel Colovini, Alfredo Santos Bustamante y Juan José García. Por Uruguay figuraron Bares, Carlos Rodríguez, Washington Montañéz, Julio Gallego y Victoriano Núñez.

Luego de aquel encuentro el Indio Bares se radicó en la Argentina. Primero lo hizo en el pago patagónico de General Conessa. También vivió en Tucumán, 9 de Julio y Santa Teresita. En Argentina formó pareja con payadores como Jorge Soccodato o Héctor Guillén y realizó payadas con Guillermo Rico, Alfredo Cosso, Juan Carlos Loto y Roderico Sombra. Ya en la década del '60 se instaló definitivamente en Empalme San Vicente, más tarde renombrada como Alejandro Korn donde creó las famosas "Tolderías del Indio Bares", un verdadero hogar para el canto payadoril.

En Argentina participó de programas radiales como el de Santiago Roca por Radio del Pueblo; en LU9 de Mar del Plata animó junto a Roldán Covo un espacio de corte campero; participó en "Amanecer argentino" por Radio Mitre; también participó de programas conducidos por Miguel Franco como "Grandes fiestas gauchas" y "Un alto en la huella". Otro de los programas en donde participó fue "La peña del transportista" con Luques y Sigfrido Darío. También formó parte del elenco estable de "El rincón de los payadores", la creación de Waldemar Lagos.

En Alejandro Korn formó su familia con su esposa Marta y sus hijos Patricia y Carlos. Según recordaba el propio Bares, hubo dos payadas cuyo recuerdo lo emocionaban: las dos fueron tensas, esas que le cortan la respiración al público. Una fue en el Parque Central de Montevideo y su rival fue Carlos Molina; el encuentro fue tal llameante que se proyectó al día siguiente. Había como 7 mil espectadores y los diarios comentaron que hacía años no se registraba en Uruguay una payada así. El otro contrapunto lo sostuvo con Clodomiro Pérez en el Prado de Montevideo.

En sus últimos años de vida fue Campeón provincial en los Torneos Abuelos Bonaerenses, representando al distrito de San Vicente, viajando en el año 1998 a España representando a la provincia de Buenos Aires.

El Indio Juan Carlos Bares nos dejó el 23 de junio de 1999. Falleció en el hospital Ramón Carrillo de la ciudad de San Vicente.

Para finalizar, queremos recordar sus palabras en la revista Rincón del Payador: "De todos los payadores que conocí y escuché, para mí, el más completo, el mejor diría, se llamaba Luis Alberto Martínez. Además del dominio del verso, tenía imágenes verdaderamente hermosas, una riqueza expresiva que no era fácil advertir en otros. En este sentido tengo que aclarar que a mí no me seduce la poesía que carezca de imágenes, de metáforas. Yo interpreto que una poesía sin imágenes es como un campo desierto, es como hablar en prosa, aunque se rime, aunque se forjen consonantes. La metáfora no es un artificio; es un modo de expresar poéticamente la realidad. Como payador he tratado siempre de cumplir con este principio. Y con otro. El payador es canto del pueblo. Es el pueblo mismo el que canta a través de sus payadores. Mi obligación es, entonces, ser fiel a ese sentimiento popular".


jueves, 11 de diciembre de 2014

La esencia argentina y las generaciones desertoras del mito gaucho

  El gaucho, es decir, el hombre argentino tal como emerge del seno del mito, es el cimiento de nuestra vida nacional; en su roca viva se asentó la comunidad política argentina. Cuando la progenie del varón arquetípico quiso tener en ésta su sitio y parte, aconteció que le fueron negados por una clase dirigente que, mirando hacia fuera en busca de "inspiración" y aparentes lemas constructivos, dio la espalda a los orígenes y perdió el rumbo que lleva a la fuente mítica, de la cual ella misma era, sin saberlo, fluencia perdida y sin entronque.

  Después de las campañas victoriosas que crean la patria y acotan su ámbito, el gaucho de la gesta de la independencia, el centauro enfervorizado de las huestes de Güemes, retorna a la pampa, encarnándose en el Martín Fierro arquetípico, del cual el de Hernández es la ejemplificación histórica y simbólica, a la vez; retorna para describir, en la paz y prosperidad del terruño, su parábola humana, para vivir la vida auténticamente argentina a que su heroísmo y sacrificio le dieron eterno derecho. Para eso él trazó en el fulgor del acero los inviolables límites patrios y empinó a la vida histórica el destino de una comunidad, que soñó asentada en la nobleza de su estirpe y realizadora de sus ideales.

  Pero una sombra de olvido se cierne sobre la pampa... y el protagonista anónimo de nuestra epopeya es tan sólo un paria, al margen de las preocupaciones tutelares de un Estado cuya concepción política fue formada y articulada, por esa clase dirigente, con retazos y remanentes doctrinarios adquiridos en el extranjero. Sin embargo, el paria soledoso y errante, el hombre silenciado por cosas y ruidos que llegaban de afuera, era infinitamente rico en su pobreza, era nada menos que el poseedor de todo el oro pampeano, pero no ciertamente el se los trigales; era, pues, el insobornable guardador del numen germinal de la nacionalidad, acendrado recuerdo que, por obra de él, del hombre preterido y olvidado, retoma la fuente y deja fluir la linfa prístina del mito, abriendo el sonoroso cauce de la canción a la voluntad de pervivencia del alma argentina.

  Es que no sólo los Nibelungos poseían su tesoro escondido, el oro simbólico de su mito; también el gaucho guardaba celoso, en la entraña de la pampa, la veta inexhaustible del suyo, a la espera del vate que, interpretando a anónimos rapsodas, lo hiciese brillar ante la mirada extraviada o dormida de los argentinos. Tardó, quizás, en venir el vate esperado, pero al fin llegó, en la egregia compañía de Martín Fierro, llegó con la llave del tesoro, con el recuerdo, la canción y la esperanza...

  Martín Fierro es el rapsoda del hado y de las posibilidades inmanentes del hombre argentino. Su canto, lleno de incisiva nostalgia y de seriedad, abre la picada hacia el manantial, traza la primera ruta firme en el grandioso escenario en que dormía, cerrado en sus enigmas, en su germen de belleza, y esperando la develación de su secreto, el mito de nuestra existencia histórica.

