lunes, 7 de noviembre de 2016

El Grito en la Sangre (Película con Horacio Guarany)

Alrededor del año 1950, en algún lugar el interior de la Argentina. Es la historia Cali, un joven cuyo padre fue asesinado por la espalda en una carrera de caballos, obligado a vengar esa muerte. Cali, atormentado por el alma en pena de su padre, buscará venganza. Y será en ese camino que encontrará el amor de Lucía y la ayuda en un viejo capataz de estancia, quien lo adoptará como hijo propio.


Reflexión del día


martes, 10 de mayo de 2016

6/05/2016. Don José Larralde en Rosario: Crónica de una guitarreada


“Esto no es show, ni concierto ni espectáculo, esto es una guitarreada”, aclaró con firmeza don José Larralde en el saludo inicial del recital que dio en el teatro El Círculo, y después de cuatro años de ausencia de los escenarios rosarinos.
Con las luces de la sala encendidas, sin escenografía y con una puesta técnica mínima y básica, arrancó con “Un día me fui del pago”, la milonga en homenaje a su tierra natal, Huanguelén. Empezó con la garganta fría, su voz sonó gastada y sin energía en el comienzo, pero fue mejorando rápidamente y nunca le faltó el aire decidor, campero, claro y contundente.
El teatro estuvo casi a pleno, en silencio absoluto, como escuchando sentencias bíblicas. Larralde no venía a Rosario desde el 2012 y la sensación del público era de reencuentro con sus reflexiones e intimidades.
A propósito del público, allí convivieron las pilchas gauchas con las musculosas, los tatuajes, los aritos, las trenzas y las rastas. Lo heterogéneo tiene en parte fundamento en los seguidores que le sumó Ricardo Iorio, de Almafuerte, cuando grabó “De los pagos del tiempo”, en 1995.
Su dinámica es de recitales de otros tiempos, esquivando el vértigo y otorgándole valor al silencio y a las pausas reflexivas. Trata al público como a amigos a los que les cuenta los avatares de su vida, incluso de sus problemas de salud ya superados.
Preocupado porque suene bien su guitarra, le dedicó un relato a Roberto Molina, el changarín que le enseñó los primeros acordes. En ese tramo, contó historias de sus padres y de su infancia. Con el acompañamiento musical que utilizaban los payadores, fue ofreciendo su “música opinadora”, dictando una cátedra sobre la esencia del milonguero y criticando a los folclorólogos que tratan de etiquetar su obra.
Larralde inventó el ritmo de milonga chamarriteada cuando compuso “La noche del peludero”, y en sintonía con lo anterior, con lenguaje frontal, sin filtro, recordó cuando Sadaic no quería registrarlo porque el género no existía.
Con otro relato por milonga, ‘Ramón Contreras’, homenajeó al paisano de quien aprendió los primeros pasos del oficio de peón. Con la memoria intacta, recordó y contó con detalles la historia, con asombrosa precisión.
Clima relajado. Con tono rural, nada urbano ni florido ni condescendiente con las reglas, Larralde no tiene drama en conversar con la gente y explicar entretelones o confesar intimidades antes de relatar “Por adentro de la vida”.
Esa fue la introducción para recordar que a los 14 años escribió “Mi viejo mate galleta”, ‘una milonga chiquita’, dijo respecto al tema que retrata costumbres de la vida en el campo.
“Cuando ustedes se cansen o vean que se aburren y están medio podriditos, me dicen y termino”, sorprendió. Parecía que concedía al público el poder de decidir la extensión, pero más adelante corrigió: “Me olvidé de decirles que no me pidan temas porque no les voy a dar pelota”, dijo recuperando la iniciativa.
El músico se entusiasmó con las historias que fueron derivando en otras. Si cabe el insulto, insulta, pero también logró emocionar a todos cuando desde el lamento por la pérdida de su mate desembocó en sus padres y pidió “dénle un abrazo y un beso a los viejos, díganles que los quieren”.
Antes de cantar “Patagonia”, reivindicó la obra de Milton Aguilar y Marcelo Berbel, creadores olvidados en Argentina. Justamente, la voz de Larralde cantando “Quimey Neuquén”, loncomeo de esta dupla y un ritmo patagónico que se usa en las rogativas, sonó curiosamente en la serie norteamericana ‘The Breaking Bad’.
Si bien su obra habla de vivencias lejanas, demuestra estar al tanto de la actualidad y se anima a ilustrar sus opiniones con comentarios sobre Vicky Xipolitakis o Lázaro Báez, generando carcajadas por el contraste de estos personajes con su figura, al tiempo que reivindica firmemente a los aborígenes y a los caídos en Malvinas.
Cuando anunció “Ayer bajé al poblao”, advirtió que ‘la historia es larga’, pero el público pidió que la cuente. Dijo que leyó filosofía y antropología, pero aclaró: “No encontré en los libros respuesta a qué soy, qué es un hombre en la vida”. Así, dijo, se puso a pensar y lanzó la conclusión de sus cavilaciones: “Soy un sorete en una llanta, a veces estoy arriba, a veces abajo, y cuando te deja aplastado ya no servís ni para mierda”, volvió a sorprender, y completó: “Obvio que ninguna academia me va a aceptar que llegué a esta conclusión”. Larralde, que se burló de sus propias reflexiones, no transó con ningún pedido y compartió otra reflexión, esta vez de San Martín: “Cuando hay libertad, lo demás sobra”.
Humor. Detectó algún bostezo en la platea y saludó a los que se levantaron para ir al baño con la mirada atenta que permiten las luces del teatro encendidas hasta el final.
En el tramo final incluyó “El alegre canto de los pájaros tristes” y “Otras cosas fuleras”, basadas en situaciones que, dijo, “me fueron poniendo el alma en rebeldía y otras cosas fuleras”.
Para quienes no lo conocen, el Mundo Larralde es una incógnita. Para quienes lo siguen, es un milonguero de culto, no necesita recorrer los medios para promocionar sus “guitarreadas” y llenar teatros.
No actúa en festivales desde mediados de los sesenta, le debe a Cafrune su popularidad inicial y a Yupanqui el estilo. Enemigo de las formas y las estructuras y alejado del ambiente artístico, la pobreza vivida en la infancia le da suficiente autoridad para opinar, sentenciar y aconsejar.
Con solamente sexto grado, considera que “para amar una cosa hay que sufrirla, hay que llorarla, hay que sangrarla”. Toca la guitarra de oído y no da notas porque, dice, “yo opino cuando canto”.

