domingo, 5 de octubre de 2014

El elemento étnico en el federalismo argentino del 1860

En su rostro más sobresaliente, resulta un hecho incuestionable que nuestro criollismo se encuentra íntimamente relacionado con la etnicidad nativa de rasgos amerindios y la incidencia directa de la morería andaluza. Ya hemos tenido la ocasión de referir el proceso de mestización ocurrido en los primeros momentos de la llegada peninsular entre nativas de origen guaraní y forasteros de estirpe moruna, cuyos vástagos, en gran medida, fueron los encargados de poblar sobre todo la zona litoral y pampeana de nuestro país, resultando, como es sabido, en el biotipo criollo del gaucho. Sin embargo, en otras zonas de nuestro territorio también existieron grandes procesos de mestización y de interrelación que manifiestan una forma de criollismo particular muy vinculado a las etnias nativas y al componente gaucho de los estratos populares. Tomaremos ahora como referencia la bisagra territorial que marcó un hito fundamental en los últimos levantamientos federales del tramo final de la década de 1860. Allí se encuentran La Rioja, Mendoza, San Juan, San Luis, Catamarca y Córdoba.

Sobre la innegable influencia moruna no nos extenderemos demasiado, salvo para referenciar una manifestación cultural de nuestro criollismo que denota particularmente la presencia morisca en la zona: la zamacueca, cuyos derivados, la zamba y la cueca -ésta desarrollada particularmente en el área cuyana-, constituyen dos de las expresiones más representativas de nuestra cultura vernácula. De este origen árabe-andaluz dan crédito el profesor del Centro de Estudios Árabes de la Universidad de Chile, Eugenio Chahuán, y el musicólogo, también de origen chileno, Samuel Claro Vilches. Chahuán refiere que el mismo cuadro coreográfico del hombre y la mujer en la cueca se encuentra en las últimas estrofas de una composición lírica del cancionero árabe popular del siglo IX, y también señala, como referencia al origen árabe de esta danza, la conexión etimológica entre zamacueca y el término árabe samakuk, que origina el español zamacuco: malicioso, embriagado, rudo, derivado del verbo árabe Kauka, que señala la acción seductora que realiza el gallo para conquistar a la gallina, que, coincidentemente, conlleva el simbolismo de la zamba y la cueca. El profesor Ricardo Elía apunta que zamacuco es también una persona solapada, que calla y hace su voluntad, característica de los perseguidos y clandestinos, como los moriscos y los gauchos. Por su parte Vilches ha publicado un trabajo erudito llamado 'Cueca chilena, cueca tradicional' (Universidad Católica de Chile, 1986), en el que confirma el origen árabe de la cueca y compara su métrica con la de la moaxaja andalusí. Entendemos que la manifestación cultural de un pueblo es lo que lo diferencia positivamente de otro y lo que constituye su rasgo distintivo, por lo que la marca morisca en nuestro criollismo es una señal evidente que demuestra su poderosa contribución en el legado constituyente de nuestra identidad tradicional.

Por otro lado, no menos evidente resulta la herencia étnica nativa entre nuestro gauchaje y la relación fraternal que ambos tuvieron en un determinado período de nuestra historia. Tenemos el ejemplo notable del líder federal don Santos Guayama. Guayama nació alrededor de 1830 en el seno de una familia de la etnia huarpe que ya estaba acriollada. Su área de origen fue el paisaje de las Lagunas de Guanacache, que se extienden por el noroeste de Mendoza, el sudeste de San Juan y el noroeste de San Luis. De allí el mote dado a Guayama de "gaucho lagunero".

Hacia el siglo XV, la etnia huarpe tenía su hábitat en el territorio comprendido por aquellas provincias, llegando inclusive a comprender las áreas del norte de Neuquén. También se afirma que los Comechingones, etnia nativa que habitó las sierras de Córdoba y de San Luis, fueron una rama diferenciada de los huarpes. Los rasgos fisonómicos más sobresalientes de los hombres de esta etnia eran su elevada estatura y  su tupida barba, a diferencia de los tipos humanos característicos del resto de los pueblos nativos que eran más bien bajos y lampiños.