  En la época en que Hernández crea el Martín Fierro y encarna en éste la esencia del mito gaucho, para rescatarlo del olvido en que yacía, la vida argentina, en las clases dirigentes y responsables del timón del Estado, ya había comenzado a alejarse de su fuente mítica y parecía haber renunciado a abrevarse en su linfa vernácula. Todo, en esta vida, desde la política a la literatura, desde las costumbres al comportamiento personal, mostrábase proclive hacia la infidelidad a los orígenes.

  La existencia del hombre argentino y de las generaciones de este perídodo, en sus capas cultas, "civilizadas", comienza a desertar, en espíritu, de la tierra nativa. Dando la espalda a su destino pampeano, trató de existir en el alvéolo de una forma de vida y de cultura que no son las suyas. Inconscientemente o a sabiendas, en vano creyó que podía hacer transferencia de su vida y de su programación cultural y política, paralizándolas o anulándolas en sus más entrañadas posibilidades, ya prebosquejadas en el mito originario. Este conato de deserción configura también un modo de existir, aunque de máxima deficiencia. Quien lo practica es un suicida que, sin yugular su propio ser, continúa existiendo parasitariamente, adherido a una forma de vida que le es extraña. Tal fue el drama del hombre argentino de aquellas generaciones. Espoleado por la infidelidad a su extracción histórica y estilo humano, se hizo inquilino de productos culturales sistematizados por otra forma de existencia, y en la cual fue sólo huésped, o mejor, buscó refugio en su fuga de sí mismo. Es que todo lo imitativamente asimilado de una cultura, a la que no se ha contribuido a elaborar, no puede ser sino asimilación externa, periférica, porque sólo se da una relación viva entre el hombre o el grupo humano y la cultura cuando ésta es un brote del módulo que aquéllos representan y expresan en todas las creaciones de carácter espiritual, institucional, político y científico técnico.

  El hombre argentino, al asimilarse externamente los productos de la cultura europea, hizo de éstos meros habitáculos, con lo que se creyó dispensado de formarse conceptos del mundo y de la vida que fuesen fiel expresión de su peculiar modo de ser. De aquí también que se adoptase la técnica europea sin la decisión de modificarla, adaptándola a sus necesidades propias, y que, en consecuencia, su situación con respecto a esta técnica haya sido de mera dependencia, de supersticiosa supeditación a sus artilugios e implementos. Su receptividad, enteramente pasiva, y su renuncio a la inventiva lo hicieron esclavo de la técnica importada y sus derivados, en vez de señor. Todo este proceso remató en el establecimiento y artificiosa aclimatación de las formas externas de una civilización de trasplante, sin nervio espiritual. Debido a este estado de cosas, en extremo anómalo, a nuestra comunidad la hicieron recorrer etapas ficticias de un progreso técnico y económico, que no era expresión de un interno crecimiento, de una expansión de la vitalidad argentina, sino aportes foráneos que caracterizan a la factoría, al Hinterland colonizado de acuerdo con las exigencias y para satisfacer las necesidades de la metrópoli europea. Correlativamente, surgieron formas institucionales y políticas informadas por principios y doctrinas extrañas a nuestra idiosincrasia y a nuestra realidad histórica.

  Desde hace más de medio siglo se inició, para nosotros (por obra de aquellas clases dirigentes y sus mentes rectoras), un proceso nuevo en nuestra historia de pueblo principalmente agrario y ganadero (economía unilateral, incrementada y fomentada, sin medida, por calculada sugestión de intereses ajenos), el de la industrialización del país, emprendida sin plan ni método, y el correlativo de su tecnificación en diversos aspectos, y de un acusado incremento del capital extranjero, aplicado a explotaciones productivas. Paralelamente a este fenómeno, y concomitante con él, el aluvión inmigratorio -brazos que contribuyeron, sin duda, al aumento de la riqueza argentina 'exportable' (la que, en virtud de los planes "constructivos" de los "economistas" ¡coexistió con la pobreza del pueblo argentino, sin disminuirla!)- se asentó en las fértiles zonas de nuestro extenso litoral. Todos estos factores extraños rebasaron casi de golpe la capacidad asimilatoria del núcleo autóctono, ya herido en sus raíces, introduciendo un desequilibrio en la estructura económica, étnica, social, política y espiritual del país. Esto hizo que nuestra cohesión social fuese más aparente que real, y que, como consecuencia de aquel aporte étnico, múltiple y heterogéneo, quedase superada y anulada la fuerza de coagulación de nuestro plasma étnico. Este se convirtió, así, en sangre desperdigada a los cuatro vientos, sin el nexo de un ideal argentino, sin un 'ethos' aglutinante y unificador.

  No obstante esta caudalosa y vertiginosa avalancha forastera, la esencia propiamente argentina se reveló tan fuerte, de una aleación tan noble y persistente, que no sucumbió ante el alud colonizador. Ella atinó a replegarse en sí misma, aparentemente inerme, a recluirse en su propia e insobornable latencia, para vivir de sus más íntimas reservas. Instintivamente, nostálgica de los orígenes próceres en que alumbrara, se refugió, mutilada y preterida, en el regazo del mito gaucho, y por ello ésta esencia, tan pura y rica, no se diluyó completamente en todo lo importado: valores crematísticos y técnicos (meramente instrumentales), modas literarias, costumbres de relumbrón y procilividades cosmopolitas. En realidad, aquellas generaciones desertoras no supieron o no quisieron, por incomprensión del país o desprecio por éste (¡qué iban a saberlo ni quererlo!), mantener y desarrollar la hegemonía plasmadora del numen de nuestro mito, de nuestra mentalidad vernácula, frente a las pretensiones de la mentalidad internacional (moldeada por un cosmopolitismo utilitario, ayuno de verdadera universalidad) del capitalismo mercantil, invasor y conquistador.