Lamentando que su pueblo haya olvidado las tradiciones, en el bis rescató la milonga “El Tamayo”, que le habían pedido desde el inicio de su presentación. Enérgico, hacia el final, dejó una sugerencia: “Que nos vaya bien a todos y no sean tan pelotudos de pelearse por política o por fútbol”, con lo cual concluyó su guitarreada.

sábado, 20 de febrero de 2016

Caballo Criollo

En tropel llegan al corral los caballos de servicio, arreados a galopo por un muchacho; con un silbido prolongado en una sola nota, los sujeta en su furia, para que entren más despacio, y no se lleven el corral por delante. Así mismo, quieren todos entrar juntos, y crujen los postes y los alambres, y algo también las costillas, al pasar por la puerta.

Coces, mordiscones, patadas, manotones llueven, y al verlo así por la primera vez, podría creer cualquiera que el caballo criollo es un animal feroz; pero toda su maldad, -que es poca,- la reserva para sus compañeros.

Entró en el corral un hombre, con un bozal en la mano, y toda la caballada, como atemorizada, se da vuelta, se amontona, atropellando, en un rincón, con mucho bullicio y mucha tierra levantada, pero sin que ningún caballo se permita tener la más remota idea de alzar el pie contra el amo.

El hombre sigue penetrando con la mayor calma en el agitado montón de los animales, eligiendo con el ojo al que piensa ensillar.

¿Tomará ese picaso, o el pangaré que está a su lado? Malacaras y lobunos, tordillos, zainos, pampas y rosillos, moros, cebrunos y bayos, ravicanos, colorados, alazanes y overos, se cruzan y se remueven. Parece que el Creador, cuando permitió que el caballo se multiplicase en la Pampa, no se dignó emplear para pintarlo, más que algunos colores pasados de moda y mixturados al azar, raspaduras de su paleta.

Y las formas: también hay de todo; desde el petizo, compañero fiel y manso juguete de los muchachos de la casa, hasta el caballo esbelto y elegante que todavía hace pensar en sus remotos antepasados andaluces.

A uno de los mejores, despacito, tieso, se acercó el gaucho, a pasitos cortos, arrastrados casi, sin levantar el pie para adelantar, con una mano atrás y en ella, el bozal escondido, mirando fijamente al animal con ojo fascinador.

Y el caballo bien parece conocer en esa mirada que a él lo buscan, pues trata de esconderse detrás de los compañeros. Estos se van apartando, uno por uno, y disparan, y también quiere disparar él; pero, por donde que enderece, siempre se encuentra con el gaucho por delante, y con su ojo fijo, clavado en el suyo; da vuelta para correr al otro lado, y otra vez están frente a frente; es un duelo sin armas, un debate mudo.

El animal ya quedó cortado del todo; el último de sus compañeros pasó al otro lado del corral, y quedan solos en el rincón, los dos contrarios, el hombre y el caballo. Este todavía se quiere mover; busca por donde escapar, pero un movimiento rápido del gaucho lo sujeta; un gesto lento, un silbidito, una mirada lo paralizan, hasta que por fin queda inmóvil y permite que la mano del hombre, levantada despacito, se ponga suavemente en su pescuezo, mientras que la otra pasa por debajo y le coloca el bozal en la cabeza.

Esto es parar a mano, cosa de caballo civilizado y bien enseñado, que ya no precisa que cada día lo enlacen y lo mortifiquen para agarrarlo. Su educación será completa cuando sepa comer maíz.

