lunes, 14 de octubre de 2013

Al furcio de un fulano mediocre

Tal vez una de las más desafortunadas intenciones de quienes se encargan de establecer parámetros en nuestro mundo moderno sea la de acabar con todo atisbo de Tradición o de raigambre tradicional en los pueblos. Entiéndase que no restringimos, esta vez, lo tradicional a lo meramente espiritual, sino también lo llevamos al resultado cultural que identifica el ser de una comunidad específica y lo torna distintivo entre los demás.

La Tradición es la herramienta apropiada para que logremos trascender la instancia 'brutal' (de bruto, animal) que diariamente nos enajena en la lucha por la supervivencia en un mundo materialista y caótico. De esa instancia 'brutal' ha surgido la voraz enfermedad que necesita acabar con todo lo que se oponga a su tarea envilecedora para lograr el acabamiento necesario de su estado de mediocridad. Haciendo nuestras las palabras de don José Larralde: estamos metidos en un vagón de mediocridad. Esto no es ignorancia. Al ignorante se lo puede sentar, se le puede enseñar y puede que deje atrás su ignorancia. En cambio el mediocre es peor, porque siendo ignorante se cree que se las sabe todas. Y eso es muy peligroso. La instancia 'brutal' que nos aqueja se sirve de la mediocridad para someternos a la más falaz influencia de la peor ignorancia: creyendo saber 'qué' somos desconocemos lo esencial, es decir, 'quienes' somos. Así también nuestro bendito Profeta Muhammad (que Dios le conceda paz) dijo que la segunda etapa de la ignorancia sería peor que la primera. La primera se dio en la época en que él llegó para transmitir la revelación. Gran cantidad de hombres se comportaban incorrectamente porque desconocían las normas básicas de la convivencia y porque resentían una falta considerable de educación. Hoy en día, época de la segunda ignorancia, la gente se dice 'saber' y actúa peor que aquellos de la época anterior, manifestando una ignorancia mayor y más nociva. Al que se cree 'saber', en su cerrazón, nada se le puede enseñar.

Estos ignorantes, brutos, mediocres, bocas sueltas, nos han sobrepasado. Formando parte inconsciente de una agenda mayor que los utiliza a su antojo, hacen del desparpajo una eclosión de imbecilidad que sólo los somete a la burla ajena (de aquellos que perciben el error) y a la falta de claridad mental. Y así se creen con el derecho y la libertad de decir y hacer lo primero que sus satanes personales les susurran indecorosamente.

Acabar con la raigambre tradicional y que nuestra juventud sea un manojo de hongos con identidades falsarias, réprobas e 'infernales': la mediocridad institucionalizada que se erige en pos de la contracultura de mercado. Hoy la moda quiere que la incivilización y la chabacanería redunden en libertad de expresión y movimiento de masas.

Con todo esto hemos querido aludir a las palabras desafortunadas vertidas desde la jeta insalubre de un músico moderno (un tal Fernando Ruíz Díaz) que han pretendido ensuciar una de las prácticas de nuestra tradición vernácula y nuestro folclore en la plaza que lleva el nombre de uno de nuestros grandes antepasados (José Hernández, en Jesús María, Córdoba), si bien nuestros conceptos pueden ser aplicados a todos los que desde esa 'brutalidad' tan falta de amor, llevan a cabo la obra de subversión del mundo moderno.

Quiera Dios que la sensatez y la sabiduría nunca nos falten.

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