  El hombre de aquellas promociones que volvieron la espalda a los orígenes, el de las capas "civilizadas", europeizadas, desertó de su destino existencial, de la comunidad que estaba germinalmente en el mito nativo, por varios caminos. Pero lo que impulsó y dio alas a su fuga fue una larvada e ilusoria esperanza de existir, de modo pleno, por transmigración a otra forma de vida, a otro estilo de humanidad.

  Inmerso en su soledad, deseoso de adquirir cultura y practicar convivencia, pero sintiéndose eximido del esfuerzo de crearlos, de llegar a ellos por desarrollo y maduración de las virtualidades del propio ser, se abrió a la sugestión que le venía de Europa, articulada en mil formas alucinantes. Presintió el cosmos decantado y maduro de la cultura occidental y, desde ese momento, todo oídos a la voz de la sirena remota, transmigró, en su anhelo, hacia sus paisajes, a su ámbito histórico, que los imaginó más bellos en escala asequible, más completos, acotados por una convivencia, en la que lo humano, a pesar de su maravillosa diversidad, está tan próximo que por doquier deja sentir su aliento, tanto en el acuerdo y la coincidencia como en la pugna y el desgarramiento. En forma franca o subrepticia, la nostalgia de Europa comenzó a trabajarlo. El impulso a la fuga, avatar espurio del nomadismo que caracteriza a la existencia pampeana, y que está predibujado en la primigenia y difusa plasmación de su mito, favoreció esa labor de extrañamiento del ambiente nativo. Se encendió en el alma del gaucho urbanizado y "culturalizado" el ansia de viajes. Entonces, Europa se irguió como meta luminosa. De modo que este ansia de viajar tenía dirección determinada, era un deseo de viajar 'a'. Pero ya sabemos que todo viaje implica un regreso; el que no ha vuelto, no es que haya viajado, sino que se ha ido, y también se ha ido quien, de vuelta en el terruño, no ha retornado con su espíritu.

  Se trata de una tendencia a adherirse a otra alma, a otro destino. El hombre de las generaciones desertoras, no sólo ha vivido culturalmente de Europa, fenómeno explicable en una comunidad humana nueva, sino que, espiritualmente, haya tenido de ello conciencia o no, ha vivido en Europa. No ha adoptado los contenidos culturales europeos, para hacerlos suyos, por transformación y asimilación, sino que se alojó en ellos, se transformó en inquilino de la forma europea, para vivir imitativa y parasitariamente de su sustancia. Al desertar del estilo de vida propio, para vacar a otra forma de existencia, no logró trasplantarse, hacerse europeo. Quedó a mitad del camino de la deserción, terminando por hacer de su fuga un modo apócrifo y fallido de existir. Durante este alejamiento anímico y espiritual de la tierra nativa, de este olvido del mito, que con sus jugos nutría silenciosamente su arcilla pampeana, fue el nómade de su destino existencial, el 'déraciné' del ser que no supo afirmar y cultivar.

  La intemperie cósmica del paisaje de la pampa fue para nuestro hombre cultivado -prófugo del terruño- terrible intemperie social y espiritual. Espoleado por su 'élan' escapatorio, en deslizamiento sobre la total e indefinida melancolía que infunde la llanura monocorde, él soñó con paisajes humanizados, que, plenos de historia y embellecidos por el ensueño y el arte, son impronta existencial de una vida que rezumaba madurez y florecimiento.

  A nuestro hombre, urbanizado y familiarizado con la cultura, se le abrieron también otros caminos para la fuga de sí mismo. Mejor dicho, su tendencia a la deserción del ambiente nativo canalizó otras vías. En alas del ensueño literario y artístico escapó asimismo de su destino existencial, de la tarea que éste reclama para encaminarse a su plenitud. Las imágenes de la creación literaria eran, para él, especie de habitáculos defensivos frente a la intemperie de la llanura, ante el incipiente bosquejo del paisaje acotado en sentido vital y espiritual, o sea como reacción emocional del hombre frente a la naturaleza y a su libre poderío. De aquí que la metáforas de nuestros poetas y escritores y los lienzos de nuestros pintores sólo raramente recogiesen y acendrasen la sustancia telúrica pampaeana, y que por necesidad, siguiendo la línea del menor esfuerzo, debían reflejar paisajes remotos, imágenes de enfoques logrados en otros países o a las de los oasis formados por el breve arabesco de las montañas interiores sobre la inmensidad de la pampa.

  Es que cuando lo que se ofrece a los ojos de los poetas es la infinidad de la pampa, las palabras no pueden reflejarla, no pueden recortar en ella "paisajes", y de este modo las palabras devienen claustros en los que se refugia el ensueño con su acervo de remotos paisajes, recordados o entrevistos en la nostalgia de lo aún no contemplado ni gozado. En la pampa, agregaba del Valle-Inclán, "se siente el paso de las sombras clásicas, pero ninguno puede verlas llegar". No es que nadie viese llegar a las sombras clásicas ni atisbase los caminos de su peregrinaje, sino que ellas, conforme a su condición de alados mensajeros, pasaron levemente por nuestra llanura, pero no pudieron detenerse ni aposentarse en ésta, ni nosotros apresarlas para endulzar con su sabiduría -miel de abejas áticas y latinas- la áspera vida pampeana, es decir, incorporarlas al ambiente de nuestra incipiente convivencia intelectual. Fueron dioses cuyo paso no dejó huellas en la extensión. Les faltó, para quedarse, el valle suavemente enmarcado por las colinas de viñedos, la insinuación del mirto y del laurel. Las ciudades acogidas al regazo de murallas y torreones somnolientos.

  Y así pasaron las sombras clásicas, dejándonos una extraña sugestión, una nostalgia de algo bello y seductor, de una quintaesencia de lo humano, pero esfumado en remota lejanía de siglos. Ello fue una incitación más para que el alma nómade del hombre argentino transmigrase, "en el seno cristalino de las palabras", a otros países, a otras culturas, en pos de la luminosa huella, olvidándose de la sustancia del mito pampeano, desoyendo su llamado telúrico, desertando de la tarea de recrearlo y pulirlo.