Elegante era en sus movimientos rápidos, cuando quería escaparse; ahora está atado en el palenque, esperando la voluntad del amo, y, cabizbajo, medio dormido, el ojo apagado, una pata doblada, descansando el pie en la punta de la uña, parece merecer, como ninguno, el título de mancarrón.

Sabe quedar así, resignado, horas interminables, frente a la pulpería, donde su amo se entrega a su pasión favorita de llenarse de caña, sin pensar en él, más que para asomarse de tarde en tarde a la puerta y cerciorarse de que siempre están ahí sus pies,... los buenos, pues los en que está parado empiezan a divagar.

Sin comer, sin tomar agua, sin hacer más movimiento que el de cambiar de cuando en cuando la pata en que descansa, enfrenado, ensillado con el pesado recado, bajo los rayos ardientes del sol, las ráfagas de viento y de tierra o los torrentes de lluvia, ahí queda, sufrido, paciente, triste.

Y cuando, bamboleando, salga por fin el bruto que tiene en su poder al pobre animal, este, dócil y sin rencor, lo llevará despacio, con precaución y sin tropezar, hasta el palenque del rancho, donde puede ser que todavía tenga que esperar otras horas más, antes que lo desensillen y le den las gracias con un lazazo en el lomo, autorizándolo a que busque por allá con que no morirse de hambre y de sed.

Pero el mancarrón así tratado se volverá pingo guapo, capaz de hacer veinte leguas en el día, por tal que lo cuiden un poco; será el valiente corcel, que en los trabajos de corral y de rodeo, elegante, ardiente, rápido, fuerte, audaz, capaz de voltear con el pecho un toro pesado, de sujetar enlazado al animal más fuerte, lucirá de veras todas las admirables calidades de su raza.

Tampoco teme las balas, y como todos los caballos descendientes del árabe, es un gran caballo de guerra.

¡Pobre caballo criollo!, tan feo a veces, y ¡tan bueno! Antes que te vayas desapareciendo, lo que será pronto, perdido, disfrazado, ahogado en mil cruzas y mestizaciones con razas que quizá no te den tantas calidades como las que te quiten, te he querido dedicar cuatro renglones, en recuerdo de los goces que me diste, y en testimonio de mi admiración.

De los que hubieran debido hacerlo, ninguno ha querido tomarse el trabajo de devolverte las elegantes formas de tu raza, que generaciones de amos ingratos te han dejado perder. Ponderan tu resistencia, tu guapeza, lo sufrido que eres, tu valor y tu docilidad, las virtudes, en una palabra, que no ha podido quitarte su desidia secular, pero no han hecho nada para ayudarte a conservarlas incólumes.

Creyendo reparar sus faltas hacía ti, te han cruzado con ingleses agalgados que te han quitado tu fuerza, sin darte su ligereza; con alemanes enormes que te han vuelto lerdo; con percherones opíparamente mantenidos que, de sufrido y sobrio, te han hecho delicado para el comer, goloso y exigente; sin que ninguno hasta hoy, te haya hecho más bonito: y pronto sólo quedará de ti el recuerdo de que si bien de poca alzada, por lo menos eras de gran corazón.


Tipos y paisajes criollos - Serie II - de Godofredo Daireaux

lunes, 15 de febrero de 2016

Del Suelo y sus Hombres

La tierra, el suelo, cada zona del planeta posee un color original, distintivo, una característica particular que la hace única e irrepetible. Este color, este matiz propio, es algo que le es dado, una concesión sagrada que desde los albores mismos de la creación conlleva un significado determinado para sus hijos, retoños de la tierra, frutos del espíritu que la anima y que en ellos encuentra la feliz consumación.

La característica particular de cada tierra es como el código genético que se perpetuará en el interior de sus vástagos, la herencia que convertida en responsabilidad para los hombres del suelo se transformará en rumores de tradición, en canto de pueblo, alas con que el espíritu de la raza remontará el grácil vuelo hacia su trascendencia.

Sólo los hombres con el profundo sentir de la tierra, con el apego primario al suelo que ha gestionado su aparición desde un pasado inmemorial pero siempre presente en el latir de la sangre, su ser en el mundo, sólo esos hombres que guardan la honda consciencia de lo que crece por dentro, pueden convertirse y ser los poderosos elementos que hacen de la patria una epifanía del más elevado Arte, expresión acabada de la sabiduría divina y su belleza intemporal.

Claudio Agrelo- Cantor Surero

jueves, 4 de febrero de 2016

Jorge Cafrune - El Chacho, Vida y Muerte de un Caudillo

Imperdible obra maestra dedicada al caudillo riojano Ángel Vicente 'Chacho' Peñaloza, interpretada por el inolvidable Jorge Cafrune sobre textos de León Benaros y música de Eduardo Falú, Adolfo Abalos y otros.

Descarga El Chacho de Jorge Cafrune