Santos Guayama fue lugarteniente de Ángel Vicente Peñaloza y de Felipe Varela, los últimos grandes caudillos de la resistencia gaucha que hicieron frente a las tropas nacionales del gobierno mitrista. Teniendo en cuenta su admitida ascendencia huarpe, Adrián Moyano, en "Las preguntas que lancea Guayama", se cuestiona: "¿Es posible pensar a partir del suyo y de otros ejemplos, en contenidos étnicos del federalismo argentino?". Con él, pensamos que sí. Para lo cual hay que ensayar un acercamiento al origen de los federales hacia 1860 en la zona de San Juan y La Rioja. Moyano argumenta citando al historiador Ariel de la Fuente, que en su trabajo "Los hijos de Facundo", refiere que en 1778, los padrones de la diócesis de Tucumán registraban para La Rioja casi 10.000 habitantes, de los cuales el 54 % era indígena. De la Fuente cuenta que el desarrollo de la población riojana durante el siglo XIX puede rastrearse en un informe sanitario del año 1877 en el que se dice que la sociedad de la provincia estaba formada por tres grupos: "la raza blanca, es decir, los más acaudalados"; "la raza mestiza de origen indígena, que es la más numerosa" y "la raza mestiza de origen africano, que es más pequeña (que la indígena) en cantidad de gente". Según de la Fuente, la composición étnica de la provincia fue la encargada de dar forma y color a los partidos políticos que combatirán por el poder a partir de la independencia hasta la consolidación del Estado Nacional. Moyano apunta que para 1814, la población indígena se había reducido al 26,6 % en toda La Rioja, pero que su presencia era muy importante en determinados departamentos que luego adquirieron tradición federal. "La composición étnica de los federales -escribe- no pasó desapercibida para los unitarios, que además de calificar de 'gauchos' a los rebeldes de 1860, también se referían a las montoneras que conformaban 'los indios de Vichigasta', 'los indios de Machigasta' o 'los indios de Arauco'". También Sarmiento calificaba a las insurrecciones montoneras de "venganzas indias" y opinaba que los levantamientos de Peñaloza constituían un "movimiento indígena campesino". De la Fuente refiere que hacia 1868, un integrante riojano de "la raza blanca" observaba que hasta mediados del siglo XIX, perduraban en la provincia tradiciones orales según las cuales "las almas de los Incas y sus primeros caciques sacrificados por los españoles...vagaban por los cerros de Famatina a la espera de la hora de la gran emancipación". El mismo texto apunta que en los "pueblos de indios" recordaban que durante la insurrección de Tupac Amaru "los cerros de Famatina nunca dejaron de tronar y sacudirse, llamando a sus vasallos (indios)" para lanzarse "a la libertad de su raza". Se vislumbra, así, una marcada "identidad nativa" existente en aquella zona.

Analizando el origen de 10 líderes federales del Departamento de Famatina que formaron parte activa en las montoneras riojanas de los 60, de la Fuente encontró que seis de ellos eran indígenas, en contraste con la composición abrumadoramente blanca y española del Partido Unitario. De la zona del Departamento de Arauco era oriunda la familia Chumbita, también de origen indígena. Sus antepasados fueron caciques gobernantes en Aymogasta a fines del siglo XVIII. Hacia 1840, el "indio" Orencio Chumbita era comandante de la milicia local y amigo personal del Chacho Peñaloza. Una década más tarde, Severo Chumbita se convirtió en comandante del departamento y en los 60 se desempeñó como uno de los líderes federales más importantes de La Rioja, a tal punto que participó en cuatro insurrecciones montoneras. Para sus adversarios, era "el indio Chumba". Los mismo puede rastrearse del apodo con que fue conocido Facundo Quiroga, "el Tigre de los Llanos", de indudable procedencia indígena, quienes asociaban a un numen animal los atributos de determinada persona, siendo el Tigre uno de los animales considerados particularmente sagrados por ciertas tribus incaicas. En San Juan, más precisamente en las lagunas de Guanacache, Sarmiento observó que los propietarios pequeños y medianos de origen indígena enfrentaron a los grandes estancieros de antepasados españoles en el transcurso de los diversos episodios que conformaron la extensa guerra civil. Además, era común que los unitarios identificaran a los federales con "las clases abyectas de la sociedad", entre ellos, los mulatos e "indios". El ya citado Sarmiento, en "Recuerdos de provincia", menciona que "el indio Sayavedra", combatiente montonero, era uno de los últimos descendientes huarpes del barrio de Puyuta. Esto nos muestra que Guayama no fue el único huarpe que luchó bajo la divisa del federalismo, siendo este identificado integralmente con los estratos populares de las provincias.

Indudablemente ha habido una identificación significativa entre el federalismo tendiente a la defensa y a la preservación de una cosmovisión asociada a lo tradicional y los gauchos y nativos acriollados que se constituyeron como el basamento mismo para la tradición. Las breves notas apuntadas más arriba nos muestran el protagonismo étnico que los indígenas cuyanos acriollados tuvieron en nuestra historia. Para cerrarlas necesitamos aclarar un asunto no menos importante: ambos autores citados, Moyano y de la Fuente, aluden a estos personajes singularizándolos bajo una etnicidad indígena exclusiva; sin embargo, si hablamos de nativos "acriollados", estamos refiriéndonos a que han sido el producto de un mestizaje del que en nuestra época contemporánea se da a conocer únicamente la facción netamente indígena. Puede haber habido, y no lo negamos, un aporte misionero que favoreció el acriollamiento de los nativos, pero en los líderes montoneros no vemos más que la férrea determinación y las ansias de libertad -y de defensa de la misma- que fueron también características de los moriscos andaluces perseguidos por la inquisición realista y que será traducida en la posterior persecución de "castas" llevada a cabo por los representantes del incipiente unitarismo contra las masas populares.

La feliz interrelación entre aquellos moriscos peninsulares y los indígenas amerindios dando a luz una etnicidad criolla original es un hecho consumado que los futuros historiadores tendrán que empezar progresivamente a develar. Así se iluminarán grandes facetas, no sólo de nuestra historia, sino también de nuestra cultura y nuestra identidad.


Raíces y Sabiduría.