  No hemos sabido, pues, detener, a su debido tiempo, a las sombras clásicas para acendrar en su sosegada lumbre nuestros afanes espirituales, para encontrar, en su sabia compañía, el camino hacia nosotros mismos. Ahora, por el propio esfuerzo y sin ayuda extraña, tenemos que retomar la etapa humanista, en lo que tiene de vivo y perenne, condicionándolo a las exigencias de nuestra época, y decidirnos a recorrer todo aquel camino. La constelación histórica universal también nos señala la necesidad de volver hacia nosotros mismos. Tenemos que retornar al mito originario, afincarnos en la esencia de nuestra estirpe, en la esencia argentina, a la que, si hemos de serle totalmente fieles, tenemos que prestarle voz, en nosotros, y su correspondiente eco y resonancia, fuera de nosotros, en una palabra, asegurarle vigencia cultural y política en el mundo.


Carlos Astrada, El Mito Gaucho.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Décimas de Antonio Alejandro Gil


Planta un árbol convencido, aunque el sitio en que lo plantes no sea tuyo y mueras antes de saberlo florecido,
que hará un pájaro su nido a su abrigo acojedor,
que a un hombre trabajador será su sombra propicia,
y que siempre beneficia lo que se hace por amor.

Me enviaron a trabajar cuando aún era tan pequeño,
que hasta me parece un sueño que eso pudiese pasar,
jugar, no aprendí a jugar, y aunque lo hubiese aprendido,
por la noche tan rendido me dejaban los recados,
que mis últimos bocados me los mascaba dormido.

Es cierto, mi vida nada tiene de particular,
monótono trabajar, jornada sobre jornada,
esta guitarra templada, alguno que otro soñar,
llorar cuando hay que llorar, reír si toca la risa,
vida que así se desliza, ¿a quién pude interesar?

Lucidez en el decir, transparente la intención,
piedad en el corazón, vivir y dejar vivir,
no ser lastre, no pedir, de recibir saber dar,
ofendido perdonar, o dar la ofensa al olvido,
hablar con hondo sentido, hablar y dejar hablar.

No caigas a la reunión con un jarro de agua helada
a destemplar la templada fe de ningún corazón,
que aunque te sobre razón y estar en lo cierto creas,
es imperioso que seas capaz de condescender,
una cosa es imponer, otra intercambiar ideas.

Verso que no hable de amor, o que al amor no recuerde,
es como una llama verde sin la gracia de una flor,
¿qué ha de cantar el cantor si no lo agita el querer?
¿Cómo habrá de convencer el ruido de su garganta,
cuando no canta el que canta pensando en una mujer?

Cuando clamo sólo estoy, miento, porque estoy con ella,
lazarillo de mi huella, por ella soy lo que soy,
como una criatura voy en pos de su claridad,
y es tanta la santidad del hondo amor que le tengo,
que a menudo me contengo por no llamarla 'mamá'.

En mi velorio quisiera que te hallaras tú presente,
cuatro velas, poca gente, y algún gracioso cualquiera
que contase o que dijera algo para entretener,
que es el último querer de un egoísmo postrero:
de morirme primero que el tenerte que perder.

No nací para enemigo, y he tenido amigos buenos,
o fueron buenos al menos al enfrentarse conmigo.
Porque coseché mi trigo sin molestar al lindero,
de la vida en el tablero tuvo suerte mi ajedrez,
y hoy llego a la madurez consecuente y compañero.

Cuantas veces me consuelo, eterno desconsolado,
ante un perro abandonado hecho un ovillo en el suelo,
mi desvelo a su desvelo pongo en línea de igualdad,
su orfandad con mi orfandad mido, a silencio me llamo,
porque ese perro sin amo humilla mi soledad.

Tiende tu mano al vecino porque sí, por elegancia,
que no todo sea ganancia a lo largo del camino,
cambia de sabor el vino cuando no hay con quien brindar,
¿qué harás con atesorar y ser opulento en bienes,
si entre tus bienes no tienes el bien supremo de dar?

A dos excelsos José invoca mi corazón
para imantar su emoción y purificar su fe,
uno extraordinario fue arquetipo paladín,
fustigó el otro lo ruin con los azotes más grandes,
son dos José: José Hernández y José de San Martín.


domingo, 5 de octubre de 2014

El elemento étnico en el federalismo argentino del 1860

En su rostro más sobresaliente, resulta un hecho incuestionable que nuestro criollismo se encuentra íntimamente relacionado con la etnicidad nativa de rasgos amerindios y la incidencia directa de la morería andaluza. Ya hemos tenido la ocasión de referir el proceso de mestización ocurrido en los primeros momentos de la llegada peninsular entre nativas de origen guaraní y forasteros de estirpe moruna, cuyos vástagos, en gran medida, fueron los encargados de poblar sobre todo la zona litoral y pampeana de nuestro país, resultando, como es sabido, en el biotipo criollo del gaucho. Sin embargo, en otras zonas de nuestro territorio también existieron grandes procesos de mestización y de interrelación que manifiestan una forma de criollismo particular muy vinculado a las etnias nativas y al componente gaucho de los estratos populares. Tomaremos ahora como referencia la bisagra territorial que marcó un hito fundamental en los últimos levantamientos federales del tramo final de la década de 1860. Allí se encuentran La Rioja, Mendoza, San Juan, San Luis, Catamarca y Córdoba.

Sobre la innegable influencia moruna no nos extenderemos demasiado, salvo para referenciar una manifestación cultural de nuestro criollismo que denota particularmente la presencia morisca en la zona: la zamacueca, cuyos derivados, la zamba y la cueca -ésta desarrollada particularmente en el área cuyana-, constituyen dos de las expresiones más representativas de nuestra cultura vernácula. De este origen árabe-andaluz dan crédito el profesor del Centro de Estudios Árabes de la Universidad de Chile, Eugenio Chahuán, y el musicólogo, también de origen chileno, Samuel Claro Vilches. Chahuán refiere que el mismo cuadro coreográfico del hombre y la mujer en la cueca se encuentra en las últimas estrofas de una composición lírica del cancionero árabe popular del siglo IX, y también señala, como referencia al origen árabe de esta danza, la conexión etimológica entre zamacueca y el término árabe samakuk, que origina el español zamacuco: malicioso, embriagado, rudo, derivado del verbo árabe Kauka, que señala la acción seductora que realiza el gallo para conquistar a la gallina, que, coincidentemente, conlleva el simbolismo de la zamba y la cueca. El profesor Ricardo Elía apunta que zamacuco es también una persona solapada, que calla y hace su voluntad, característica de los perseguidos y clandestinos, como los moriscos y los gauchos. Por su parte Vilches ha publicado un trabajo erudito llamado 'Cueca chilena, cueca tradicional' (Universidad Católica de Chile, 1986), en el que confirma el origen árabe de la cueca y compara su métrica con la de la moaxaja andalusí. Entendemos que la manifestación cultural de un pueblo es lo que lo diferencia positivamente de otro y lo que constituye su rasgo distintivo, por lo que la marca morisca en nuestro criollismo es una señal evidente que demuestra su poderosa contribución en el legado constituyente de nuestra identidad tradicional.

Por otro lado, no menos evidente resulta la herencia étnica nativa entre nuestro gauchaje y la relación fraternal que ambos tuvieron en un determinado período de nuestra historia. Tenemos el ejemplo notable del líder federal don Santos Guayama. Guayama nació alrededor de 1830 en el seno de una familia de la etnia huarpe que ya estaba acriollada. Su área de origen fue el paisaje de las Lagunas de Guanacache, que se extienden por el noroeste de Mendoza, el sudeste de San Juan y el noroeste de San Luis. De allí el mote dado a Guayama de "gaucho lagunero".

Hacia el siglo XV, la etnia huarpe tenía su hábitat en el territorio comprendido por aquellas provincias, llegando inclusive a comprender las áreas del norte de Neuquén. También se afirma que los Comechingones, etnia nativa que habitó las sierras de Córdoba y de San Luis, fueron una rama diferenciada de los huarpes. Los rasgos fisonómicos más sobresalientes de los hombres de esta etnia eran su elevada estatura y  su tupida barba, a diferencia de los tipos humanos característicos del resto de los pueblos nativos que eran más bien bajos y lampiños.

Santos Guayama fue lugarteniente de Ángel Vicente Peñaloza y de Felipe Varela, los últimos grandes caudillos de la resistencia gaucha que hicieron frente a las tropas nacionales del gobierno mitrista. Teniendo en cuenta su admitida ascendencia huarpe, Adrián Moyano, en "Las preguntas que lancea Guayama", se cuestiona: "¿Es posible pensar a partir del suyo y de otros ejemplos, en contenidos étnicos del federalismo argentino?". Con él, pensamos que sí. Para lo cual hay que ensayar un acercamiento al origen de los federales hacia 1860 en la zona de San Juan y La Rioja. Moyano argumenta citando al historiador Ariel de la Fuente, que en su trabajo "Los hijos de Facundo", refiere que en 1778, los padrones de la diócesis de Tucumán registraban para La Rioja casi 10.000 habitantes, de los cuales el 54 % era indígena. De la Fuente cuenta que el desarrollo de la población riojana durante el siglo XIX puede rastrearse en un informe sanitario del año 1877 en el que se dice que la sociedad de la provincia estaba formada por tres grupos: "la raza blanca, es decir, los más acaudalados"; "la raza mestiza de origen indígena, que es la más numerosa" y "la raza mestiza de origen africano, que es más pequeña (que la indígena) en cantidad de gente". Según de la Fuente, la composición étnica de la provincia fue la encargada de dar forma y color a los partidos políticos que combatirán por el poder a partir de la independencia hasta la consolidación del Estado Nacional. Moyano apunta que para 1814, la población indígena se había reducido al 26,6 % en toda La Rioja, pero que su presencia era muy importante en determinados departamentos que luego adquirieron tradición federal. "La composición étnica de los federales -escribe- no pasó desapercibida para los unitarios, que además de calificar de 'gauchos' a los rebeldes de 1860, también se referían a las montoneras que conformaban 'los indios de Vichigasta', 'los indios de Machigasta' o 'los indios de Arauco'". También Sarmiento calificaba a las insurrecciones montoneras de "venganzas indias" y opinaba que los levantamientos de Peñaloza constituían un "movimiento indígena campesino". De la Fuente refiere que hacia 1868, un integrante riojano de "la raza blanca" observaba que hasta mediados del siglo XIX, perduraban en la provincia tradiciones orales según las cuales "las almas de los Incas y sus primeros caciques sacrificados por los españoles...vagaban por los cerros de Famatina a la espera de la hora de la gran emancipación". El mismo texto apunta que en los "pueblos de indios" recordaban que durante la insurrección de Tupac Amaru "los cerros de Famatina nunca dejaron de tronar y sacudirse, llamando a sus vasallos (indios)" para lanzarse "a la libertad de su raza". Se vislumbra, así, una marcada "identidad nativa" existente en aquella zona.

Analizando el origen de 10 líderes federales del Departamento de Famatina que formaron parte activa en las montoneras riojanas de los 60, de la Fuente encontró que seis de ellos eran indígenas, en contraste con la composición abrumadoramente blanca y española del Partido Unitario. De la zona del Departamento de Arauco era oriunda la familia Chumbita, también de origen indígena. Sus antepasados fueron caciques gobernantes en Aymogasta a fines del siglo XVIII. Hacia 1840, el "indio" Orencio Chumbita era comandante de la milicia local y amigo personal del Chacho Peñaloza. Una década más tarde, Severo Chumbita se convirtió en comandante del departamento y en los 60 se desempeñó como uno de los líderes federales más importantes de La Rioja, a tal punto que participó en cuatro insurrecciones montoneras. Para sus adversarios, era "el indio Chumba". Los mismo puede rastrearse del apodo con que fue conocido Facundo Quiroga, "el Tigre de los Llanos", de indudable procedencia indígena, quienes asociaban a un numen animal los atributos de determinada persona, siendo el Tigre uno de los animales considerados particularmente sagrados por ciertas tribus incaicas. En San Juan, más precisamente en las lagunas de Guanacache, Sarmiento observó que los propietarios pequeños y medianos de origen indígena enfrentaron a los grandes estancieros de antepasados españoles en el transcurso de los diversos episodios que conformaron la extensa guerra civil. Además, era común que los unitarios identificaran a los federales con "las clases abyectas de la sociedad", entre ellos, los mulatos e "indios". El ya citado Sarmiento, en "Recuerdos de provincia", menciona que "el indio Sayavedra", combatiente montonero, era uno de los últimos descendientes huarpes del barrio de Puyuta. Esto nos muestra que Guayama no fue el único huarpe que luchó bajo la divisa del federalismo, siendo este identificado integralmente con los estratos populares de las provincias.

Indudablemente ha habido una identificación significativa entre el federalismo tendiente a la defensa y a la preservación de una cosmovisión asociada a lo tradicional y los gauchos y nativos acriollados que se constituyeron como el basamento mismo para la tradición. Las breves notas apuntadas más arriba nos muestran el protagonismo étnico que los indígenas cuyanos acriollados tuvieron en nuestra historia. Para cerrarlas necesitamos aclarar un asunto no menos importante: ambos autores citados, Moyano y de la Fuente, aluden a estos personajes singularizándolos bajo una etnicidad indígena exclusiva; sin embargo, si hablamos de nativos "acriollados", estamos refiriéndonos a que han sido el producto de un mestizaje del que en nuestra época contemporánea se da a conocer únicamente la facción netamente indígena. Puede haber habido, y no lo negamos, un aporte misionero que favoreció el acriollamiento de los nativos, pero en los líderes montoneros no vemos más que la férrea determinación y las ansias de libertad -y de defensa de la misma- que fueron también características de los moriscos andaluces perseguidos por la inquisición realista y que será traducida en la posterior persecución de "castas" llevada a cabo por los representantes del incipiente unitarismo contra las masas populares.

La feliz interrelación entre aquellos moriscos peninsulares y los indígenas amerindios dando a luz una etnicidad criolla original es un hecho consumado que los futuros historiadores tendrán que empezar progresivamente a develar. Así se iluminarán grandes facetas, no sólo de nuestra historia, sino también de nuestra cultura y nuestra identidad.


Raíces y Sabiduría.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Peregrinación y Sacrificio de los Musulmanes del Mundo

Esta semana es el Hajj — la Peregrinación a la Meca — que todo musulmán debe realizar al menos una vez. El destino exacto es Baitul Allah, la Casa de Allah, conocida como la "Kaaba," que el Profeta Ibrahim [Abraham], la paz sea con él, construyó con su hijo Ismail como un acto de adoración al Dios Único.

La Kaaba se encuentra cerca a la fuente que el Arcángel Jibril (Gabriel) abrió años antes para la madre de Ismail, Hajar, en el desierto árabe, cuando corría entre dos pequeños montes buscando desesperadamente agua para su pequeño hijo. Desde tiempos antiguos, los peregrinos habían viajado a la Kaaba. Con el tiempo, la adoración de ídolos se enraizó entre las tribus árabes así como en las actividades del Hajj. Fue el Profeta Muhammad, las bendiciones y la paz sean con él, quien restauró el monoteísmo a la tierra y puso énfasis en la intención religiosa tras la realización del peregrinaje.

Cada año, un océano de creyentes circula alrededor de la Kaaba, siguiendo las huellas del Profeta Ibrahim y del Profeta Muhammad. Representan nuevamente la carrera de Hajar y se refrescan a sí mismos con las aguas de Zam Zam, la fuente que aún hoy sigue manando. En el último día del Hajj, se desplazan unas cuantas millas a la llanura de Arafat y el sonido de sus súplicas es un anticipo del Día del Juicio.

Los cuatro días de celebración de Id comienzan el siguiente día. Toda familia musulmana que posea los medios suficientes debe sacrificar un animal por causa de Allah. Lo que nos hace recordar la voluntad activa del Profeta Ibrahim de sacrificar a su hijo mayor, Ismail, cuando Allah se lo ordenó. Y nos recuerda la misericordia de Allah cuando Ismail fue salvado del puñal.

El episodio demuestra dos niveles de Islam (sumisión): uno en el cual el padre sometió su voluntad a la de su Señor, llevando a cabo de manera obediente todos los pasos necesarios para sacrificar a su hijo, sin objeción. El otro nivel lo muestra Ismail, quien se sometió con calma al cuchillo en las manos de su padre, aceptando que su padre actuaba de acuerdo a la voluntad de Allah, al punto de decirle a su padre con toda conciencia que volviera su rostro hacia abajo, de modo que no Ibrahim tenga que ver el rostro de su hijo. Allah los recompensó por su estricta obediencia remplazando al niño con un carnero, y dio fin así para siempre a la práctica del sacrificio humano como acto de adoración.

En un sacrificio realizado de manera propia (kurban), se alimenta, se proporciona agua y se trata al animal con amabilidad. Una aproximación calmada, en oración y hábil asegura el mínimo de temor y dolor al animal, de manera que se someta a su rol tal como lo hizo Ismail. El kurban ofrece una conmovedora y poderosa experiencia acerca de la naturaleza frágil y temporal de esta vida para los creyentes que lo atestiguan. Las familias y los amigos se visitan entre sí para compartir la carne del kurban. Una tercera parte de la carne de cualquier animal sacrificado se da a los pobres.

El Profeta Ibrahim era muy rico. Las montañas se poblaban de blanco con sus numerosas ovejas y tenía a numerosos pastores que trabajaban para él. Era conocido como el “Amigo de Allah”(Khalil-ullah). Jibril sintió curiosidad por saber por qué Allah favoreció tanto a Ibrahim. De modo que fue a verle disfrazado de un hombre. El Profeta Ibrahim sacrificó una oveja y preparó una comida para el extranjero. Antes de comer, Jibril ofreció un zikir (una alabanza a Allah) que Ibrahim jamás antes había escuchado.

Totalmente impresionado y en gratitud al escuchar que el extranjero había alabado a su Señor de manera tan bella, y por su generosidad sin límites, Ibrahim le dio todas sus ovejas al extranjero y le pidió que repitiera el zikir. Cuando Jibril así lo hizo, Ibrahim se ofreció inmediatamente a sí mismo y a todos sus pastores como siervos de su huésped. Así Jibril comprendió que el Profeta Ibrahim era Khalil-ullah, porque vivía única y literalmente sólo para Allah. Jibril le dijo entonces a Ibrahim cuál era su verdadera identidad angélica y declinó aceptar las ovejas. Ibrahim por su parte le dijo: “Una vez que doy algo por Allah, no lo tomo de nuevo”.

De modo que Jibril trasladó las ovejas detrás de la Montaña de Qaf (una montaña secreta y escondida), donde permanecerán hasta el regreso de Isa (Jesús). Jesús y Sayyidina Mahdi, uno de los descendientes del Profeta Muhammad (saaws), traerán justicia y paz al mundo. Las ovejas serán sacrificadas y los creyentes celebrarán con Isa y el Mahdi.

Ibrahim fue el padre de dos líneas proféticas. Se dice que miles de profetas fueron enviados a los Bani Israel (los hijos de Israel) a través de la descendencia de Isaac, el otro hijo de Ibrahim. Algunos de ellos son: los Profetas Yakub (Jacob), Musa (Moisés), Dawud (David), Suleiman (Salomón) e Isa.
Del linaje de Ismail vino el Profeta Shuaib, el suegro del Profeta Moisés. El Profeta Muhammad, las bendiciones y la paz sean con él, es asimismo un descendiente directo del Profeta Ibrahim a través de la línea de Ismail ... al-Fatiha.


[Nota de nuestro Maestro Sheykh Abdul Kerim al-Kibrisi publicada en el periódico Daily Star, de Oneonta, Nueva York, el 31 de enero de 2004] 

viernes, 19 de septiembre de 2014

Sikus y Sikuris, música nativa tradicional

El poblador nativo de América asumió desde siglos el lenguaje de la naturaleza y la tomó de guía. La historia está llena de esa concordancia, así como del respeto e intuición que se mantiene a lo desconocido; desde esta cosmovisión emerge la eterna esperanza de bienestar simplificada en las costumbres y las creencias. Es en este contexto, entre simbolismos y realidad, donde encontramos a los Sikuris, músicos nativos tradicionales.

El elemento material e instrumento musical del Sikuri es el Siku: este consta de dos partes separadas (Ira, el macho, y Arka, la hembra) que se necesitan y complementan para conseguir melodías gracias a la técnica del diálogo musical; el Siku por lo tanto se toca en pareja, y la tropa (grupo de Sikuris) viene a ser la junta de varias parejas de Iras y Arkas que se fusionan para existir. A esta dualidad unitaria, tanto del instrumento como de los instrumentistas, y que viene a representar la concepción esencial para la vida, la conocemos como JJAKTASIÑA IRAMPI - ARCAMPI, entendido como ponerse de acuerdo, recibir-devolver, producir algo nuevo.

El siku es un instrumento de viento constituido por un conjunto de cañas, que se utiliza en el altiplano de Bolivia, Perú y Norte Argentino; la denominación proviene del idioma aymara, "siktasiña", que quiere decir preguntarse o comunicarse, actividad humana social y natural del hombre altiplánico, que acercándose y comunicándose puede lograr grandes desarrollos comunales. Este instrumento universalmente es conocido como zampoña o flauta de pan; en el idioma quechua se le denomina "antara".

En las culturas del mundo el soplo está asociado con el génesis, la energía y la magia. En el Sikuri todo eso lo encontramos, desde las cañas tomadas de la Pachamama (tierra) y convertidas en Siku (instrumento), hasta el fervoroso arrebato humano del Sikuri (músico) que al darle su aliento lo transforma en Sikuri (música); música destinada nuevamente a la pachamama, pues su función es propiciar la buena cosecha. Es el simbolismo de la vida, el ciclo y la eternidad; por eso cada sesión de Sikuris intuitivamente desemboca en ritual, su energía trasciende lo artístico y evoluciona en espiritualidad y vigor.


viernes, 12 de septiembre de 2014

Dúo Coplanacu - "Guitarrero"

Guitarrero con tu cantar
me vas llenando de luz el alma
porque tu voz temblando está
corazón adentro de las farras.

Como un puñal clavado está
el grito arisco de la baguala
y el eco de tu corazón
bombo se vuelve en las cacharpayas.

Si alguna vez el tiempo
calla para siempre tu guitarrear
sobre tu sueño irá el viento
quemando maderas de jacarandá.
Adiós, adiós guitarrero
tu viejo sendero que rumbo ai' tomar.

Hijo de aquel viejo cantor
que se fué al cielo de las vidalas
por las noches machaditas
con las estrellas de tu guitarra.

No te vayas guitarrero
que se me apaga la luz del alma
quiero volver a amanecer
para morir en las cacharpayas.

Si alguna vez el tiempo
calla para siempre tu guitarrear
sobre tu sueño irá el viento
quemando maderas de jacarandá.
Adiós, adiós guitarrero
tu viejo sendero que rumbo ai' tomar.

sábado, 16 de agosto de 2014

"Hay que refrescar la sangre surera"

Claudio Agrelo. Nota Revista “El Federal”, edición número 376

Un emblema del canto surero presenta disco y hace votos por una renovación de la música surera. Critica la lógica de palmas sin contenido que prolifera en los festivales y dice: “Los sureros no tenemos refuerzos”.  

Desde una de las calles embarradas de Paso del Rey, se asoma al galope montando a su bayo, dando indicaciones por teléfono para llegar a su casa. Retumban los cascos del montado de Claudio Agrelo, surero de pura cepa, hombre que cree que todos los caballos de los alrededores son pensionados: los guardan en garajes en donde los conservan hasta que sus dueños llegan los fines de semana para correrlos. Al lado de la casa de Agrelo hay una pista de equitación. Desde su morada pueden verse a los jinetes, suspendidos en el aire, por efecto de la pared medianera tapando la visión. “Nosotros -involucra a su familia- somos más criollos. Vamos al centro tradicionalista El Rodeo, de Puente Márquez, un campo de siete hectáreas donde hacemos jineteadas. Hay algunos que juegan y hay otros que tratamos de ser auténticos”, se diferencia. Es que lo suyo no es una postura, sino una forma de vida: el hombre anda de a caballo en la ciudad. El 20 de junio celebró el Día de la Bandera montando su pingo con un grupo que salió desde Avenida Belgrano y Defensa, en el corazón de San Telmo, hasta su casa, en Paso del Rey, al oeste del conurbano bonaerense. El 17 de agosto hará una travesía similar con punto de salida en Plaza de Mayo.

En el fondo de la casa descansan sus caballos, algunos obsequiados por sus mejores amigos. El fotógrafo aprovecha los últimos rayos de sol de una tarde fría, y Agrelo se dispone a posar cerca de su criollo, al que por las dudas le peina las crines. Mientras, sus tres perros revolotean por la presencia ajena y buscan ganarse unas caricias foráneas a cambio de lamidas furtivas. El se saca la pelusa de la pilcha -otra tradición que conserva orgulloso, porque es coqueto- y confiesa: “No pierdo las esperanzas de que ‘Patrón’ alguna vez me diga ´buen día´, por lo inteligente que es”. Patrón es uno de sus tres Border Collie.

GUITARRA VAS A LLORAR. En el living de su casa, hecha con sus propias manos, cuelgan decenas de rebenques. Unas de las piezas resulta invalorable: es de 1840. “Voy a La Rural todos los años, junto cucardas blancas. He ganado un par de premios Santos Vega por mi música también, pero al final todo es muy costoso, no hay premio en dinero, y cuando reparo en los costos que significa participar, me doy cuenta que me gusta, pero no es joda lo que vale todo esto”, señala al voleo. En un rincón el fuego se consume sin rencor, como la tarde, y la pava que cuelga sobre el hogar a leña pide más calor para los mates que se vienen para acompañar una torta de mandarina y nuez, creación de su mujer, Patricia. En una esquina, la guitarra espera, pero Agrelo la arrebata de su silencio con un manotazo y la apoya contra su falda. Descendiente de una tradicional familia de criollos y artistas destacados (es sobrino nieto de Don Juan Alais, primer compositor y guitarrista argentino que interpretó música criolla en el Teatro Colón), su formación musical es netamente intuitiva, tiene un estilo propio, personalizado e intransferible. Acaba de editar “La huella larga” (ver recuadro). Entre sus obras se encuentran la mazurca “Changa noble”, la ranchera “Vivo como canto” y la milonga “Destino trovero”, entre muchas otras.

-¿Cómo empezó en la música?

-Tenía 15 años cuando hice actuaciones en distintos programas radiales, como “Un alto en la huella”, del recordado Miguel Franco; a partir de 1981 ocupé un espacio estable en “Folklore en 870”, el programa de Horacio Alberto Agnese por Radio Nacional, durante cinco años.

-¿Cómo ve a la música surera?

-He visto que en El Federal han sacado una tapa sobre música surera y eso es muy importante para la difusión. Pero no hay muchos músicos sureros nuevos. Facundo Picone, ponele, que es un discípulo de Omar Moreno Palacios, pero no hay cantos sureros de la juventud. Por supuesto que Omar es un referente, como José Larralde, como Lucía Ceresani en las mujeres. Pero ya no tenemos a Suma Paz ni al Negro Luna. Necesitamos una línea nueva: hay un espacio vacío a cubrir, y yo estoy dispuesto a hacerlo en los festivales grandes. Hay que refrescar la sangre surera. Yo, sin pedantería, estoy para cubrirlo; como dice Mirtha Legrand, hace mucho que vengo remando. Empecé a los quince y tengo cincuenta y tres.

-Pero, ¿qué pasa en los festivales?

-¿Qué va a pasar? Que quieren “palmas, palmas, palmas”. En Cosquín invitaron este año a Omar (Moreno Palacios) luego de cuarenta años. El dijo: “Miren que dentro de cuarenta años voy a estar de nuevo de gira, ¿eh?”. El músico surero es un músico solitario, que vive en la llanura. No es como el correntino que grita ¡sapucay! y tiene eco. Nosotros somos nostálgicos y no tenemos nada. No tenemos refuerzos. Fijate el ejército que tiene el Chaqueño (Palavecino) cuando sube al escenario y Peteco (Carabajal), que hasta saxo tiene.

-¿Cuáles son las excusas que ponen los organizadores?

-Las mismas que te dan las discográficas: que no vendemos. ¿Cómo lo van a vender si nunca lo muestran? Hay gente que no sabe qué es un prado, un triunfo o una huella, danzas sureras, una danza lenta y nostálgica. Mi viejo decía: “Bajo de mí, mi caballo; sobre de mí, mi sombrero; y sobre mi sombrero, Dios”. El negro (Argentino) Luna se subía con su guitarrita. Es como decía Ringo (Oscar Natalio Bonavena): “Estás tan solo que hasta el banquito te sacan”. No hay Yupanquis, no hay Larraldes, pero cuando Larralde toca, te llena un teatro él solito.

-Su árbol genealógico es bien criollo, ¿qué es la identidad para usted?

-La autenticidad. Desgraciadamente, el sistema de progreso de hoy no le da pelota. Acá en mi casa no tengo gas natural, yo me caliento con fuego a leña. Yo vivo a la usanza porque me gusta. Atahualpa decía: “Aunque sea gaucho no me tengo que limpiar el culo con la espuela”. A mí me gusta vivir así y me gusta vestirme así; no lo hago para la foto, voy así a todos lados. Si voy a una fiesta me pongo el chiripá, llevo el cuchillo, las galas, como le digo. Me gusta tener la mejor pilcha. Hoy fui a Sadaic (Sociedad Argentina de Autores y Compositores) y me fui vestido como me ves. Mi mujer me dice “cambiate que te van a sacar cagando”. Y yo le digo: “Me van a sacar fotos”. Mi abuelo y mi padre eran iguales a mí. Los genes tiran. Será la magia de la guitarra.

Algunas canciones interpretadas por Claudio Agrelo: